Ofrécese útero
Debatamos, de acuerdo. Pero llamemos a las cosas por su nombre. Gestar es el único poder exclusivo de las mujeres. Y no es gratuito
He estado preñada dos veces. Dos bombos de libro. Procesos sin más contratiempo que la tormenta física y emocional que conlleva una gestación para una mujer del Primer Mundo. Náuseas. Hinchazón. Miedo. Cansancio. Incertidumbre. Apatía, hiperactividad, lloreras, euforia. Ochenta semanas en vilo culminadas con dos partos a pelo con los que aún sueño. Ni me quejo ni me pavoneo. De aquellos polvos y lodos me quedan dos hijas como dos soles, dos paupérrimos pechos de la propia mala leche y una telaraña de estrías en la tripa arruinándome el biquini de por vida. Una de tantas.
Esta semana, en el complejísimo debate sobre el uso de úteros ajenos por parte de terceros para gestar a los hijos que quieren y no pueden, me ha maravillado una palabra. La proposición de Ciudadanos para regular esta práctica contempla el carácter “altruista” de la misma. ¿Altruqué? ¿Alguien cree en serio que hay la suficiente cantidad de mujeres mayores de 25 años, con estabilidad económica y un hijo ya gestado, deseosas de ofrecerse como incubadoras a cambio del gasto médico y una compensación por las molestias por amor al prójimo? Y, ya puestos, ¿cuál sería esa contraprestación? ¿El sueldo mínimo, el acuerdo entre las partes, el euríbor?
Debatamos, de acuerdo. Pero llamemos a las cosas por su nombre. Gestar es el único poder exclusivo de las mujeres. Y no es gratuito. Llevar dentro el hijo de otros, sentirlo en tu seno, parir lo que es carne de tu carne y sangre de tu sangre para dárselo a sus padres —o no— genéticos mediante un contrato con cláusulas y obligaciones se llama alquilar tu vientre. Cuando se retuerce tanto el lenguaje como para recurrir al eufemismo del eufemismo es que quizá todos tenemos problemas de conciencia al respecto. Puede que haya alguna altruista. No me lo creo. Pero igual soy yo, que soy mazo egoísta, que me dicen mis hijas adolescentes. Cría cuervas.
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