Ding sufre en una partida de seis horas pero salva un momento delicado en la novena del Mundial
Niepómniashi no logra doblegar al chino con las piezas blancas y domina por 5-4 a falta de cinco asaltos

El alivio y la frustración se mezclan en el empate de la novena partida del Mundial de Astaná (Kazajistán). Ian Niepómniashi no consiguió dar otro golpe, quizá definitivo, aunque lo intentó durante seis horas. Liren Ding se enredó y sufrió innecesariamente con las piezas negras tras igualar con facilidad en los primeros lances, pero ganó tiempo (la décima se jugará el domingo) para recuperar la confianza. El ruso domina por 5-4 a falta de cinco.
Si Ruy López de Segura, campeón del mundo oficioso en el siglo XVI y próximo a la corte de Felipe II, levantase la cabeza podría morir de nuevo muy satisfecho. La Apertura Española, a la que él tanto contribuyó (1 e4 e5 2 Cf3 Cc6 3 Ab5), aunque ya se conocía desde finales del XV, sigue siendo una de las más utilizadas cinco siglos después.
Niepómniashi la eligió por tercera vez en este duelo, probablemente con la idea de salir de la primera fase de la lucha con una pequeña ventaja que le permitiera presionar durante horas a un rival aún tocado por su derrota del martes en el séptimo asalto. Sólo así puede explicarse que el chino omitiera el jueves, en el octavo, tres golpes ganadores (dos de ellos fáciles para él) y tuviera que aceptar un empate muy decepcionante.
Pero hete aquí que, una vez más, Ding sorprendió al ruso utilizando la Defensa Berlinesa, histórica desde que, en 2000, fue el arma decisiva para que otro ruso, Vladímir Krámnik, destronase a Gari Kaspárov en el duelo de Londres. Su idea principal es cambiar las damas rápidamente para que jugadores de estilo agresivo -como Kaspárov o Niepómniashi- se sientan incómodos porque es mucho más difícil atacar sin ellas. De modo que Niepómniashi evitó el cambio de damas, pero al precio de una posición muy cómoda para el asiático, quien ya había igualado tras solo seis movimientos.

Sin embargo, los fantasmas de la desconfianza en sí mismo, instalados en la mente de Ding desde que se inició el duelo (rompió no hace mucho con su novia tras una crisis de tres años), volvieron a lastrar su enorme talento y enciclopédica sabiduría. El chino comenzó a enredarse en la jugada 17, e insistió en la 21 y la 24; no eran yerros graves, pero sí suficientes para que su rival lograse el tipo de posiciones que le gustan, muy complejas y apropiadas para atacar.
Por fortuna para Ding, Niepómniashi no se atrevió a meterse en variantes de cierto riesgo para él, pero claramente ventajosas, y prefirió otra donde quedaba un poco mejor y con perspectivas de presionar sin riesgo hasta aburrir a su adversario. Pero Niepómniashi no es Magnus Carlsen, el todavía campeón vigente, gran especialista en torturar a sus adversarios hasta exprimir la última gota en ese tipo de situaciones. Y, si bien es cierto que el ruso planteó varias trampas peligrosas, y que hubo un momento donde el chino parecía muy preocupado, el empate se firmó tras 82 movimientos y seis horas
El factor clave ahora es si, durante el descanso del sábado, Ding es capaz de centrar sus pensamientos en realidades positivas: plantea las partidas mejor que Niepómniashi y ha remontado dos veces un marcador adverso en este duelo. Su vuelve a su mejor versión, la de finales de 2019, no es descabellado afirmar que es tan fuerte como el ruso, si no más. Pero cuando EL PAÍS le preguntó, tras las seis horas de sufrimiento, cómo evalúa su nivel de confianza de uno a diez, respondió: “Cinco”.
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Ding aguanta con altibajos
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