Doparse en ajedrez es muy difícil
La ausencia de casos se debe a que las anfetaminas, betabloqueantes y otras sustancias tienen serias contraindicaciones
Ningún ajedrecista ha dado nunca positivo por haber tomado una sustancia para mejorar su rendimiento deportivo, aseguran todas las fuentes consultadas. Sin embargo, el modafinil, metilfenidato (Ritalin) y la cafeína (en dosis muy grandes), así como las anfetaminas y betabloqueantes en general pueden ser útiles en determinados momentos, pero con graves inconvenientes. Ian Niepómniashi y Liren Ding pasaron el control el día 21 tras el empate de seis horas en la novena partida del Mundial de Astaná (Kazajistán). El ruso domina por 6-5 a falta de tres, pero conducirá las piezas negras este miércoles en la duodécima.
“En la FIDE [Federación Internacional de Ajedrez] no tenemos constancia de un solo positivo claro”, asegura en una conversación con EL PAÍS el ruso Arkady Dvorkóvich, presidente de ese organismo, que aglutina a 199 países. El adjetivo “claro” se utiliza en este caso para no incluir los casos, como el del ucranio Vasili Ivanchuk, de negarse a pasar el control como protesta por su existencia. O algún otro donde el positivo se produjo por tomar anabolizantes (totalmente inútiles para jugar mejor al ajedrez) porque el jugador en cuestión practicaba el culturismo como afición.
Dvorkóvich añade: “Como la FIDE es miembro del COI [Comité Olímpico Internacional], seguimos fielmente las directrices de la WADA [Agencia Mundial Antidopaje], pero de momento nos lo tomamos como un puro formalismo; no tenemos preocupación alguna porque en ajedrez pueda haber un problema de dopaje”.
Esas palabras reflejan un sentir poco menos que unánime en el deporte mental: los ajedrecistas ven el control antidopaje como un engorro muy molesto. Entre otras razones, porque la enorme tensión que sufren durante las partidas les induce a orinar con frecuencia a lo largo de cuatro o cinco horas (es la duración media). Y luego, si les toca pasar el control, carecen de materia prima. Algunos recurren a tomar cerveza por su poder diurético antes de ir a depositar la muestra.
En realidad, el asunto no es tan blanco y negro como el tablero, porque implica matices interesantes. Un estudio científico (doctores Franke, Andreas, Lieb y otros), publicado en 2017 por la revista European Neuropsychopharmacology, consistió en que 39 ajedrecistas jugasen 20 partidas semirrápidas (15 minutos por bando) contra programas informáticos. Divididos en cuatro grupos, tomaron modafinil, metilfenidato, cafeína (en dosis muy altas) o un placebo. La mejora de los resultados con las tres primeras sustancias fue del 15, 13 y 9%, respectivamente.
Uno de sus autores, Klaus Lieb, catedrático de psiquiatría y psicoterapia de la Universidad de Mainz (Alemania), ya advertía: “Estas sustancias pueden causar efectos secundarios graves, además de crear dependencia”. La doctora británica Jana Bellin, presidenta entonces de la Comisión Médica de la FIDE, añadía que el metilfenidato (comercializado como Ritalin) “tiene una estructura y farmacología similares a la cocaína”. Y la Fundación por un Mundo sin Drogas asegura que el Ritalin puede producir “nerviosismo, insomnio, anorexia, pérdida del apetito, cambios en el pulso, problemas de corazón y pérdida de peso”.
Seis años después hay más motivos para no creer que esas sustancias puedan ayudar realmente a un ajedrecista. El prestigioso psiquiatra Jesús de la Gándara, ex jefe de servicio del Hospital Universitario de Burgos, ya subrayaba entonces que “los efectos de esos potentes estimulantes pueden ser muy distintos en una persona u otra”. Ahora vuelve a hablar con este periódico para actualizar esa afirmación: “Se ha probado que esas sustancias funcionan bien en personas con problemas severos de déficit de atención. Pero es muy improbable que un ajedrecista los sufra. Por tanto, el modafinil puede ser incluso contraproducente para casi todos porque potenciará su atención en exceso”.
Las anfetaminas pueden ser muy útiles en apuros de tiempo, cuando se deben hacer muchas jugadas en segundos o pocos minutos; pero serían contraproducentes durante las tres horas anteriores, cuando lo que se requiere es un pensamiento calmado, porque el jugador estará excitado en demasía. Y viceversa en cuanto a los betabloqueantes. Todos los médicos consultados al respecto por el autor de este reportaje en los últimos 25 años coincidieron en que elaborar un cóctel programado para que el betabloqueante actúe durante las primeras horas y la anfetamina en el momento de máxima tensión “es teóricamente posible, pero muy difícil y peligroso”.
Con los conocimientos actuales, De la Gándara precisa más: “Se podría tomar un betabloqueante suave de los que no afectan al cerebro, solo al resto del cuerpo, para controlar la ansiedad y el nerviosismo durante las primeras fases de la partida. De tal modo que la anfetamina fuera beneficiosa en los apuros de tiempo sin haber perjudicado antes. Si se tiene mucho cuidado con las dosis precisas, esa combinación no tiene por qué poner en grave peligro la salud. Ahora bien, el jugador que haga eso dará positivo con total seguridad”.
Es posible que la fármaco-genética obligue a cambiar por completo este análisis en un futuro cuya cercanía no está clara. Pero, contrariamente a lo que ocurre en otros deportes, parece bastante improbable que en el ajedrez exista el dopaje farmacológico y no lo sepa casi nadie. El que sí preocupa, y mucho, es el electrónico (ayuda ilegal de computadoras que juegan mejor que el campeón del mundo en décimas de segundo). Pero, dadas las muy estrictas medidas tomadas en el Mundial de Astaná, puede afirmarse con muy poco margen de error que Niepómniashi y Ding están limpios de pastillas y de chips ilegales.
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