De césped a hospital en una hora
Planeta Futuro acompaña a la Protección Civil Europea en un simulacro de emergencia humanitaria
Las fuertes inundaciones que han azotado la región de Faultland, en el sur de Suecia, han puesto en peligro al millón de personas que vive en la zona costera. Las infraestructuras y la red de transportes se han visto severamente afectadas y las reservas de agua han sido contaminadas por las cloacas. Aún no se conoce el número exacto de muertos y las estructuras sanitarias han colapsado. La Organización Mundial de la Salud ha sido alertada ante el brote de una enfermedad no identificada que se propaga con rapidez. Profesionales especializados en emergencias sanitarias, procedentes de varios países y coordinados por la Comisión Europea, están listos para actuar. Los hospitales móviles y los laboratorios de análisis han sido levantados a toda prisa bajo tiendas de campaña. Los quirófanos están impolutos y las provisiones de agua y comida, rigurosamente apiladas. Sin embargo, Faultland no existe.
La emergencia es ficticia, pero los equipos médicos italiano y español, así como el personal de los laboratorios móviles de Bélgica y Alemania, los encargados austriacos de asistencia técnica y los otros expertos internacionales involucrados en la intervención, son reales. Se trata de un simulacro que tiene lugar en Revingeby, a unos 30 minutos en coche desde Malmoe.
El Mecanismo de Protección Civil de la Unión tiene como objetivo facilitar la cooperación entre los países miembros y garantizar una respuesta más rápida y eficaz ante una situación de emergencia, así como coordinar el trabajo de preparación previa a los desastres (naturales o causados por hombres) y de prevención de riesgos. Para que el sistema entre en acción hay una única condición: que el país afectado pida auxilio. Cualquier gobierno, que sea parte o no de la Unión Europea, puede hacerlo. Tras lanzar la solicitud de ayuda, la responsabilidad pasa al Centro de Coordinación de Respuesta en Emergencias de Bruselas, que trabaja 24 horas al día, siete días por semana.
La petición se traslada acto seguido a los 34 países que forman parte del mecanismo (los 28 miembros de la UE, además de Islandia, Montenegro, Noruega, Serbia, Turquía y la República de Macedonia) para verificar la disponibilidad de los equipos nacionales para colaborar. En función de la necesidad formulada por el país afectado, el Centro de Coordinación ofrece el tipo de asistencia más adecuado, que el receptor tendrá que aceptar.
El primer equipo puede tardar entre 24 y 48 horas en llegar al destino. Los tiempos se acortan aún más para los expertos en búsqueda y rescate. Bien lo sabe Alfonso Lozano Basanta, experto destacado español en la dirección general de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea. "En cierto modo vivo con la maleta lista debajo de la cama", admite con una sonrisa. "Pero la preparación no consiste solo en esto. Incluye también formación, actualizarse, estar activo en las emergencias".
En su currículo, además del trabajo como bombero, hay unas cuantas experiencias en terreno en proyectos de salud mental y de emergencia. El listado de países en los que ha prestado su ayuda abarca desde Palestina a Perú, de El Salvador a Sierra Leona o Indonesia. "Quién me manda, sinceramente, no lo sé", bromea. "No ha sido algo organizado".
Lozano, madrileño de 49 años, estuvo entre los encargados de implementar el llamado voluntary pool, la bolsa de equipos internacionales dispuestos a intervenir en caso de emergencias. Esta herramienta se estrenó durante la crisis del ébola de 2014. Las lecciones aprendidas de aquella experiencia, subraya el experto, son muchas. "Hay que conseguir que las intervenciones sean cada vez sea más sistematizadas. Ya está mejorando, pero hay que seguir avanzando. Igual tenemos que replantearnos el tipo de asistencia que ofrecemos. Necesitamos algo más ligero, más pequeño, flexible, con menos necesidad logística, rápido y manejable. Hay que mejorar también en la interacción entre los equipos y en la coordinación".
El voluntary pool puede intervenir tanto en asistencia sanitaria, como en la salvaguardia del entorno natural. También actúa en situaciones de conflicto, aunque la decisión de intervenir en estos casos se basa en más factores, no solo humanitarios. Cada año, la media de misiones solicitadas al mecanismo oscila entre 20 y 25 y cada equipo participa en una o dos. El trabajo en terreno aproximadamente dura entre dos semanas y un mes, dependiendo del tipo de desastre. "Es bastante intenso. Desgasta. Al principio no te das cuenta, pero al cabo de unos días te percatas de que estás agotado", cuenta Lozano. Es por eso que se intenta que los equipos vayan rotando cada dos semanas.
El desastre de Faultland
Los equipos que participan en el simulacro han tenido que atravesar un ficticio puesto de control fronterizo para acceder a Faultland. Nada más llegar, se han reunido con las autoridades locales para recibir las últimas informaciones sobre la situación y, apenas una hora después de aterrizar, han tenido que atender al primer paciente, tal como establece el protocolo.
Mientras los equipos médicos y los laboratorios de análisis levantan sus campamentos de trabajo en un césped, en un edificio cercano unos expertos están reunidos alrededor de cuatro mesas para monitorizar toda la información que llega en directo desde el terreno y que se proyecta en una pared. En una sala contigua, unas chicas pasan por la silla de una maquilladora. A golpe de pinceles, se van dibujando en sus rostros y brazos rastros de sangre, hematomas y heridas purulentas. Una vez listas, reciben instrucciones detalladas sobre su papel y se trasladan a la zona de acción. Algunas de ellas tendrán que irrumpir gritando en las tiendas italianas y españolas, desubicadas y retorciéndose por el dolor. Otras estarán muertas y tendrán que ser rescatadas bajo los escombros de un edificio derrumbado.
En el campamento español trabajan 43 profesionales del Samur, entre los que se encuentran dos psicólogos. Atienden sobre todo traumas, pero el sarampión también es muy habitual en las emergencias debido al hacinamiento. Ante el colapso del sistema de salud, tienen que ocuparse también de las enfermedades crónicas. Algunos pacientes presentan síntomas atribuibles al cólera. En este caso, se aíslan a la espera de recibir confirmación del diagnóstico.
El hospital cuenta con una capacidad para 30 pacientes, pero apenas hay un par descansando en una cama. Toda la estructura es modular y al término de la misión se guarda en unos grandes cajones. A diferencia de las instalaciones italianas, que disponen de un quirófano, las españolas solo pueden ofrecer consultas de atención primaria. María Eugenia Martín Sanz, jefa de área de emergencias de la Oficina de acción humanitaria de la Agencia de Cooperación Española (AECID) en Suecia para evaluar el trabajo de los equipos que participan en el simulacro, explica que pronto las cosas cambiarán. "Gracias a aproximadamente un 50% de fondos de la Unión Europea, estamos ultimando un hospital para el terreno con capacidad quirúrgica para siete operaciones mayores, 14 menores y hospitalización para 20 personas. Solo nos falta la verificación de la Organización Mundial de la Salud, que es un proceso bastante tedioso y muy exigente que se llevará a cabo en diciembre", asegura.
"Lo llamamos en broma 'el hospital low cost'. Por un millón lo tenemos, frente a los 4-5 millones que suele costar", destaca Martín. "Nos desplegaremos en principio una vez al año, pero se podrían evaluar posibles misiones adicionales". La UE cubre el 85% del coste del transporte hacia la zona del desastre, mientras que la cooperación española se encarga del resto. El hospital está dotado, entre otras equipaciones, de un sistema para la potabilización del agua, que se pone a disposición también de la población local.
La única condición que ha puesto España en su participación en el voluntary pool es no trabajar en zonas de conflicto, ni donde no se garantice la seguridad del personal. "Nos llaman 'los chalecos rojos' y ostentamos el récord de llegar siempre primeros a cualquier emergencia, porque lo tenemos muy bien organizado", afirma orgullosa la experta de la AECID.
La gestión de la crisis
Una mesa colocada a unos metros de la entrada de uno de los laboratorios está lista para recibir muestras de sangre o de agua. La carpa está rodeada por una cinta que no se puede traspasar y que alerta del peligro de contagio. Para acceder al interior hay que cubrirse la suela de los zapatos. Los expertos que trabajan aquí visten botas de goma, guantes y mascarillas. A medida de que llegan, las muestras se sumergen en un barreño con lejía para desinfectar la parte externa del frasco.
Satélites y drones dirigidos por el equipo de tecnología sobrevuelan el campo recabando información preciosa para la gestión de la crisis. Aunque se trate de una emergencia, en el campamento rige la calma. "En una situación real no cambia absolutamente nada", confirma Paolo Vaccari, miembro del equipo internacional de coordinación de la intervención. "Contamos con profesionales acostumbrados a las emergencias. La única diferencia frente a su trabajo diario es que aquí se mueven en un contexto que no conocen, en una tienda de campaña. La dificultad reside en adaptarse al principio a colaborar en grupos recién formados, que no se conocen. Hay menos comodidad y con más estrés: bajo una tienda, con frío, ruido de generadores…".
Aunque al principio el idioma o las diferencias culturales pueden representar un obstáculo, el italiano considera que se acaba sacando provecho de esta riqueza, como demuestra su equipo, que reúne miembros del norte, el este y el sur de Europa. Mientras la selección de los voluntarios depende de cada país, este grupo de coordinación es elegido directamente por la Comisión Europea para cubrir distintas áreas, como gestión, atención médico-sanitaria, logística o evaluación.
Vaccari lleva 15 años en este sector. Ha participado en numerosas misiones, tanto para el Gobierno italiano, como para la Comisión Europea. Estuvo por primera vez en Haití en 2008, después de los huracanes, y volvió en 2010. Viajó a Túnez para atender a personas que huían de Libia tras la caída del régimen de Muamar el Gadafi. Trabajó en China, Indonesia, Sri Lanka, entre otros lugares.
"Creo que aún queda margen para ampliar la eficacia del mecanismo", sostiene. "Desde hace 60 años se habla de una policía común para los Veintiocho, pero sigue siendo un sueño. Sin embargo, la protección civil comunitaria se convirtió en realidad hace 15 años. Quizás un esfuerzo para convertir este mecanismo en un cuerpo de protección civil europea sería un mensaje político institucional muy importante en un momento tan delicado para la UE como el actual".
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