Molenbeek contra su pasado yihadista
Los habitantes del barrio se desvinculan del terrorismo y claman contra la discriminación
Molenbeek amanece con la vista puesta en un horizonte más allá del yihadismo. Junto al último escondrijo de Salah Abdeslam en este barrio de mayoría musulmana de Bruselas resonaba este sábado un coro de voces femeninas. "Oraciones y salvación para el mensajero de Alá", cantaba en árabe el grupo de mujeres ante el portal de una pareja que se casaba en la calle de Quatre-Vents, la misma de la que apenas unas horas antes el hombre más buscado de Europa salía herido y detenido. El terrorismo no siempre puede con la normalidad.
El día después de la detención de Abdeslam, uno de los organizadores y ejecutores de los atentados de París que costaron la vida a 130 personas, las autoridades belgas seguían felicitándose por el éxito de la operación con la misma fuerza que México tras atrapar al Chapo Guzmán o Estados Unidos tras matar a Osama bin Laden. Aunque arropadas por la fuerte implicación francesa en las operaciones, habían acallado las voces que señalaban su incompetencia en la lucha antiterrorista. Mientras, el barrio de Molenbeek, situado al noroeste de la ciudad, a apenas 20 minutos a pie de la zona más turística de Bruselas y a nueve paradas de metro de las instituciones europeas, despertó sabiéndose aún el centro de todas las miradas.
Allí quedaban todavía, ante el último refugio de Abdeslam en el barrio en que creció, restos de un despliegue policial que servía para recordarles su condición de patito feo de una capital de la que en ocasiones se sienten lejanos y con la que solo parecen compartir espacio. "Antes de una entrevista de trabajo siempre aviso de que soy musulmana para evitar darme el paseo para nada", señala desde el sofá de su casa la española María Victoria Mascuñano, conversa al islam, que desde hace tres años vive en el distrito, a apenas 300 metros de la última guarida de Abdeslam.
La hija del barbero, como todavía la conocen en el pueblo manchego de Viso del Marqués en que nació y ha vivido la mayor parte de su vida, porta hiyab y ha cambiado de hábitos por sus creencias: no da la mano a los hombres que no sean de su familia, y ha pasado de practicar kárate, escuchar música heavy y beber alcohol ocasionalmente a la abstinencia y las canciones islámicas Anchid, en las que no se usan instrumentos.
Hoy, a sus 41 años, vive junto a sus tres hijas —que aprenden español, francés y flamenco—, y su marido, Mohammed Adnani, religioso marroquí ahora en paro. Para él, que fue imam en Valdepeñas y ha frecuentado ya la mayoría de las 24 mezquitas de Molenbeek, la radicalización no se produce entre sus paredes, sino a través de redes sociales. "Se han juntado dos cosas, la ignorancia y la exclusión", dice buscando explicaciones a la presencia yihadista. Pese a vivir en un distrito del que han salido algunos de los autores de los atentados de París y en el que se quejan de la suciedad, el trapicheo con drogas y la falta de servicios, afirman sentirse más aceptados que en el resto de la ciudad, por donde Mascuñano se mueve por su trabajo como limpiadora y cocinera para algunos funcionarios de la Unión Europea.
Frente a la casa del terrorista, que llevaba más de cuatro meses huido de las autoridades, alguno de los vecinos recordaba los momentos más tensos de la caza y captura del yihadista gesticulando ostentosamente ante una audiencia que atendía con un interés en ocasiones escéptico ante la grandilocuencia de la historia. "Cuando empezaron los tiros un amigo y yo nos escondimos en su coche agazapados en los asientos", recordaba Khalid, de origen marroquí, mientras simulaba disparar un arma.
Pero no todo eran recuerdos sobre la operación antiterrorista. La policía que hacía guardia frente a la casa intervino cuando un hombre encapuchado y con un pañuelo que le cubría la cara sacó una bandera palestina justo detrás de un periodista que realizaba una retransmisión televisiva. Un agente vestido de paisano le quitó la bandera y se lo llevó esposado entre insultos a Israel. Los habitantes del distrito insisten en que son rehenes de una minoría de radicales culpables de la estigmatización de Molenbeek. "Imagínate que voy con mi hijo y empieza un tiroteo. Podemos ser víctimas. Ningún musulmán quiere esto", añade Khalid. Unas 2.500 personas homenajearon en el barrio a los asesinados en París pocos días después de los ataques.
Un barrio joven
De entre los alrededor de 100.000 vecinos de Molenbeek — con una importante comunidad marroquí— los jóvenes son mayoría. La media de edad ronda los 34 años y algunos adolescentes se acercaban a la zona de la operación con curiosidad. Cuatro de ellos, amigos del barrio de 15 años, expresaban como deseo convertirse en cirujano, arquitecto, dueño de un concesionario y futbolista. "¿Messi es así de alto?", preguntaba uno de ellos con sincera curiosidad poniendo la mano a metro y medio del suelo. También bromeaban con otras profesiones de las que han oído hablar mucho en Molenbeek: "Yo terrorista. Tú futuro desempleado".
La tasa de paro en el barrio es superior a la del resto de la ciudad, y está en torno al 30% —del 40% entre los jóvenes—. Para Ben Talbi, vecino de la zona durante 20 años, la falta de oportunidades está detrás de muchos casos de radicalización: "Hace falta trabajo. Son jóvenes olvidados a los que hemos dejado de lado y que han sido manipulados porque no tenían nada que hacer".
Al saberse perseguido y acorralado tras la redada de este martes en Forest, en la que murió uno de los yihadistas que le acompañaban, Abdeslam regresó al lugar en que creció en busca de un escondite y ayuda logística. Había dejado en evidencia a las fuerzas de seguridad belgas escapando de redadas en Molenbeek, Schaerbeek y Forest, pero esta vez no le iba a ir bien. Salió con una pierna herida y un billete para la cárcel de Brujas, donde esperará hasta saber si es extraditado a Francia como ha solicitado el Gobierno galo o se queda en Bélgica como ha pedido él mismo a través de su abogado. Tras reconocer su participación en el comando de París es un hecho que vivir tras las rejas de una prisión es su destino. El de Molenbeek, el barrio que vio su conversión de delincuente a terrorista, está por construir.
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