Niepómniashi roza la catástrofe, pero Ding no afina y empata la penúltima partida del Mundial
El chino tendrá el sábado la ventaja de las piezas blancas en el último asalto con el marcador igualado (6,5-6,5)
La virtud decisiva para suceder a Magnus Carlsen este fin de semana como campeón del mundo de ajedrez no será el talento ni la preparación, sino el control de los nervios. Tanto Ian Niepómniashi como Liren Ding los tienen a flor de piel, como se vio este jueves en el penúltimo asalto. El ruso rozó la derrota; sin embargo, el chino fue impreciso, quedó peor y tuvo que agarrarse al empate. Pero tendrá la iniciativa de las piezas blancas el sábado, con 6,5-6,5 en el marcador. En caso de tablas, habrá desempate rápido el domingo.
Niepómniashi llevaba cara de funeral cuando se cruzó, camino del escenario pero como si fuera al patíbulo, con el embajador de España, Jorge Urbiola, en una soleada tarde en la capital de Kazajistán. ¿Habría sido capaz de dormir algo tras su dramática desgracia del miércoles, cuando omitió dos golpes ganadores que le hubieran puesto a medio punto del título?
Luego reconoció, durante la conferencia de prensa, que se había enfrentado a un dilema difícil en las horas previas al penúltimo asalto: los más eminentes entrenadores soviéticos recomendaban hace medio siglo que tras una derrota así de dolorosa había que buscar un empate corto y balsámico al día siguiente. Pero, por otro lado, esta era su última partida con blancas en el duelo (si no hay desempate), y tampoco era cuestión de tirar la iniciativa por la borda.
De modo que optó por luchar. El ambiente en el Sancta Sanctorum, el escenario circular donde solo pueden estar los árbitros y (durante los siete primeros minutos) los invitados especiales y fotógrafos, era electrizante, sobrecogedor incluso. El embajador, aficionado al ajedrez, lo definió así: “Es como si pudieras tocar una tensión tremenda en un silencio sepulcral”, y se puso muy contento al ver que, una vez más, Niepómniashi planteaba la Apertura Española, que debe su nombre al clérigo Ruy López de Segura, habitual en la corte de Felipe II, considerado como el mejor jugador del mundo en el siglo XVI.
Pero el eslavo no tardó mucho en mostrar que su valentía era harto mayor que su serenidad. Cometió otra vez el error de la víspera, que lastra su inmenso talento desde que, hace veinte años, asombró como uno de los adolescentes más prometedores del ajedrez ruso: no identificar las posiciones críticas, que requieren pensar más de lo habitual. Como le ocurre a otro deportista ruso eminente, el tenista Daníil Medvédev, Niepómniashi tiende a quitarse la tensión de encima tomando decisiones precipitadas en lugar de calmarse y reflexionar sobre cuál es la mejor.
Esa frivolidad provocada por los nervios pudo convertirse en catástrofe porque la ventaja de Ding era muy grande tras el lance vigésimo tercero del ruso. Pero hete aquí que la estabilidad emocional del asiático tampoco estaba como para desactivar bombas: el movimiento que hubiera consolidado una superioridad poco menos que decisiva era finísimo (De8 en lugar de De7) y requería tiempo para calcular todas las sutilezas. Ding también optó por echar balones fuera con rapidez; su ventaja no solo se evaporó sino que cambió de bando.
Pero esta vez no era tan grande. Y como Niepómniashi tampoco estaba para exhibir la precisión de un orfebre, el séptimo empate del duelo no tardó en firmarse, después de tres horas de lucha muy estresante para ambos. Ahora será Ding quien deberá deshojar una margarita hasta el sábado: intentar sorprender a su rival con una preparación de laboratorio y arriesgar en pos de la victoria, o nadar y guardar la ropa con el desempate rápido del domingo como segunda oportunidad.
Sea cual sea el desenlace, este primer Mundial sin Carlsen desde 2013 será recordado como uno de los más apasionantes desde que, hace medio siglo, los entrenadores soviéticos daban aquel consejo tan lleno de prudencia. El embajador se marchó impresionado: “He visto por dentro un mundo maravilloso, inimaginable desde fuera en toda su intensidad”.
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