La tentación de sí mismo
El gobierno más exitoso del populismo latinoamericano acaba de perder el referéndum que convocó porque su jefe no se resignaba a dejarle su lugar a otro
Los pierde eso que alguien llamó, tiempo atrás, la tentación de sí mismos: “Ese momento en que miran alrededor, miles de cabecitas allá abajo, y piensan pobres, qué sería de todos ellos si no estuviera yo. O, incluso: qué habría sido de todos ellos si yo no hubiese estado. O, si acaso: qué será de todos ellos cuando yo ya no esté. O quizá piensen ay, qué duro ser el único que. O tal vez, quién sabe: ¿por qué será que sólo yo lo puedo? Lo cierto es que, piensen lo que piensen, creen que el estado –de las cosas, de los cambios, de su ¿revolución?– es ellos y que sin ellos nada. Entonces, se contradicen en lo más hondo y ceden –gozosamente ceden– a la tentación de sí mismos”.
El gobierno más exitoso –el más serio, el más auténtico– del populismo latinoamericano acaba de perder el referéndum que convocó porque su jefe no se resignaba a dejarle su lugar a otro. Después de diez años de gobierno y elecciones triunfales, Evo Morales cayó en la trampa y se llevó su primera derrota. Su partido sigue siendo el más fuerte, pero ahora su candidato para las próximas presidenciales no será una elección sino un sustituto, una opción de segunda, sospechosa de marionetazgo y pasible de perder por ello. Lo mismo que le pasó a Cristina Fernández en la Argentina, sin ir más lejos.
Más allá de resultados, lo curioso es que lo intenten una y otra vez. Que señoras y señores que se llenan la boca con pueblos y militancias y movimientos sean incapaces de confiar en sus pueblos y sus militancias y sus movimientos: que se pasen años en el poder sin conseguir –sin querer– formar a quienes puedan reemplazarlos, anulando a quienes pudieran reemplazarlos, como si la condición de existencia de sus políticas fueran sus personas. Como si no pudieran aceptar la primera regla de la democracia verdadera: que no hay reyes sino delegados. Que nadie es indispensable, que importa el colectivo tanto más que el individuo.
Hablan de izquierdas; frente a los diversos intentos –incipientes, difíciles– de cambiar las formas de hacer política, su voluntad de control y su personalismo los sitúan en la derecha más conservadora. Da argumentos a sus enemigos, los enfrenta con sus sociedades, los derrota, y ni así se resignan a confiar en los suyos: es más fuerte que ellos, hombres fuertes –aunque sean mujeres. Hablan de izquierdas; si hay que buscarles parentescos, quizá sea más fácil encontrarlos con un partido español que está a punto de perder el gobierno porque su jefe no quiere dejárselo a sus compañeros: lo más rancio de la política más rancia.
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