Cuelgamuros
Nuestros nietos deben contemplar ese mausoleo, aprender que lo levantaron trabajadores esclavos cuya explotación enriqueció a empresas privadas
Hace unos años, en este mismo espacio, expliqué las razones por las que no soy partidaria de sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos. Pensaba entonces, y sigo pensando ahora, que la memoria no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro. Y los españoles del futuro tienen derecho a que preservemos su patrimonio, a enjuiciar la figura del dictador en función también de la imagen que él quiso legar a la posteridad. Nuestros nietos deben contemplar ese mausoleo, aprender que lo levantaron trabajadores esclavos cuya explotación enriqueció a empresas privadas que dominarían la economía nacional durante décadas, conocer el dinero que costó mientras sus antepasados se morían literalmente de hambre o de enfermedades, erradicadas antes de la guerra, que sólo resucitaron y prosperaron gracias a su espantosa miseria. Esa es la clave de mi postura. Ante el extraordinario acontecimiento que representa la abstención de la derecha española en una cuestión ligada a los símbolos de la dictadura franquista —y me gustaría pensar que este cambio de criterio se debe a un saludable ejercicio de coherencia democrática, y no al cerco que la Operación Lezo estrecha día a día sobre el partido del Gobierno, pero no estoy muy segura—, insisto en que, con restos o sin ellos, el Valle de los Caídos debe convertirse en un lugar de memoria consagrado a la figura y la obra del Caudillo. Esto no sólo no implica un homenaje sino que, a imagen y semejanza de la preservación de los campos de exterminio nazis, representa todo lo contrario. Pero si no se clausura el monasterio, si no se desacraliza la basílica, si no se instala una exposición informativa permanente, dará igual que los restos de Franco estén allí o en cualquier otro lugar.
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