La oposición en Colombia sigue en busca de una cabeza
Ni los expresidentes Álvaro Uribe o Iván Duque, ni el candidato derrotado por Gustavo Petro en segunda vuelta, han asumido el papel
El jueves pasado el presidente de Colombia, Gustavo Petro, dio su primera alocución presidencial. A pesar de que era la primera de su cuatrienio, y que uno de los grandes derechos que otorga la ley a la oposición es poder responder a esta, no respondieron. Nadie lo hizo. Nadie reclamó ser la cara visible de las fuerzas políticas que están en desacuerdo con los lineamientos y la visión política de un presidente que si bien representa el cambio en un país cansado, y según la más reciente encuesta Invamer Poll tiene el 56% de favorabilidad, no ganó en primera vuelta. Esa ausencia es la muestra más reciente, y más tangible, de que la oposición no tiene una cabeza. “Todavía no hay una cabeza clara”, dice Andrés Forero, representante del uribista Centro Democrático por Bogotá, partido que se ha declarado en oposición. “Y no sé si en estos cuatro años vaya a definirse una”
La primera opción, por lo menos en teoría, es el candidato contra el que Petro compitió en segunda vuelta, Rodolfo Hernández. De hecho, el Estatuto de la Oposición, una ley de 2018 creada para que la oposición tuviera más fuerza y presencia política, le dio el derecho al segundo candidato más votado a asumir una curul en el Senado para así darle fuerza y visibilidad a una cabeza de la oposición. Petro, perdedor en segunda vuelta frente a Iván Duque en 2018, estrenó ese derecho e hizo una fuerte oposición a lo largo del cuatrienio. Hernández también la aceptó, pero desde que lo hizo anunció que no sería opositor. “He decidido reconocer a Gustavo Petro como legítimo ganador y asumir una posición de independencia a su gobierno”, dijo cuatro días después de las elecciones.
En todo caso, Hernández era un improbable jefe de oposición. No tiene un gran liderazgo nacional, llegó a la política solo en 2015, a sus 70 años, cuando fue elegido alcalde de Bucaramanga (la quinta ciudad de Colombia) en una votación de rechazo a los políticos locales y como cabeza de una oleada emocional, no de una organización política. Hasta la campaña presidencial era poco conocido por fuera de su natal departamento de Santander, y si logró llegar a segunda vuelta fue más por la poca fuerza de otros candidatos— y por el elemento emotivo y sorprendente para millones de electores de ver a un señor de 77 años hablando contra toda la clase política. Hernández fue la encarnación de una emoción de rechazo, como Petro, pero de un rechazo diferente.
Con esa emoción, y un impulso en las semanas previas a las votaciones, venció al candidato de la derecha, el exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez. Conocido como ‘Fico’, aunque también tenía un estilo descomplicado, recibió el apoyo de varios de los partidos más tradicionales y tenía el respaldo de buena parte del establecimiento. Con el mayoritario rechazo del país a lo que oliera a status quo, Hernández le quitó votos en las bases de la derecha y pasó a convertirse en una suerte de candidato providencial para quienes no querían una victoria de Petro o de la izquierda. Pero Hernández no estaba proyectando una carrera política a futuro, ya había mostrado que podía simpatizar con el hoy presidente (meses antes de la campaña había dicho públicamente que de no ser él candidato, lo apoyaría) y así habría sido difícil que se hiciera con la cabeza de la oposición.
La otra opción usual sería el expresidente Duque. Petro no solo fue su más grande opositor durante toda su administración sino que hizo campaña, en buena medida, criticando sus decisiones. Pero Duque salió con muy baja popularidad, está enfocado en alejarse de los reflectores y, sobre todo, no ha construido un capital político o liderazgo propio. Llegó a la presidencia en 2018 por ser “el de Uribe”, el candidato impulsado por el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Uribe sí tendría la trayectoria y el peso para ser cabeza de la oposición, como lo fue de Juan Manuel Santos entre 2011 y 2018, hasta el punto de haber creado un partido nuevo y haberse lanzado al Senado en 2014 y 2018 para jalonarlo.
Pero Uribe está políticamente muy golpeado. Se suman la mala opinión de su pupilo Duque, sus propios problemas judiciales (está en un juicio penal por presuntamente haber presentado falsos testigos en otro proceso penal), el giro del país hacia la izquierda y su cercanía a esa clase política tradicional que rechazaron los electores este año. Su imagen positiva no llega al 25%, según la misma Invamer Poll. De hecho para las elecciones presidenciales fracasaron su plan A (tener en el exministro Óscar Iván Zuluaga un candidato propio y avalado por su partido), su plan B (que Zuluaga jugara en una coalición de derecha), y su plan C (apoyar a Fico Gutiérrez, quien no reconoció públicamente ese respaldo).
Uribe inició la semana pasada una gira para organizar su partido, el Centro Democrático, con miras no solo a la oposición a Petro sino también para las elecciones regionales de octubre de 2023, en las que están en juego las más de 1.200 alcaldías y 32 gobernaciones que conforman el ejecutivo local y regional en el país, así como las curules en asambleas departamentales, concejos municipales y distritales, y juntas de acción local en las subdivisiones de las grandes ciudades. Es decir, el corazón de la estructura partidista en todo el país. En esos llamados foros regionales, el expresidente ha dicho que su partido debe hacer oposición, pero moderada.
“El país no nos va a creer si hoy decimos que todo estaba bien y que todo se dañó con la llegada del presidente Petro. Aquí lo que primero necesitamos es construir credibilidad, por eso tenemos que reconocer el problema, sus antecedentes”, dijo Uribe este sábado en uno foro en la ciudad de Pereira. “Quiero que a Colombia le vaya bien en el gobierno de Gustavo Petro. La oposición tiene que ser constructiva, propositiva, argumentada. Una oposición constructiva se tiene que oponer a muchos temas con argumentos.” Además, muestra que reconoce la mengua de su poder político cuando busca tener candidatos de coalición con otros partidos en 2023 en la mayoría de regiones del país.
Esa postura no encaja con la de todos los congresistas de su partido, que si bien han crecido a su sombra, no estuvieron siempre todos alienados con Duque. La más distante, y crítica de Uribe desde la derecha, es la senadora María Fernanda Cabal. “Este partido tiene que renacer de nuevo con todo el ímpetu y la fuerza del desafío que nos impone un gobierno socialista como el de Gustavo Petro”, dijo ella en el foro regional de la semana pasada en su natal Valle del Cauca.
La distancia entre Cabal y su jefe político muestra otra dificultad para que la oposición tenga, pronto, una cabeza: los matices en las críticas a Petro cuando falta una figura clara que le haga contrapeso. Cabal y otras cabezas de la bancada del Centro Democrático, como Paloma Valencia, Paola Holguín o Miguel Uribe (no es familiar del expresidente), son visibles y podrían ganar liderazgo entre el uribismo en el Congreso. Gutiérrez, el fallido candidato presidencial, se ha enfocado de nuevo en su natal Antioquia.
También hay figuras por fuera del uribismo. La más notoria es el ex vicepresidente Germán Vargas Lleras, que se ha distanciado de Uribe desde hace una década y lidera su propio partido, Cambio Radical. Vargas Lleras tiene la ventaja de tener larga trayectoria política y llegada a sectores del establecimiento, pero representa la vieja política y tuvo una debacle electoral en 2018, cuando partió como favorito y terminó en un lejano cuarto lugar. En su bancada se ha mostrado David Luna, exministro de Juan Manuel Santos y quien desde el principio ha predicado una oposición moderada.
“Hay una transición generacional en la política. Son figuras que se van a ir consolidando en estos cuatro años, y eso es virtuoso. Si el partido CD sacó un poco menos de 2 millones de votos al Senado y hubo unos 10 millones que no votaron por Petro, entre más variedad de oposición en el partido, más capacidad de representar a la ciudadanía”, opina la senadora Valencia. Un horizonte que muestra más la posibilidad de un candidato presidencial viable en 2026 que de una cabeza opositora ahora.
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