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Crimea echa el ancla a Rusia

Los dirigentes del territorio desgajado de Ucrania buscan inversores dispuestos a saltarse las sanciones a Moscú

Pilar Bonet
Una pantalla con una emisión de Vladímir Putin destaca sobre un puerto de Sevastopol, en Crimea.
Una pantalla con una emisión de Vladímir Putin destaca sobre un puerto de Sevastopol, en Crimea.PAVEL REBROV (REUTERS)

En un restaurante junto al mar, los jefes de Crimea (el primer ministro de la península, el gobernador de Sebastopol y el representante de Vladímir Putin) desayunaban esta semana con dos docenas de extranjeros, políticos, empresarios y periodistas, asistentes a un foro económico cerca de Yalta, e intentaban persuadirlos de que invertir en la península del mar Negro tiene futuro, pese a las sanciones impuestas a Rusia por EE UU y la UE por la anexión del territorio en 2014.

“Estoy dispuesto a reuniones privadas sin [representantes de la] prensa para explicar nuestras ventajas”, afirmaba Serguéi Axiónov, primer ministro de Crimea, reacio a revelar en público la forma de esquivar las sanciones. Entre el café y los zumos, un empresario francés y un abogado suizo admitían que la vía del negocio en Crimea pasa por firmas domiciliadas en Rusia. Un próspero emprendedor local confirmaba después que compañías europeas y turcas actúan así desde Moscú.

Mapas con una nueva frontera

La adaptación de Crimea a Rusia se refleja en los nuevos mapas de la región editados en Moscú, que recogen la nueva versión rusa de sus fronteras y se venden en las papelerías de Simferópol. Con la adaptación desaparecieron los diarios en lengua ucraniana, fueron bloqueados los canales de televisión de Ucrania y cerrado el canal tártaro local ATR.

De los inadaptados, unos se fueron por su iniciativa propia y otros fueron vetados de forma preventiva, como los líderes tártaros Mustafá Dzhemilev y Refat Chubárov. Las actividades del Mejlis, el órgano directivo de la comunidad tártara local, han sido suspendidas esta semana por la fiscal de Crimea en espera de que un tribunal declare "extremista" a la organización y la prohíba.

Los inadaptados no son solo ucranios o tártaros. Alegando una formalidad burocrática, la nueva universidad de Crimea ha excluido a Vladímir Kazarin, respetado jefe de cátedra de filología rusa en la universidad Taurida de Simferópol, que se ha disuelto en la nueva institución.

Los equipos de fútbol de Crimea (algunos de primera división en Ucrania en el pasado) también se adaptan. En su caso, a una liguilla peninsular creada como alternativa a la liga rusa, que la FIFA les ha vetado porque para para esta institución Crimea sigue siendo Ucrania.

Muestra de la adaptación (al déficit de energía) son los generadores eléctricos, que se ven por ejemplo en los cafés de Simferópol. Para compensar el bloqueo eléctrico ucraniano, Rusia ha tendido ya tres de las cuatro líneas necesarias para igualar la potencia desaparecida.

La dependencia rusa de Crimea se ha acelerado desde el pasado otoño. En septiembre, activistas tártaros bloquearon el tráfico de camiones y el abastecimiento eléctrico desde el territorio continental de Ucrania. En noviembre, Kiev legalizó el bloqueo del transporte de mercancías. Tras el derribo de uno de sus cazas por Turquía, Rusia prohibió las mercancías turcas (también en Crimea).

El cese del aprovisionamiento por el norte, desde Ucrania, y por el mar Negro, desde Turquía, benefició a los productores rusos de la zona del Kubán, pero también disparó los precios de las mercancías que llegan en transbordadores por el estrecho de Kerch. Este medio de transporte, dependiente de la marejada, será sustituido por un gigantesco puente, bajo el cual deberán pasar los buques que entran y salen del mar de Azov. La construcción de los pilares del puente ha comenzado en varios puntos, incluida la isla de Tuzla, motivo de conflicto entre Rusia y Ucrania en 2003. El puente se inaugurará el 18 de diciembre de 2018, según el representante presidencial, Oleg Beláventsev. “Con ustedes o sin ustedes haremos lo que proyectamos, pero mejor con ustedes”, sentenció el funcionario.

Esencial para el anclaje de Crimea en Rusia, el puente contempla el tránsito por carretera y por ferrocarril (esto último en 2019) y permitirá el paso de 48.000 automóviles al día, además de reducir el tiempo del trayecto entre Moscú y Crimea de 35 a 18 horas (con ayuda de un desvío del tendido férreo tradicional para evitar el territorio ucranio). El puente, de 19 kilómetros de longitud, costará más de 4.000 millones de dólares (3.545 millones de euros).

En Crimea se ha producido una adaptación a la nueva realidad. Los dirigentes locales hacen como si Ucrania fuera solo un vecino molesto que no podrá evitar que los occidentales acaben invirtiendo en la península e incluso reconociéndola como parte de Rusia. A nadie le importa aquí que el nuevo Gobierno de Ucrania, dirigido por Volodymyr Groysman haya creado un “ministerio para los territorios ocupados” (Crimea y parte de Lugansk y Donetsk).

Cerca de dos millones de personas, en su mayoría rusos, viven en Crimea. Parte de la comunidad tártara (la más antigua de la región) y ucrania se ha marchado en los dos últimos años. El apoyo a Putin sigue siendo masivo, pero hay quien se desencantó al descubrir que el funcionariado ruso rivaliza en corrupción con el ucranio y que la Administración moscovita es más rígida y piramidal que la de Kiev. Pero ni el desencanto ni los problemas económicos, como la inflación y la reducción de salarios, cuestionan el apoyo a la madre Rusia.

El pragmatismo se impone. Rusia obligó a los funcionarios a renunciar a la ciudadanía ucrania, pero los crimeos de a pie, en su mayoría, conservan el pasaporte ucranio además de haber obtenido el ruso y los utilizan según las circunstancias. Con los documentos ucranios, visado mediante, pueden desplazarse por Occidente. Con los expedidos por las autoridades rusas de Crimea, están vetados en Ucrania y Occidente, pero viajan por la ancha Rusia.

Además, Crimea amplía el aeropuerto de Simferópol y espera 7,5 millones de turistas este año (en 2015 fueron cinco millones). La región puede beneficiarse de la prohibición de viajar al extranjero impuesta al Ejército y la policía y de la interrupción de los vuelos chárter a Turquía y Egipto.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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