El precio de la incultura científica
Médicos, farmacéuticos, universidades y políticos deberían buscar vías para expulsar a los charlatanes de la vida pública
El cambio climático es una patraña inventada por los chinos. Las vacunas provocan autismo. El alma se trasplanta. La energía eólica es mala para la salud. Fumar no es malo para la salud. Las terapias alternativas, que incluyen homeopatía o reiki, curan el cáncer.
Estas afirmaciones son absolutamente falsas. No hay una sola prueba científica de que sean ciertas. De hecho, cientos de estudios realizados por miles de investigadores en todo el mundo han llegado a la conclusión de que el cambio climático es real y está provocado por la acción humana, de que las vacunas no provocan autismo, de que el tabaco mata y de que las llamadas “terapias alternativas” no tienen ningún efecto real más allá del placebo. Sin embargo, ni siquiera toda la fuerza de la Ciencia y la Razón, con mayúsculas, es capaz de frenar el avance de la anticiencia, que se alimenta de la irresponsabilidad de presentadores y famosos, de columnistas de diarios, y hasta del presidente y el vicepresidente del país más poderoso del mundo, que probablemente tienen el récord mundial de patadas a la ciencia.
La ciencia y la tecnología han logrado cotas de progreso económico y social nunca antes vistos en la historia de la humanidad. Gracias a la ciencia, en los países desarrollados podemos disfrutar de luz, agua corriente, calefacción y aire acondicionado en nuestras casas; podemos transportarnos a nuestro lugar de trabajo y viajar con relativa comodidad a países remotos; podemos confiar en que, si vacunamos a nuestros hijos, los protegeremos de las enfermedades que en otros momentos de la historia, y en otros lugares del mundo, matan a miles de personas; y podemos usar Internet y nuestros potentes smartphones para ignorar toda esta información y decidir que se vivía muchísimo mejor en la Edad Media. Sin medicamentos, sin vacunas, sin energías alternativas, sin transgénicos, sin antenas de telefonía y WiFi, sin información contrastada científicamente. Sin progreso.
Los defensores de la anticiencia suelen basar sus paranoias en dos ideas. Una es que existe una conspiración mundial --en la que estamos implicados periodistas científicos, divulgadores, investigadores, organismos como la OMS, y compañías energéticas, farmacéuticas y de telecomunicaciones--, destinada a negar los perjuicios de la ciencia oficial y los beneficios de la investigación alternativa. No gastaré más palabras de las que generosamente me ceden mis compañeros de IDEAS en rebatir esta absurda teoría, pero, por poner un simple ejemplo, la homeopatía ha tenido dos siglos para demostrar científicamente que funciona y aún no lo ha logrado. La otra idea es que la ciencia falla. Y por supuesto que es así. El método científico implica construir una hipótesis, testarla, analizar los resultados y llegar a una conclusión, que posteriormente será revisada por investigadores del mismo campo, para finalmente publicar los resultados en una revista científica. El estudio que vinculaba las vacunas y el autismo había pasado todos esos filtros y resultó ser un fiasco. El médico implicado falseó los resultados, pero se descubrió poco después, cuando investigadores independientes intentaron reproducir sin éxito sus hallazgos. El método científico falló, sí, pero también fue ese método el que permitió que conociéramos lo que realmente ocurrió. No es perfecto, pero es lo mejor que tenemos.
El estudio que vinculaba las vacunas y el autismo había pasado todos los filtros del método científico y resultó ser un fiasco
Es urgente que las organizaciones médicas y farmacéuticas, las universidades y los políticos exploren las vías para expulsar a los charlatanes de la vida pública. Pero mientras la ignorancia científica no tenga el desprestigio social que sí tiene la ignorancia del arte o la literatura, seguiremos estando rodeados de ciencia y tecnología, sí, pero también de manipulaciones interesadas, noticias falsas y embaucadores que se hacen de oro gracias al desconocimiento, el oscurantismo y la credulidad.
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