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Cárteles colombianos
Tribuna
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El patroneo

La vida cotidiana de la gente, a todo lo largo de Colombia, está descendiendo a una era de oscurantismo y pago de extorsiones a varios patrones, convertidos también en claves electorales de las regiones

Un soldado revisa a un hombre durante el paro armado impuesto por el Clan del Golfo en Antioquia, en 2022.
Un militar revisa a un hombre, en un negocio cercano a Yarumal, en Antioquia.JOAQUIN SARMIENTO (AFP)

En épocas de bárbaras naciones la inseguridad de los campos llevaba a las gentes a encerrarse cerca de los castillos, en pequeñas poblaciones protegidas por un señor feudal. Allí ése señor hacía y deshacía a su antojo, pues encarnaba todas las autoridades terrenales. Era juez, alcalde y jefe del concejo de la pequeña villa.

En la América española heredamos en la colonia una modificación de esa institución arcaica, en el gamonal o el cacique local, que se sintió en las nuevas repúblicas hasta mediados del siglo XX. Era un hombre fuerte, poseedor de muchas tierras, que sobrepasaba en riqueza a sus pares, un pequeño magnate local que pasaba a convertirse en el líder político, ganar las elecciones como alcalde, o poner a dedo al alcalde de turno; si amasaba suficiente poder podía ser Representante a la Cámara o Senador. Con lo cual se convertía en el intermediario con el lejano poder nacional de la capital, y traer para sus coterráneos las prebendas, inversiones públicas y asistencias sociales que pudiera agenciar.

Esa historia lejana del medioevo, de la colonia y la república se repite ahora en nuestro medio, con obvias modificaciones y con connotaciones preocupantes. En efecto, con el auge del narcotráfico, amparado en la terminación de cualquier actividad efectiva de erradicación, ha vuelto a aparecer el patroneo, la presencia de los patrones.

El término patroneo se lo escuché a una mujer observadora y preocupada, que contó cómo en Tuluá, su pueblo natal, con ocasión de las ferias de este año, volvió a sentir el miedo de otras épocas, a verlo en las caras de la gente, sentirlo en la calle y oírlo en las conversaciones familiares.

“No salgas a caminar por la noche”. “El hijo de fulanita, que fue compañero tuyo en el colegio, está metido en eso con el patrón”. “Al nieto de sutanito lo mataron, y no han podido recuperar el cadáver”. “Es mejor que no hables de esto con nadie. Deja de preguntar tanto”.

En la cabalgata, volvieron a aparecer los caballos de precios desbordados, las mujeres venidas de afuera, el servilismo al patrón en la calle, la condescendencia y la intimidación. Igual a cómo sucedía en la época de los condes y los caciques. El precio de la tierra está por las nubes.

Pregunté a un amigo en Cali, conocedor del departamento, y dijo que eso está extendido en el norte del Valle, de Cartago para abajo. Su explicación fue sencilla. Tuluá está sitiada en la cordillera por la columna Adán Izquierdo. En la cabecera actúa un grupo que se llama La Oficina, dedicado a la extorsión y almicrotráfico.

Al exalcalde y candidato conservador Gustavo Vélez lo tienen amenazado y balearon su sede el día de su lanzamiento, la semana pasada. Él acusa la connivencia de la autoridad con el crimen organizado y ha tenido que pagar custodia propia. Es Ingeniero y le sabotean las obras que está construyendo en el municipio. Los de La Oficina andan como Pedro por su casa en vehículos de alta gama.

Desanimado con esta descripción, seguí preguntando en los departamentos hacia el sur. En Popayán y todo El Cauca se vive una situación de espanto, por la presencia de los cultivos de coca, “únicos emprendimientos rurales a los que les llega electricidad y agua potable 24x7″. Son intocables y protegidos por los barones locales. Los patrones.

En Nariño, un empresario me dijo: “La verdad en la ciudad de Pasto no hay problemas. Pero la situación es crítica en las demás regiones del departamento. Ipiales y Tumaco están sitiadas y mandadas por los patrones. Me encuentro en Quito, buscando alternativas. Siento que este país se empezó a dañar.” Y pasó a quejarse de la desatención del gobierno de Bogotá.

Pasé al Huila. La realidad es similar. En Neiva se han concentrado cinturones de miseria, por ser la primera estación de los desplazados de la violencia del sur oriente del país. Pero el centro de operaciones del narcotráfico y el crimen es Pitalito. Esa ciudad es el cruce de caminos desde Caquetá, Putumayo, Nariño y del Huila hacia el norte. Está dominada por los patrones. Hechos similares a los del norte del Valle, los del Cauca y el sur de Nariño se viven a diario en Pitalito.

Con un agravante, señaló mi amigo huilense, ante el fentanilo, que desplaza a la cocaína en el mercado de los Estados Unidos, estos patrones están emproblemados con una cocaína que baja de precio y no es fácil exportar. La alternativa ha sido popularizarla en el mercado local, creando compradores entre los niños y los jóvenes a través del microtráfico.

Seguí con otra zonas muy afectada, Norte de Santander. La respuesta fue similar. El problema no es tanto Cúcuta, como Tibú. Ante el decaimiento de la demanda de cocaína ha vuelto al voleteo y el secuestro.

En La Guajira la ciudad de los patrones es Uribia, que ha tenido un crecimiento inusitado. Se nota en la calle la prosperidad por el alto nivel de consumos básicos, oferta de todo tipo de bienes de consumo, las Toyotas, que son las únicas que aguantan vías y trochas en la alta. Dicen que el alcalde fue puesto por su hermano narco. Un local aclara, “hay que entender las leyes del desierto”.

En Antioquía se repite la regularidad del patroneo en una ciudad distinta de la capital. En ese caso son dos ciudades, Caucasia y el Bagre, las capitales departamentales del narcotráfico y la minería ilegal, respectivamente.

Cuando el rio suena, piedras lleva. Mientras tanto en Bogotá se debate más sobre las borracheras y el incumplimiento presidencial, sobre las reformas que se cayeron y las que se van a caer en el Congreso, que sobre el cucarachero y la ratonera a donde está decayendo el país, a raíz del éxito de los ilegales y la inacción de las fuerzas de la ley y el orden.

La vida cotidiana de la gente, a todo lo largo de Colombia, está descendiendo a una era de oscurantismo, violencia, temor, pago de extorsiones, lentitud e ineficacia estatal.

¿Será que las reformas y la retórica son la forma de distraernos mientras los patrones, convertidos también en claves electorales de las regiones, consolidan su poder?

Un nuevo poder local, criminal, cruel y personalista será ejercido por el patrón de cada comarca. Los empresarios seguirán en sus camionetas blindadas, como los caballeros andantes medievales, yendo los fines de semana de su apartamento custodiado a su casa de campo igualmente custodiada. Hemos vuelto a la época que vivieron, mil años atrás, las gentes del común en bárbaras naciones.

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