Una apertura imprevisible y decenas de respuestas probables: así se prepara un combate por el trono mundial del ajedrez
Ding y Niepómniashi emplean gigantescas bases de datos, supercomputadoras y analistas para disputar este sábado la última partida (si no hay desempate)
Once millones de partidas (jugadas desde el siglo XVI) en bases de datos. Computadoras muy potentes que se alquilan en la nube para analizar posiciones. Y grandes maestros de élite que trabajan como ayudantes. Son las armas del ruso Ian Niepómniashi y el chino Liren Ding para preparar el último asalto del Mundial de Astaná (Kazajistán), que se disputa este sábado para dirimir quién sucederá como rey al noruego Magnus Carlsen y el reparto de dos millones de euros en premios. El marcador está igualado (6,5-6,5), pero el asiático tendrá la iniciativa de las piezas blancas.
Hace solo 40 años, los ajedrecistas viajaban a los torneos con maletas enormes llenas de libros y revistas. Era casi la única manera de almacenar información previa sobre un rival. Hoy basta con teclear su nombre en la base de datos ChessBase para obtener en segundos todas las partidas que ha jugado en su carrera deportiva, con esquemas y estadísticas que desmenuzan su estilo, preferencias de apertura (primeros movimientos), resultados y evolución año a año. Un aficionado indonesio, por ejemplo, que vaya a jugar el torneo abierto de Chicago puede dar por seguro que cada uno de sus adversarios lo sabrá casi todo sobre él como ajedrecista.
En el caso de Ding y Niepómniashi esos mastodontes de la información se utilizan además para otra cosa. Supongamos que el rumano Richard Rapport, 13º del mundo, analista del chino, tiene una idea -en principio, muy novedosa- para sorprender a Niepómniashi en la apertura. Lo primero que hará es efectuar esas jugadas en el tablero de ChessBase en su ordenador y pulsar el botón que dice “Referencia”. En muy pocos segundos verá una lista de partidas donde esa idea se ha aplicado, ya sea entre jugadores profesionales o aficionados, presenciales o por internet.
Si Rapport concluye que su ocurrencia sorprenderá probablemente al ruso, el siguiente paso es comprobar si en verdad es una buena idea. Para las generaciones anteriores eso requería clavar los codos a ambos lados del tablero durante muchas horas, analizar todas las variantes posibles e ir apuntando los resultados a bolígrafo en un cuaderno. Ahora basta activar un módulo, que puede correr en un móvil, juega mejor que el campeón del mundo y calcula millones de jugadas por segundo.
Si esa primera prueba es positiva, conviene ampliar el análisis con una computadora mucho más potente todavía. Hasta hace unos años, los astros del ajedrez solían pedir a sus Gobiernos que les permitieran utilizar supercomputadoras para ese fin. Por ejemplo, Niepómniashi tuvo a su disposición la de Skólkovo, un centro de innovación tecnológica que -salvando enormes distancias- es lo más parecido que hay en Rusia a Silicon Valley. Pero ahora ya no hace falta porque no es caro (hay suscripciones por 35 euros al mes) alquilar por horas (o días) un aparato de potencia descomunal en la nube: el cliente se conecta desde su ordenador a otro que no sabe dónde está.
Si esa comprobación también es satisfactoria, Rapport mostrará a Ding un resumen de las variantes que ha analizado con los monstruos de silicio. Si al chino le gusta la idea y da su aprobación, ambos dibujarán, ya sea por escrito o mentalmente, una especie de árbol de variantes con las que consideren que Niepómniashi elegirá como respuestas más probables. Y las analizarán muy a fondo, memorizando no solo las jugadas concretas sino, sobre todo, las ideas y planes estratégicos que las sustentan. Además, Ding contactará con los miembros secretos de su equipo en China, y les dará instrucciones para que también busquen ideas o posibles agujeros en la preparación.
Mientras todo eso ocurre en las habitaciones de Ding y Rapport en el hotel Saint Regis, Niepómniashi habrá hecho algo parecido en la suya con el analista que le acompaña, Nikita Vitiugov, 25º del mundo, y también estará en contacto telemático con el resto de su equipo, secreto. Pero con un matiz importante: Ding juega esta partida con blancas, y por tanto tiene más probabilidades de sorprender porque hará el primer movimiento. El ruso tendrá que restregarse las meninges, basándose en lo profundamente que ya conoce al chino, para colegir qué demonios le estará preparando. En esta ocasión concreta, esa adivinanza es aún más difícil de lo habitual porque Ding ha contratado como analista precisamente a Rapport, uno de los jugadores más creativos, imprevisibles y extravagantes de la élite. Esa elección ha sido uno de los elementos distintivos de este duelo, y también podría serlo en la última partida.
No es aventurado predecir que Ding buscará una apertura que le otorgue una ventaja pequeña, pero duradera y en un tipo de posición de poco riesgo, con el objetivo de torturar a su oponente durante horas hasta que el cansancio y la tensión nerviosa le hagan errar. Pero eso es mucho más fácil de decir que de hacer. Tampoco es improbable que todo ese esfuerzo de preparación no valga para nada porque es el eslavo quien replica de manera tan sorprendente que desarma al asiático.
Si tal cosa ocurre, es muy probable que gane quien sea más fuerte psicológicamente. Los dos han fallado con estrépito en ese campo, pero Niepómniashi aún más, a pesar de que tiene la valiosa experiencia de su duelo perdido con Carlsen en Dubái (2021). Por ejemplo, repitió el mismo tipo de error en las dos últimas partidas: jugar rápido en posiciones críticas que requieren calma; perdió la duodécima y cerca estuvo de la catástrofe en la decimotercera, que fue tablas.
Rafael Rodríguez Soler, psicólogo deportivo profesional y ajedrecista aficionado, recalca la costumbre de Niepómniashi de ir con mucha frecuencia a pensar en su camerino, en lugar de quedarse en el escenario: “Varios estudios indican que si pierdes la concentración puedes tardar de 15 a 20 minutos en recuperarla totalmente”. Y en ese lapso se puede cometer un error fatal, que este sábado puede costar un título mundial y cientos de miles de euros en premios, además del dineral que puede ganar el campeón durante los próximos dos años por el hecho de serlo.
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