Escocia vota sobre tres siglos de historia
El referéndum decide sobre el futuro de Reino Unido y marca el paso para otros soberanismos
“Mi corazón me dice que me gustaría que Escocia fuera independiente. Pero la cabeza me dice que hay muchas incógnitas, muchas preguntas sin respuesta, muchos sinsentidos. Por eso voy a votar no”, explica Bill Cumming, un militante laborista del barrio obrero de Leith, en el norte de Edimburgo, que vive ahora en los Scottish Borders, en la frontera entre Inglaterra y Escocia.
De gente como Cumming depende que esa frontera ahora imaginaria se convierta en real tras el referéndum de independencia que se vota este jueves en Escocia, cuyos resultados se conocerán el viernes por la mañana. Si muchos laboristas piensan como él, la unión, forjada hace más de tres siglos, quedará a salvo. Pero si hacen caso de lo que les dice el SNP, el Partido Nacional Escocés, de que tienen en sus manos una ocasión quizás irrepetible de sacarse de encima para siempre a los conservadores en una Escocia independiente, Alex Salmond obtendrá un mandato político para empezar a negociar la independencia.
El referéndum ha galvanizado a Escocia: el 97% de la población con derecho a voto se ha registrado para poder ejercerlo y se espera una participación de más del 90%.
Los sondeos no son concluyentes. El último, publicado el miércoles por la tarde por Ipsos-MORI, otorga el 51% al no y el 49% al sí. Los de la víspera se inclinaban también por el no, pero con el sí recortando distancias y tan cerca ya que no hay un pronóstico fiable.
Las casas de sondeos pueden ser la primera víctima del referéndum. Martin Boom, director de la consultora ICM, cree que los que predicen una gran igualdad pueden estar equivocados y que puede haber un resultado muy claro. Pero no ha dicho a favor de quién. Parece inclinarse por la victoria del no al subrayar, como muchos, que hay “un voto oculto del no” de gente a la que le da vergüenza decirlo.
Muchos de ellos deben de estar en Edimburgo. Es la gran ciudad burguesa y conservadora de Escocia, pero en las ventanas solo se ven carteles del sí y es raro toparse con gente haciendo campaña por el no. Jim Glass es la excepción. Exempleado de banca recién jubilado a sus 58 años, reparte folletos en el próspero barrio de Brintsfield, al sur de la capital. Se ha unido a la campaña a última hora “porque los sondeos están casi empatados y creo que este país tiene que seguir unido”.
Laborista de toda la vida, Glass teme que el sí puede ganar. “Hay muchos nuevos votantes y cuando vayan a votar y lean en la papeleta si creen que Escocia debería ser un país independiente pensarán: ‘Bueno, ¿Escocia es un país? Sí. ¿Los países son independientes? Sí.’ Pero si ganara el sí me quedaría consternado. Totalmente consternado. Creo que sería un error muy, muy serio”.
El profesor Michael Keating, director del Centro Escocés sobre el Cambio Constitucional, cree que el auge del sí se debe “a la desastrosa campaña del no y a que el sí está sobre el terreno”. Los independentistas han estado en los miles de debates vecinales celebrados en Escocia sobre la independencia. “En muchos de esos debates, los del no ni siquiera estaban. Han hecho la guerra aérea: bombardear. Y la historia reciente de los conflictos militares nos ha enseñado que no se puede ganar una guerra desde el aire, tienes que estar sobre el terreno”.
“La campaña del no ha sido increíblemente incompetente, demasiado negativa. Una amenaza es efectiva, dos ya no tanto y tres amenazas eliminan a las dos primeras porque la gente ya no te cree. Vas a perder la libra, te van a echar de la UE, tu economía y los bancos se van a desplomar, te vas a quedar sin defensa, los terroristas van a venir aquí… Todo eso no tiene ninguna credibilidad”, continúa el profesor.
“La campaña del sí ha sido extremadamente positiva: Escocia sería económicamente más próspera, socialmente más justa, un país que trabajará con sus amigos a través de la UE. Soy optimista”, sintetiza Angus Robertson, jefe del grupo parlamentario del SNP en los Comunes.
Robertson se lo piensa un poco antes de responder sobre las presiones de última hora de la banca y las grandes superficies británicas alertando sobre las consecuencias de la independencia. “La decisión en este referéndum la van a tomar los escoceses y es acerca de nuestro futuro democrático como sociedad. Ha habido muchas historias para meter miedo que han sido promovidas por el Gobierno en Londres, para atemorizarnos. Estoy seguro de que cuando la gente reflexione sobre nuestra optimista propuesta, el sí ganará”.
A la campaña se ha sumado gente como Martin Murphy, un trabajador social que desde hace tres años dedica sus días libres a repartir propaganda del sí en Leith e intentar convencer a los indecisos.
Escenario de la mítica película Trainspotting (Danny Boyle, 1996), Leith es todavía un barrio muy pobre y ahí ha calado el mensaje de transformación social vendido por los independentistas. “El movimiento de base ha estado trabajando puerta a puerta, persona a persona. Y la gente, la clase obrera, se siente comprometida de nuevo con la política, hablan los unos con los otros. Es algo muy bonito que no ocurre en la política nacional”, asegura Murphy.
Marj Gibson, una militante del SNP que en su perfil de Twitter se define como “madre trabajadora de dos hijos de Edimburgo” y parece estar al frente del tenderete independentista en Leith, admite que “a algunos les preocupan las cuestiones económicas y a otros no le gusta Alex Salmond y por eso no quieren votar sí”. “Pero no se trata de él. En este referéndum tiene un solo voto, igual que yo. Esto es sobre el futuro constitucional, no sobre un partido político o una persona. No son unas elecciones”.
Eso es exactamente lo que ha intentado propagar el no en las últimas semanas: “Esto no son unas elecciones. Si gana la independencia no hay vuelta atrás”, ha alertado varias veces el primer ministro, David Cameron. Ahora, todo está ya en manos de los votantes escoceses. O más bien en su corazón y en su cabeza.
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