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MIRADOR
Columna
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Fotografía

De todos esos millones de "pantallazos" que cada segundo se hacen en el planeta, sólo unos pocos sobrevivirán en el tiempo

Julio Llamazares
Ataque con napalm del Ejército americano en Vietnam en el año 1972. Esta foto ha ganado el premio World Press Photo.
Ataque con napalm del Ejército americano en Vietnam en el año 1972. Esta foto ha ganado el premio World Press Photo.Nick Ut

La memoria no filma, la memoria fotografía.

La frase es de Milan Kundera y preside la exposición sobre la Leica, esa cámara fotográfica de la que salieron muchas de las imágenes más icónicas del siglo XX e icono ella misma también como objeto, que se muestra en la Fundación Telefónica de Madrid y que constituye uno de los principales hitos de la actual edición de PHotoEspaña, festival de fotografía que cumple precisamente las 20 con ella. La memoria del tiempo está en esas imágenes, concentrada e inamovible ya como el propio tiempo.

“Para detener lo fugaz, lo instantáneo, hay que fijar la vista en una cosa, mejor cuanto más efímera: una nube que cruza el horizonte, un perro que se aleja, un periódico llevado por el viento, y grabarla en la memoria para poder algún día rescatar a través de ella ese momento. Para detener lo fugaz, lo instantáneo, hay que saber que el azar es lo único que permanece”, escribió uno hace ya bastantes años y se reafirma ahora que el tiempo ya ha trascurrido arrastrado por más imágenes y palabras, la mayor parte de las cuales sólo son polvo sobre las fotografías. Las únicas de estas que nos acompañan hoy son precisamente las menos obvias, las menos premeditadas, las más dictadas por la casualidad. En una época en la que la profusión de imágenes es ya signo de los tiempos la cantidad de fotografías que diariamente se hacen en el mundo convierten éste en un gran telón retratado como nunca antes se había hecho. Y, sin embargo, de todas esas fotografías, de todos esos millones de pantallazos que a cada minuto y a cada segundo se hacen en todo el planeta, sólo unas pocas sobrevivirán en el tiempo deteniéndolo con ellas y convirtiendo en eterno lo que no era más que una simple anécdota. La imagen del Che Guevara de Alberto Korda mirando a la eternidad, la del miliciano español cayendo hacia atrás en el momento mismo de morir del húngaro Robert Capa, la del legendario beso entre un soldado y una enfermera en la 5ª Avenida de Nueva York el día del armisticio de la II Guerra Mundial de Alfred Eisenstaedt o la de la niña desnuda huyendo del napalm que cae sobre su aldea vietnamita de su compatriota Nick Ut son ya fragmentos de eternidad por cuanto sus autores pararon el tiempo en ellas. Que la memoria fotografía y no filma parece evidente, aunque luego uno acude a ver la última película de Bertrand Tavernier, Las películas de mi vida, homenaje al cine francés de uno de sus mayores conocedores y amantes en la línea del que Scorsese hizo al norteamericano y comienza a dudar de que sea verdad del todo.

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