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Niepómniashi pierde una partida de locos por jugar rápido cuando rozaba el título mundial

Ding remonta una posición perdedora en la duodécima, gestiona mejor los nervios e iguala (6-6) a falta de dos partidas

Ian Nepomniachtchi, este miércoles en la 12ª partida.Foto: RADMIR FAHRUTDINOV (EFE)
Leontxo García

Ian Niepómniashi perdió de la peor manera posible la antepenúltima partida del Mundial de Astaná (Kazajistán). La tenía ganada tras jugar como una computadora hasta el momento clave. Pero entonces surgió uno de sus viejos demonios: mover rápido cuando hay que pensar para dar el golpe mortal. El chino Liren Ding también acusó la tremenda tensión, pero gestionó mejor los nervios y ahora es el favorito, con el marcador igualado (6-6) a falta de dos. La decimotercera se disputa este jueves, con el ruso al mando de las piezas blancas pero muy golpeado anímicamente.

Era un día de gran importancia, sobre todo para Ding, cuya situación encajaba bien con la letra de uno de los éxitos del cantante y compositor kazajo Dimash Qudaibergen, invitado para el saque de honor: “Si quieres cambiar tu mundo, empieza hoy. Es ahora o nunca”. Y lo que hizo el chino con ese objetivo fue elegir una tercera jugada totalmente inofensiva desde el prisma de intentar lograr ventaja en la apertura, pero inteligente si se mira con mayor profundidad: así evitaba preparaciones caseras de su rival, probablemente dirigidas a buscar el empate con descaro, y planteaba una lucha a muy largo plazo.

Niepómniashi dio un recital de gestos y posturas extrañas antes de efectuar sus siguientes cuatro lances. Tanto, que un espectador novato en ajedrez pensaría que el ruso, con su cabeza agachada y enterrada entre los brazos contra la mesa, había decidido echarse una siesta al poco de empezar una lucha tan importante. También se repantingó en el sillón con todo el cuerpo hacia atrás, o se quedó mirando fijamente a la pared o al suelo o al cristal opaco que le separaba de los espectadores. Toda esa parafernalia de lenguaje corporal tiene una explicación sencilla: intentaba recordar dónde había visto una partida similar a lo que el asiático le estaba planteando, y cuáles eran los entresijos y matices de ese esquema. Y, además, los nervios le atenazaban.

Pero, de pronto, en la undécima jugada, Niepómniashi cambió el compás, del adagio al allegro: hizo algo inesperado y provocador, invitando a Ding a meterse en una posición compleja, de doble filo, de las que le gustan al ruso. Y el chino recogió el guante porque era el día grande, donde un verdadero aspirante a campeón del mundo debe meterse en el jardín con la hierba muy alta, aunque sepa que puede haber muchas serpientes.

Sin embargo, Ding no se protegió las piernas antes de atacar, lo que le puso al borde de la picadura mortal. En los siguientes lances, Niepómniashi acertó cada vez con el señalado por las computadoras como lo mejor hasta lograr una ventaja ganadora, ante la impotencia de Ding. Millones de aficionados en todo el mundo, siguiendo la partida por internet, sabían que, casi con toda seguridad, el sucesor en el trono de Magnus Carlsen iba a ser Niepómniashi.

Pero entonces el eslavo volvió a exhibir uno de sus puntos débiles desde la época juvenil: la incapacidad para sentir que la partida está en un momento crítico, decisivo para dar la puntilla, y que por tanto hay que pensar el tiempo que sea necesario, incluso a costa de sufrir después apuros de reloj. En lugar del golpe ganador, Niepómniashi hizo rápidamente una jugada que le dejaba perdido, ante la desesperación de los periodistas rusos en la sala de prensa.

La idea ganadora de Ding no era fácil de ver, pero tampoco muy difícil para el tercero mejor del mundo, tras una reflexión suficiente. Mas el chino, quien normalmente no suele fallar en ese tipo de situaciones, fue también presa de los nervios y erró como el ruso, quien volvió a equivocarse a continuación. La sinfonía se convirtió de pronto en una pachanga desafinada, y el combate de excelso boxeo mental en una riña barriobajera con desenlace imprevisible.

Si el citado cantante Qudaibergen hubiera estado junto al chino en el escenario en ese instante, tal vez le hubiera recitado otra de sus letras: “¿Por qué vivo, por qué muero?, ¿por qué río, por qué lloro? Este es el SOS de un terrícola en apuros. Tengo como anhelos de una metamorfosis”.

Ding mira a Niepómniashi tras un error de este en la duodécima partida del Mundial
Ding mira a Niepómniashi tras un error de este en la duodécima partida del MundialStev Bonhage/FIDE

Lo cierto es que Ding se transfiguró en un momento de tensión máxima. Era el movimiento 33. El reloj apretaba mucho para superar el control del 40. Quizá con el traumático recuerdo de su craso error (y derrota) de ocho días antes, cuando se lanzó a ganar la 7ª partida en una situación similar en lugar de nadar y guardar la ropa, el asiático mantuvo la cabeza fría e hizo una jugada sosa, que no estropeaba nada e invitaba al rival a enredarse.

Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Niepómniashi se olvidó de la sensatez, perdió la cabeza y siguió atacando como loco cuando la posición ya no se lo permitía. Al poco se dio cuenta de su pifia, y dio un recital de los gestos típicos de un ajedrecista cuando sufre semejante desgracia. No es arriesgado apostar por la frase más intensa de las que sonaban en su cerebro en ese momento: “¡Cómo puedo ser tan imbécil!”. Tras fustigarse durante un buen rato, dejando claro que no estaba pensando en su próxima jugada sino maldiciéndose sin cesar, hizo rápidamente tres más y estrechó la mano de Ding en señal de rendición.

El ruso fue capaz de resumir lo que le había ocurrido: “La posición me parecía totalmente ganadora. Pero incluso así tienes que ser preciso en el remate. Y yo no lo he sido hoy. El chino resumió así: “Salí mejor de la apertura, pero Ian hizo después una serie de jugadas excelentes y le dio la vuelta a la partida. Vi que yo estaba casi perdido y decidí remover las aguas”.

Por mucho que su equipo lo arrope, mime y cuide, Niepómniashi tendrá esta noche en su mente el fantasma de la sexta partida del Mundial de 2021 contra Carlsen en Dubái: con el marcador igualado, la perdió tras ocho horas de combate brutal, y a partir de ahí el duelo fue un paseo militar para el noruego.

Uno de los estribillos de la canción One night in Bangkok (Una noche en Bangkok), de la ópera-rock Chess (Ajedrez), muy exitosa a mediados de los ochenta, dice: “Puedo sentir al diablo caminando junto a mí”. El desenlace de este Mundial quizá dependa ahora de que el actual subcampeón del mundo sea capaz de expulsar a ese demonio del hotel Saint Regis, donde, desde hace tres semanas, se disputa un trepidante duelo de boxeo mental, amenizado a veces por sinfonías excelsas y otras por charangas desafinadas.

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Sobre la firma

Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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