Las denuncias de espionaje a Merkel sitúan a Obama en una encrucijada
La asesora de Seguridad Nacional del presidente Obama afirma que este ignoraba la intervención del teléfono de Merkel
La acusación del indignado Gobierno alemán de que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de EE UU intervino el teléfono móvil de la canciller, Angela Merkel, puede forzar al presidente Obama a tomar una decisión que ha evitado durante años: si continuar o no con el viejo juego de espiar a los amigos de Estados Unidos y arriesgarse a minar la cooperación con importantes socios para seguir a los terroristas, dirigir la economía mundial y frenar el programa nuclear iraní.
La presión para que tome la decisión aumenta día a día, ya que, ante revelaciones similares, algunos de los más estrechos aliados de Estados Unidos han pedido explicaciones a Washington acerca del alcance y la sofisticación de su espionaje electrónico. Dentro de la Administración, el asunto ha desencadenado un intercambio de reproches entre bastidores entre la Casa Blanca y los servicios de espionaje a propósito de en qué medida los altos funcionarios de la Casa Blanca recibieron información sobre qué líderes mundiales estaban siendo vigilados.
Las primeras protestas ante Washington llegaron a través de una airada llamada telefónica a Susan E. Rice, asesora de Seguridad Nacional del presidente, por parte de su homólogo alemán, Christoph Heusgen
“Hacer algo solo porque es posible, en lugar de preguntarte si deberías hacerlo, es un error de juicio colosal”, zanja un alto cargo con una larga experiencia en Europa. Un veterano miembro de la Administración declinó hacer declaraciones sobre lo que Obama sabía o no sabía de las escuchas al móvil de Merkel, pero sí afirmó que el presidente “no considera que estemos en el terreno correcto”.
La tensión con Alemania aumentó la semana pasada después de que el semanario alemán Der Spiegel proporcionase a altos cargos del país evidencias de la intervención del teléfono móvil. Las primeras protestas ante Washington llegaron a través de una airada llamada telefónica a Susan E. Rice, asesora de Seguridad Nacional del presidente, por parte de su homólogo alemán, Christoph Heusgen.
Según fuentes alemanas, durante la llamada Rice insistió en que Obama desconocía la intervención del teléfono de Merkel, y dijo que en este momento no estaba siendo espiado ni lo sería en el futuro. Pero de acuerdo con altos funcionarios estadounidenses que conocen la conversación, Rice no habría reconocido que la vigilancia tuvo lugar, aunque no pusiera en duda las pruebas de los alemanes, que alcanzan hasta la presidencia de George W. Bush.
Si, como afirma Rice, el presidente desconocía el espionaje, se plantea la cuestión de por qué no fue advertido, sobre todo después de las tensiones que se despertaron a comienzos de año tras las primeras revelaciones de Edward J. Snowden, el exempleado de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA por sus siglas en inglés), sobre las operaciones de espionaje estadounidenses en Alemania.
El espionaje entre aliados no es ninguna novedad: la frase del Secretario de Estado Henry L. Stimson, citada con frecuencia, de que “los caballeros no leen la correspondencia de otros” apenas era cierta cuando la pronunció en 1929, y el propio Stimson intervino más tarde en el incumplimiento de los códigos durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero la sensación es particularmente intensa en el caso de un país como Alemania, que ha sido crucial para numerosas operaciones de espionaje estadounidenses. La BND, la principal agencia de inteligencia alemana, ha perseguido a sospechosos de pertenecer a células terroristas y fue decisiva para obtener información de un científico iraní cuyo disco duro reveló documentos que levantaron fuertes sospechas de que Irán estaba trabajando en el diseño de una cabeza nuclear. Eso desempeñó un papel de apoyo en el intento de paralizar el programa iraní de enriquecimiento de uranio mediante el uso de un arma cibernética.
Francia ha mantenido activo un programa de espionaje industrial dentro de EE UU para robar secretos tecnológicos estadounidenses
Un portavoz del director de la inteligencia nacional, James R. Clapper hijo, no quiso hacer comentarios acerca de las disputas entre Estados Unidos y Alemania a propósito de las relaciones entre los servicios de inteligencia de ambos países.
En el pasado, Alemania ha tratado de alcanzar un acuerdo similar al convenio que Estados Unidos tiene con Gran Bretaña y otros tres aliados de habla inglesa, el cual prohíbe el espionaje entre ellos.
Hasta ahora, el Gobierno de Obama se ha resistido a firmar un tratado así con los alemanes, que han mostrado públicamente su interés por un pacto de no espionaje, en parte porque otros países le exigirían un compromiso similar. Pero las revelaciones de los últimos días han tensado tanto las relaciones entre Washington y Berlín que ese cálculo parece estar cambiando, especialmente porque los funcionarios estadounidenses tienen dificultades para defender de manera creíble que Estados Unidos pueda beneficiarse en algo por el hecho de espiar a los altos funcionarios alemanes.
En el pasado, ha habido dudas sobre lo que Estados Unidos podría conseguir gracias a la firma de un acuerdo de no espionaje con los alemanes. Hace unos años, Dennis C. Blair, por entonces director del espionaje estadounidense, mantuvo unas conversaciones con funcionarios franceses sobre un pacto similar entre Estados Unidos y Francia, en parte porque pensaba que ese acuerdo podría reportar beneficios prácticos: permitiría que el FBI y otras agencias de contraespionaje empleasen en tareas más productivas los pocos recursos dedicados a intentar dar caza a los espías franceses infiltrados en Estados Unidos.
Blair hizo la propuesta a pesar del hecho de que se cree que los franceses han mantenido activo un programa de espionaje industrial dentro de Estados Unidos que ha estado trabajando con ahínco para robar secretos tecnológicos estadounidenses. Y los agentes y exagentes del espionaje estadounidense afirman que los alemanes son mucho menos agresivos dentro de Estados Unidos que los franceses.
Los funcionarios del Gobierno dicen que la NSA, en su intento de crear una red mundial de recogida de datos que pueda llegar hasta cualquier país, rara vez ha sopesado el precio político que a largo plazo tienen algunas de sus operaciones. La duda de si conviene firmar esa clase de acuerdos recíprocos con los aliados es una de las preguntas que esperan abordar dos evaluaciones diferentes por parte del Gobierno de las prácticas de espionaje del NSA.
Una se está llevando a cabo dentro del Consejo Nacional de Seguridad. La otra la han puesto en marcha cinco miembros de un grupo de inspectores externos creado por Obama tras las revelaciones hechas por Snowden.
En dicho grupo se encuentran Richard A. Clarke, que trabajó para los Gobiernos de Clinton y Bush, y se ha convertido en un experto en ciberconflictos; Michael J. Morell, un antiguo director adjunto de la CIA; y Cass Sunstein, quien dirigió la oficina de Asuntos Informativos y Normativos en la Casa Blanca de Obama antes de volver a la Facultad de Derecho de Harvard.
Dos destacados académicos especializados en derecho también forman parte del grupo: Peter Swire, un experto en leyes de privacidad, y Geoffrey R. Stone, experto en derecho constitucional y exdecano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago, donde enseñó Obama.
Los asesores están analizando diversos asuntos, desde la recogida de “metadatos” sobre las llamadas y las búsquedas en Internet realizadas por los estadounidenses hasta la vigilancia a la que son sometidos los países aliados y sus dirigentes.
© 2013 The New York Times News Service.
Traducción News Clips / Paloma Cebrián
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.