El autobús nocturno
El WorldPride, que son como esas olimpiadas que la ciudad nunca consiguió organizar
Para mí el verano ha empezado llegando con retraso al concierto de Alejandro Sanz en el Vicente Calderón. Sanz cantaba Corazón Partío y la sensación en el estadio era un solo corazón, porque todos acompañaban a Alejandro en su interpretación o más bien era Alejandro quien se unía al público. Casi al final del concierto y después de comprobar que Niña Pastori debería estar incluida en la lista de las mejor vestidas y más emocionadas, Javier Sardà y yo coincidimos en que el verano, el amor y la nostalgia son un cóctel perfecto.
El after show del cantante lo fue también. Estaban desde Pablo Alborán a Eugenia Martínez de Irujo, no podías encontrarte en mejor sitio la noche de San Juan. Había de todo (aperitivos muy creativos como queso parmesano en forma de piedras de río), menos taxis de regreso. Hartos de esperar, mi amiga Victoria Martín Berrocal y yo subimos al autobús nocturno para volver a casa. Y fue genial. No puedo asegurar hace cuánto tiempo que Victoria no usa el transporte público pero nuestra emoción, entre sincera y canalla, incluso agitanada, se transfirió a los viajeros y empezó el intercambio cultural, de una fuerza que para sí quisieran Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para su comunión de las izquierdas. Unas chicas pidieron que les criticáramos su vestuario y Victoria y yo les hicimos un máster de tuneo que levantó una ovación en el autobús en plena curva. Nunca he hecho más amistades sobre ruedas. “Madrid es una madre”, dijo un joven de aleonadísima cabellera sin gomina.
Al día siguiente, las temperaturas bajaron y Raffaella Carrà también descendió por las escaleras del jardín de la Embajada de Italia. El icono pop salió a saludar a los presentes antes de recibir el premio que el WorldPride le otorgó como amiga, compañera, musa del movimiento LGTBI a través de sus canciones, sus cuerpos de baile y su “favoritismo por la libertad y el amor. He vivido mucho”, dijo a pie de escalera y vestida de Versace. “Lo que importa es el amor”, zanjó ante el griterío. De esa manera quedó inaugurada la semana del WorldPride, que son como esas olimpiadas que la ciudad nunca consiguió organizar. Un baño de respeto, diversidad y todas esas palabras que hemos acuñado durante años para venir a decir lo mismo que Raffaella: lo que importa es el amor.
En un país que le encanta bautizar en inglés desde causas sociales hasta tramas corruptas, el WorldPride se ha convertido, en un plis plas, en una palabra más de nuestro vocabulario. Hasta Dolores de Cospedal me preguntó, a vuela pluma en una calle del barrio de Salamanca, cómo estaba preparando mi pregón. No podía explicarle, porque no lo sabía, que minutos antes de darlo, viviría un momento cinematográfico atravesando la Gran Vía madrileña del brazo de una sonriente Ana Belén, como dos enamorados protegidos por la ciudad. “Hacemos de la reivindicación una fiesta y de la fiesta una reivindicación”, dije. Aunque es un éxito de convocatoria, la idea del Orgullo Gay puede despertar recelos. En una reunión, Mario Vargas Llosa nos reconoció: “El WorldPride demuestra cuanto ha cambiado España en 30 años”.
Así es. Las fronteras de la sociedad civil no hacen más que extenderse y aproximarnos a lo que entendemos como más civilizado. En medio de una agenda repleta, los 20 años del programa de TVE Corazón, corazón y el aniversario de la película Amor de hombre con Loles León, citas con Cristina Cifuentes y con la alcaldesa Manuela Carmena, surge un pequeño milagro. Dora Postigo Bosé, la hija de Bimba, ofrece un concierto en un salón del Hard Rock Café. Dora tiene 13 años, su tuit pidiéndonos que no lloráramos la muerte de su madre sacudió a casi todos. En su debut como artista, estableció que en el nuevo siglo ya no existe la precocidad: eres lo que vas a ser desde el momento en el que lo decides. Fue impactante observar a las amigas y seguidoras de Dora, de su misma edad, asistiendo también a su primer concierto. Nos emocionó cuando interpretó una balada que Bimba compuso para David, como dijo ella refiriéndose al también fallecido diseñador David Delfín. Pero las lágrimas no eran amargas porque el mensaje de Dora, como el de Raffaella y el de Alejandro, era sobre el amor. Que no solo es lo importante, es lo que junto a la libertad marca tu historia y también la universal.
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