¿Puede crearse una píldora que sustituya los beneficios del ejercicio?
La multitud de mecanismos corporales que se activan con el deporte hace difícil imitar sus efectos a través de un solo fármaco
Los beneficios del ejercicio para el cuerpo y el cerebro son innumerables. Reduce las probabilidades de sufrir enfermedades cardiovasculares o cáncer, evita la obesidad y las dolencias que provoca e incluso mejora el estado de ánimo. Sin embargo, pese a conocer esos beneficios, mucha gente no logra habituarse a practicar deporte con regularidad y otros tienen problemas de salud que les impiden ejercitarse. Para todos ellos sería un sueño contar con una pastilla que proporcionase los beneficios de la actividad física sin tener que realizar el esfuerzo.
Desde hace años, existen proyectos de investigación para desarrollar este tipo de fármacos. La semana pasada, un trabajo liderado por Ronald Evans, del Instituto Salk en San Diego (EE UU), mostraba cómo un fármaco experimental lograba que unos ratones corriesen durante 270 minutos antes de quedar agotados. Otro grupo de ratones que no habían tomado la droga solo pudo correr durante 160 minutos antes de desfallecer.
El medicamento, conocido como GW501516, había sido desarrollado en los 90 con la intención de tratar enfermedades cardiovasculares y metabólicas. Sin embargo, no se introdujo en el mercado porque a dosis elevadas incrementaba el riesgo de sufrir cáncer. La mejora en la resistencia no pasó desapercibida para algunos atletas de alto nivel, que la utilizaron durante los juegos olímpicos de Pekín en 2008. Ahora, la molécula está en la lista de sustancias prohibidas para los deportistas.
Un fármaco incrementó la resistencia de ratones, les hizo perder peso y mejoró el control de sus niveles de azúcar
Además de mejorar la resistencia, los autores del estudio, que publicaron sus resultados en la revista Cell Metabolism, observaron que el uso del fármaco hizo perder peso a los ratones y mejoró el control de sus niveles de azúcar, algo que sería útil para personas con diabetes. Como muchos otros trabajos en esta línea, además de buscar pastillas con las que imitar los beneficios del ejercicio, los autores trataban de comprender a nivel molecular por qué el deporte es tan bueno para la salud.
“El objetivo de conseguir inducir farmacológicamente los beneficios del ejercicio es un objetivo médico de primera magnitud desde hace mucho tiempo. Y parecía muy lejano”, explica José Antonio Enríquez, investigador del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC). “Hay personas que por su condición no pueden realizar el ejercicio como tal, gente con paraplejias o hemiplejias a las que se les deterioran los músculos y el metabolismo”, continúa. Este fármaco “induce una reorganización del metabolismo del organismo para evitar consumir de manera acelerada las reservas de azúcares e inducir el consumo de grasas, que produce una potencia mayor”, añade. “Además, el tratamiento de este fármaco va asociado a un incremento de la masa mitocondrial y un cambio en las fibras musculares”, indica. Pese al interés del trabajo, Enríquez comenta que “no se sabe si el desenganche de este fármaco puede generar problemas musculares, de corazón o de hígado”. “La evaluación de las consecuencias indeseadas está por hacer”, concluye.
Uno de los problemas a los que se enfrentan los investigadores que quieren desarrollar píldoras que sustituyan los beneficios del ejercicio es la gran cantidad de mecanismos afectados por la actividad física. Por un lado, cambia la composición de los músculos. Al cabo de un tiempo practicando deporte con regularidad aumenta la proporción de fibras de contracción lenta frente a las de contracción larga. Las primeras transforman la grasa en energía y las segundas la obtienen de los azúcares. Este cambio se ha observado en experimentos con ratones con compuestos como GW501516 y AICAR.
El ejercicio también cambia las proporciones de grasa del organismo, aumentando el porcentaje de grasa parda, que quema energía, frente a la blanca, que la acumula. Este cambio se produce gracias a la hormona irisina. Algunos experimentos han inyectado esa hormona a ratones obesos logrando que perdiesen peso.
El ejercicio aumenta el porcentaje de grasa parda, que quema energía, frente a la blanca, que la acumula
Otra de las trasformaciones producidas por la actividad física es un incremento en el número de mitocondrias. Estos orgánulos generan la energía que necesita la célula quemando oxígeno. Aumentando su cantidad y su actividad también se eleva el consumo de calorías. Varios experimentos con compuestos como el resveratrol, que se encuentra en la piel de las uvas o las frambuesas, han logrado ese efecto.
La mejora en la forma de aprovechar la energía es otro de los efectos del ejercicio. Para lograr ese mismo efecto, una de las posibilidades que se están explorando es actuar sobre los microbios que viven dentro de nosotros. “Las bacterias de nuestro intestino producen enzimas que tienen mucho que ver con el aprovechamiento de los nutrientes de la comida que no tenemos en nuestras células”, comenta Dulcenombre Gómez Garre, investigadora del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. “Si tu intestino está poblado por bacterias de cepas que aprovechan más la energía, a poco que comas conviertes los nutrientes en energía y engordas”, añade. “La idea es que cambiando la microbiota intestinal sería posible hacer adelgazar a quien lo necesite. El problema es que sabemos cuál es la microbiota patológica, pero no sabemos cuál es la buena”, afirma.
En principio, sería posible emplear alimentos probióticos para modificar la composición de la microbiota, pero la ecología de esos organismos es muy compleja y eliminar un tipo de bacterias puede suponer que sean sustituidas por otras peores. “Para curar a personas con infección por la bacteria C. difficile se realizan muchos trasplantes de heces. El problema es que se quita la infección a los pacientes, pero a veces desarrollan obesidad. En un caso que conozco, una madre recibió un trasplante de su hija para quitarse esa infección y después desarrolló síndrome metabólico”, cuenta Gómez Garre.
Como sucede con el deporte, que regula los niveles de inflamación, la investigadora del San Carlos explica que están desarrollando un proyecto con probióticos con capacidad inmunomoduladora para ayudar a pacientes con insuficiencia cardiaca. “En animales hemos visto que cambiándoles la microbiota se les puede hacer más susceptibles al infarto”, señala.
Ha habido trasplantes de heces que han provocado obesidad a una persona
Un último enfoque en la búsqueda de pastillas que tengan efectos similares al ejercicio es el que emplea Miguel López, investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN). En lugar de simular la actividad muscular, engañando al organismo para que crea que está haciendo más ejercicio, actúan sobre la regulación de la temperatura, para que crea que está pasando frío. Esto hace que se incremente la actividad de la grasa parda que aumenta el consumo de calorías para disiparlas en forma de calor.
Sobre la posibilidad de crear una píldora que sustituya los beneficios del ejercicio, López, que trabaja en la Universidad de Santiago de Compostela, indica que “el problema de los tratamientos que buscan soluciones a la desregulación de la masa corporal y la obesidad es parecido al de la gente que trabaja en cáncer”. “El cáncer es una proliferación anómala de células que no puede controlarse, pero el origen de un tumor es variado”, afirma. “En el caso de la obesidad el problema es la cantidad de potenciales dianas, de vías metabólicas, de que si se inhiben unas enzimas se activan otras. La redundancia de los sistemas biológicos relacionadas con la obesidad es problemática”, añade.
En su opinión, es posible tratar la obesidad con una pastilla engañando al sistema, pero es necesario atacar en dos frentes, reduciendo la ingesta y aumentando el gasto. “Es posible dar una pastilla que haga gastar más calorías en el tejido adiposo pardo para regular la temperatura, pero también tienes que dejar de comer”, plantea. Según explica, “todo depende de la entrada y la salida de energía, porque cuando la ingesta disminuye, también disminuye el gasto, y de ahí el fracaso de muchas dietas”.
López opina también sobre las posibles implicaciones éticas de este tipo de fármacos. Investigadores como él trabajan para curar a gente que está enferma, pero es previsible que si existiesen este tipo de pastillas, las emplease gente que quisiese cometer excesos sin sufrir las consecuencias. “Es como la píldora del día después, que no es un método anticonceptivo y hay gente que lo utiliza como si lo fuera o la EPO, que se creó para gente que tenía problemas con el hematocrito y hay deportistas que la utilizan para doparse”, asevera.
Algunas píldoras experimentales para imitar el efecto del ejercicio aumentan el riesgo de cáncer
Antes de que los comités éticos deban enfrentarse a estos dilemas, será necesario superar las fases de experimentación en animales y tratar a muchos humanos. En el caso del enfoque de López y su equipo, los fármacos implicados en el incremento de la actividad del tejido graso pardo lo logran aumentando la actividad del sistema nervioso simpático que regula la actividad vascular y podría producir problemas cardiacos como efecto secundario.
Los investigadores implicados en estos procesos no consideran imposible conseguir a través de fármacos los efectos beneficiosos del ejercicio, aunque creen que aún quedan muchos años de investigación. Algunos plantean también que las vías por las que el deporte cambia nuestro organismo son tan variadas que será complicado conseguir esa combinación de efectos a través de medicamentos. Por ahora, el ejercicio sigue siendo uno de los mejores y más amplios tratamientos que existen para mantenerse sanos.
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