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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Trasatlántico Rivera

El líder de Ciudadanos cruza el Atlántico para hacer campaña contra Pablo Iglesias

Albert Ciudadanos atiende a los medios este martes en Caracas, Venezuela. M. G. EFEFoto: atlas
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Puede que el mayor mérito de Albert Rivera consista en aparentar más tamaño del que tiene, como ocurre con los gatos que erizan su pelo en situaciones de riesgo. O como esos peces exóticos que se inflan para simular el aspecto de un monstruo marino.

El propio Rivera se "dopa" asumiendo como propio el linaje de Adolfo Suárez. Y consigue demostrar que Ciudadanos es un partido no ya necesario, sino determinante, fuera y dentro de España, por mucho que su peso en el Parlamento se haya demostrado precario en las soluciones al reciente proceso de investidura.

Pareciendo más de lo que es, Rivera ha logrado un extraordinario impacto en su viaje a Venezuela. No hasta el extremo de conseguir un tratamiento de mártir —Maduro lo ha ignorado—, pero sí con posibilidades de foguearse como estadista. Y de otorgar a la escala de ultramar un papel instrumental y una intención electoral.

La oposición venezolana ha convertido el revulsivo escénico de Rivera en munición refrescante contra el régimen agonizante y delirante de Maduro, pero la dialéctica del quid pro quo ha precipitado la apertura de una investigación parlamentaria que pretende demostrar la vinculación orgánica entre Podemos y el régimen chavista.

Es el botín que ha logrado Albert Rivera. Y el premio político de un viaje a las Américas cuyas razones filantrópicas se resienten de un embarazoso oportunismo. Rivera ha elegido viajar a Venezuela cuando más le convenía hacerlo, cuando más provecho podía encontrar en la escalada de su antagonismo a Pablo Iglesias.

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Resonancia mediática

Es legítimo hacerlo y hasta inteligente. Lo demuestra el fervor que le han concedido en Caracas y la resonancia mediática del viaje trasatlántico, pero la propia ventaja electoralista desdibuja la honestidad de las intenciones. O las frivoliza.

Ya sabemos que Maduro es la parodia de Chavez. Que el régimen bolivariano ha suspendido manu militari las garantías democráticas. Que el aislamiento geopolítico de Venezuela predispone a la capitulación del presidente. Y que la teoría de una conspiración internacional supone un placebo ridículo frente a la hondura de la crisis económica. Hace bien Rivera en recordarlo, provisto incluso de la ingenuidad de un monaguillo, pero el objetivo del viaje a Caracas obedece a intereses particulares. Hacerse un nombre en el extranjero. Y relacionar la agonía de Maduro en su delirio autoritario con el embrión político de Podemos. Rivera ha cruzado el Atlántico para atacar a Pablo Iglesias. Ha trasladado una antigua disputa conceptual —el podemismo bolivariano— a su contexto geográfico genuino, demostrándose que Ciudadanos comparte con el Partido Popular la aversión a "los radicales".

Interesa el matiz porque Rivera elige el flanco y el rival de un escenario enormemente polarizado, derivando incluso la versatilidad de la bisagra allí donde Mariano Rajoy la necesita para sucederse a sí mismo como presidente del Gobierno.

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