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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bolivia, Baviera, Badajoz y los Estados Pontificios

Hagan juego, España descubre la plurinacionalidad

Jorge Marirrodriga
Coronación de Pío II en Siena.
Coronación de Pío II en Siena.Getty Images

Poner los sentimientos sobre la mesa de la discusión política es una fórmula segura para enredarlo todo. Cuando los sentimientos entran por la puerta, la razón salta por la ventana o se encarama al alféizar por si acaso. Y pocas cosas apelan tanto a los sentimientos como el concepto de nación.

Frente al frío y poco atractivo Estado —entidad jurídica que organiza el mundo en que vivimos y cuya suma forma la comunidad internacional—, la seductora y emocional nación es algo complicadísimo de definir. Cuando Patxi López se puso como Cristo a orillas del mar de Tiberíades y preguntó aquello de “Pedro ¿tú sabes lo que es una nación?”, el actual secretario general del PSOE —en vez de soltarle un “dínoslo tú, que has sido lehendakari de los vascos y las vascas”— salió como pudo con un “pues es un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo en Cataluña, por ejemplo en País Vasco, por razones culturales, históricas o lingüísticas”. Eso, un sentimiento.

Y al igual que en las películas siempre hay alguien que dice: “¿Para qué sirve este botón rojo?” y luego lo aprieta, nos está sucediendo lo mismo con el concepto de nación. No somos capaces de ponernos de acuerdo en lo que es, pero, al parecer, sabemos que somos —o que queremos— muchas. A la baraja ibérica se acaba de incorporar una nueva carta ganadora: la plurinacionalidad. ¿Significa que en el Estado hay varias naciones? ¿O que un individuo puede pertenecer a varias naciones? ¿Y a dos Estados y una nación? ¿Todo lo anterior? ¿Nada? Ni idea. Ya lo iremos viendo sobre la marcha, que es una cosa muy nuestra y muy de aquí, sean lo que sean “nuestra” y “aquí”.

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La plurinacionalidad está produciendo conceptos fantásticos. Adriana Lastra, vicesecretaria general del PSOE, ha afirmado: “Asturias es un Principado de Asturias, pero sin embargo nosotros somos un Reino y usted sabe perfectamente que Reino y Principado son dos formas de gobierno distintas”. No. Un servidor no lo sabe. Ni perfectamente ni medio bien, salvo en el caso de que cuando la señora Lastra hable de Principado se refiera a Tronos, Principados y Potestades, en cuyo caso merece una ovación. Luego vienen ejemplos parejos de plurinacionalidad: Bolivia y Baviera. Para completar la terna falta Badajoz, que también empieza con B. Pero esta caja de Pandora ya estaba abierta. Hay mapas de la transición incluyendo un “país toledano”, en 1981 Segovia buscó la autonomía. Un siglo antes, Cartagena fue cantón. Y, claro, los de Bilbao nacen donde quieren.

El sentimiento de nación no puede ser la guía de la acción política. Si este modo de actuar se considera aceptable vamos al disparate. “Mi patria más íntima es la Iglesia”, decía el cardenal Ratzinger. Pero cuando se convirtió en Benedicto XVI no dedicó sus esfuerzos a restaurar los Estados Pontificios, aunque a la vista de cómo está gestionando —es un decir— la Ciudad Eterna su alcaldesa populista, tal vez no hubiera sido una mala idea.

Seamos sinceros y no sentimentales. Esto no va de naciones, sino de Estados.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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