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Economía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Colombia descentralizada

No ha habido un enfoque de meterse en las regiones a aprender continuamente con ellas, y ponerlas a hacer cosas con calidad mundial

Trabajadores colocan sacos de cerezas de café sobre mulas, en Fredonia, Antioquia
Trabajadores colocan sacos de cerezas de café sobre mulas, en Fredonia (Antioquia), en diciembre de 2021.Edinson Arroyo (Bloomberg)

Las rentas del petróleo han traído cosas buenas a Colombia, y cosas menos buenas. En mi concepto, la más difícil ha sido la centralización del Estado y la economía, que llevó a un país distinto de la nación cafetera del siglo XX.

En efecto, durante los primeros 80 años del siglo pasado, Bogotá no dirigió a la economía colombiana. En Manizales, Medellín, Pereira, Mariquita, Barranquilla, Cali y Buenaventura ocurría lo más interesante de Colombia, ligado a la producción y la exportación del café. El poder económico tuvo un correlato en el poder político y Bogotá estaba sujeta al país, no al contrario.

Eso se revirtió durante las cuatro décadas petroleras, entre 1980 y 2020. Bogotá ha estado pendiente de los municipios productores de petróleo y carbón, que son pocos. Colombia ha andado pendiente de Bogotá, pues desde la capital se distribuyen las inmensas rentas que emergen de los combustibles fósiles.

El Gobierno de Bogotá no ha parado de crecer, a pesar de que su eficacia en el territorio deja mucho que desear. La gestión del Estado se mide, supuestamente, en cifras que nadie entiende, en miles de millones o billones de pesos, que deben mitigar los problemas y resolver las necesidades de tal o cual región.

Un joven chocoano, guajiro, nariñense o caucano que quisiera progresar pensaba que le quedaba más fácil si iba a vivir a Bogotá. En su terruño pasaba poco. La migración de talento desde las regiones hacia Bogotá ha sido notable, y acentuó el atraso de muchas regiones.

No ha habido un enfoque de meterse en las regiones, a aprender continuamente con ellas, y ponerlas a hacer cosas con calidad mundial; es decir, gobernar en ellas, con ellas, desde ellas y para ellas. Desarrollar sus vocaciones y posicionarlas en el mundo entero.

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Aparte, una parte grande del país carece de gobierno efectivo y está dominada por fuerzas del mal, incluida la corrupción. La seguridad se ha deteriorado visiblemente. No hay imperio de la ley, ni quién dé seguridad a sus pobladores.

Cambiar este estado de cosas requiere descentralizar. Pero no desde el Congreso y las normas, como pretenden algunos, sino desde la realidad cotidiana de la gente.

Vienen a la mente dos ejemplos, de estados exitosamente descentralizados, que, si bien pueden parecer distantes en el tiempo y la cultura, arrojan luces: el alemán y el estadounidense.

Muchos años antes de que se fundara la nación alemana, sus intelectuales y pensadores propusieron una agenda de transformación espiritual que buscaba la autodeterminación de cada individuo (Selbstbestimmung) como elemento central de racionalidad y de la habilidad para emanciparse y pensar por sí mismo. Esa autonomía moral era la clave de su humanidad. Los seres humanos debían ser fines en sí mismos y no medios para los fines de otra persona.

Dos instituciones le dieron contenido práctico a esa visión del ser humano: el kindergarten, originado en Turingia en 1816, siguiendo la inspiración del suizo Johann Heinrich Pestalozzi y de su estudiante Friedrich Fröbel. Este último le puso el nombre, y lo posicionó a la base de la reforma pedagógica de Alemania, orientada a “aprender con la cabeza, el corazón y la mano”.

La segunda pieza de la formación del individuo (Bildung), llegó con la propuesta de Wilhelm von Humboldt (hermano de Alexander, que estuvo por estas tierras), quien en 1809 escribió un memorando sobre la nueva universidad alemana, como símbolo de la nueva identidad del país.

Venían de la derrota en manos de Napoleón en 1806, y necesitaban una nueva inspiración para salir de esa crisis. Lo que idearon fue un sistema descentralizado, dedicado a la investigación, a entrenar funcionarios estatales, y avanzar el conocimiento. A lo largo del país hubo una mejora en una cantidad de universidades: Gotinga, Leipzig, Heidelberg, Marburgo, Tubinga, Jena, Halle y, por supuesto, Berlín, en la que hoy se llama la Universidad de Humboldt.

Alemania era ya un país políticamente descentralizado, pues estaba compuesto de principados, condados y ducados, que solo se unieron con Bismark en el último cuarto del siglo XIX. Pero el verdadero milagro alemán lo constituyó su reforma educativa, base de su éxito posterior en las industrias de química, farmacéutica, ingeniería y tecnología. Fue el ejemplo que copiaron las universidades norteamericanas y que se mantienen hasta el presente.

Lo central fue educar a sus ciudadanos a pensar por sí mismos, autoeducarse, autodeterminarse y autorrealizarse. Niños-jóvenes-economía-Estado parece ser la cadena exitosa que en tres cuartos de siglo años llevó a Alemania de ser un estado agrario y desmembrado, de segundo orden en Europa, a convertirse en la nación líder de ese continente.

Por su parte, Estados Unidos muestra otros elementos de una descentralización exitosa basada en el paradigma republicano de un Gobierno representativo basado en el principio de soberanía popular, y en los contrapesos y balances.

Los norteamericanos lograron resolver la contradicción entre un Gobierno federal con suficientes poderes para forzar la obediencia a leyes nacionales, mientras mantenían los principios de 1776, que buscaban limitar el poder político central.

Los llamados padres fundadores, Thomas Jefferson y James Madison de un lado, y Alexander Hamilton del otro, representaban las dos fuerzas en contienda. Con pragmatismo lograron sacar ese conejo del sombrero sin derramar una sola gota de sangre, algo que resultó imposible a los hispanoamericanos.

John Adams lo describió de la siguiente manera: “Todas las cuestiones críticas fueron discutidas hasta el desespero, en momentos altamente problemáticos. Usualmente se decidieron por el voto de un solo Estado, que a su vez, con frecuencia, dependió del voto de un solo individuo”. Como dice J. Ellis en el libro Founding Fathers, “el verdadero drama de la revolución americana fue su inherente desorden… Ellos iban improvisando al borde de la catástrofe”.

Menciono dos ejemplos del pragmatismo norteamericano. Las deudas adquiridas para la independencia estaban asfixiando a los Estados del norte. El acuerdo buscaba que la Nación asumiera esas deudas. Los Estados del sur rico, que ya había pagado buena parte de sus acreencias, pidieron a cambio poner la capital al sur del río Potomac, donde hoy está Washington DC.

Ese acuerdo fiscal posibilitó consolidar otras instituciones económicas clave como los impuestos (con representación), el presupuesto y la deuda federal, y más tarde, un banco nacional, la semilla de la Reserva Federal.

Segundo, Estados Unidos nació como un crisol de religiones. En Nueva Inglaterra estaban los puritanos, de Virginia hacia el sur dominaban los anglicanos, en Maryland los católicos, en Pennsylvania los cuáqueros, y así sucesivamente. Los padres fundadores consideraban que la religión era crucial, pero igualmente lo era la libertad religiosa, por lo que no se impuso una fe particular. Esa tolerancia, promovida por Washington cuando conformó el Ejército Continental, la primera institución verdaderamente nacional, dejó atrás dos siglos de pugnacidad religiosa.

Si en Colombia queremos en empezar el camino hacia un país mejor administrado, bajo premisas federales, con respeto y autonomía a cada departamento, pero con adhesión a autoridades e instituciones nacionales, debemos aprender, entro otras, de estas profundas experiencias de Alemania y Estados Unidos.

Nueva pedagogía desde temprana edad, nuevas universidades, nueva economía, una organización estatal descentralizada con sólidos contrapesos al poder del ejecutivo, un ambiente de tolerancia y pragmatismo que resuelva problemas y de salidas imaginativas.

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