Para despolarizar, lo único radical aceptable es la imaginación
Cuando lo que cohesiona a un grupo es el rechazo al otro, cuando pasamos al modelo simplista de buenos y malos, o de nosotros contra ellos, hay un riesgo de violencia

Para responder a la pregunta por cómo se vería la sociedad despolarizada, en el primer Foro Anual de Despolarización del pasado 25 y 26 de septiembre, alguien respondió: “Estaríamos cómodos con estar incómodos con nosotros mismos”.
Me pregunté qué tan posible era esa propuesta en nuestro contexto colombiano, en donde la polarización irrumpe de manera tan tóxica y venenosa en cada etapa electoral y ante cada momento histórico, muchas veces de la mano de violencia, balas, discurso de odio, negación del otro y sin espacio para pensar diferente, sin espacio para sentirnos incómodos.
Durante dos días, más de 50 personas de distintas regiones del mundo nos sentamos a hablar de despolarización en un edificio histórico de Barcelona. Un mismo sitio reunía neurocientíficos, periodistas, activistas, negociadores, diplomáticos, académicos, filántropos, filósofos, poetas y músicos, entre otros. Desde ángulos, perspectivas y nacionalidades distintas, nos atraía la idea de activar el músculo de la imaginación y encontrar formas más efectivas para despolarizar o reducir el tamaño del problema.
El punto de partida de la conversación fue precisamente que la polarización es un hiperproblema, un gran obstáculo para resolver otros asuntos que crea una distancia entre dos polos radicales, con visiones distintas y antagónicas, que puede aumentar el riesgo de violencia y que sin duda empeora los conflictos.
Pensé que, aunque en Colombia usamos el concepto de polarización casi como un lugar común para cuestionarnos mutuamente todas nuestras acciones -o para defenderlas-, qué útil sería ponernos de acuerdo en que representa un riesgo. Cuando lo que cohesiona a un grupo es el rechazo al otro, cuando pasamos al modelo simplista de buenos y malos, o de nosotros contra ellos, hay un riesgo de violencia. Y cuando se cierra cualquier espacio para la diferencia, la diversidad o el debate sano, hay un riesgo para nuestra democracia.
A esa definición de la polarización le siguieron varias preguntas. Qué pasa cuando ha contribuido a definir la identidad de un grupo, o de una nación en guerra, como es el caso de Ucrania; o por dónde empieza el diálogo para reducirla en conflictos tan enraizados como el de Israel o Palestina. Y preguntas sobre cómo hacerlo, ¿cómo hacerle frente a las constantes amenazas a la democracia que traen los autoritarismos sin con ello ahondar en la polarización?; ¿cómo hablar sobre los valores de una sociedad frente a fenómenos como la migración sin con ello polarizar?; ¿cómo manejar las luchas por causas sociales o las propuestas de cambio?
Para ese cómo, en el Foro pusimos sobre la mesa un primer menú de soluciones que tenía tres opciones: promover diálogos, trabajar sobre las narrativas y construir políticas públicas dirigidas a despolarizar. También analizamos las innovaciones y los descubrimientos recientes, porque los hay. Estudios desde la neurociencia sobre qué tan flexible o qué tan radical puede ser nuestro cerebro; sobre cómo se mueven las narrativas dentro de los distintos polos, qué tan cohesionadas están cuando andamos en manada y qué transformaciones son posibles desde la mediación y la resolución de conflictos; y sobre las maneras como las distintas culturas entienden o definen la polarización en sus distintos lenguajes.
Aprendimos además que la polarización y la despolarización no son permanentes. No hay países condenados a la polarización. En medio de grandes diferencias políticas, étnicas o religiosas hay también ejemplos de convivencia. Fue lo que ocurrió en Irlanda luego de un proceso de paz, pero también en Cataluña, en donde han superado crisis fuertes de polarización. En ambos casos la sociedad coexiste pese a sus grandes diferencias.
Del grupo reunido en este Foro surgió una comunidad de práctica desde la que estos expertos seguirán buscando respuestas. Una idea llena de esperanza, pero también un experimento, en un mundo en el que el poder y el alcance de quienes buscan polarizar es superior al de quienes están buscando tender puentes. Y ambas se mueven a velocidades muy distintas.
En medio de esa esperanza, existe un riesgo alto de que terminemos construyendo castillos de arena si no trabajamos para revertir los incentivos que pueden tener sectores o líderes políticos, medios de comunicación o influenciadores. Todavía es rentable utilizar o visibilizar tácticas como el discurso de odio, la deshumanización del otro o la anulación del contrario para acceder o mantenerse en el poder, o para capturar la atención tan competida por estos días. Reducir sus incentivos es importante porque, paradójicamente, estos mismos grupos de la sociedad son determinantes para despolarizar.
¿Cómo se vería entonces la “despolarización”, que era al final de cuentas el nombre del Foro? Me llamó la atención que la respuesta es muy básica. Es necesario despolarizar para hacer posible la coexistencia, la convivencia con el contrario. Y aunque los conflictos actuales parecerían dar cada vez menos espacio para ello, desde todas las perspectivas y visiones del mundo reunidas estos dos días fue claro que existen fisuras y que tenemos con qué aprovecharlas. No estamos solos.
Me quedé entonces con la idea de que despolarizar es una tarea urgente a escala mundial que necesita ser más efectiva en cada contexto, que exige subirle el volumen a quienes están buscando tender puentes o innovar, que requiere acción y agencia y en donde lo único radical admisible es la imaginación.
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