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La importancia del peso del camarero a la hora de pedir en un restaurante

Y por qué debería echar un vistazo al índice de masa corporal de sus amigos

Este artículo es un fragmento del libro La alimentación es la cuestión. 42 claves para comer de manera inteligente (Editorial Planeta), que acaba de salir a la venta. Melanie Mühl y Diane von Kopp, sus autoras, son periodista especializada en alimentación y psicóloga, respectivamente.

Algunos estímulos que nos afectan lo hacen con gran intensidad y son visibles para todo el mundo. De otros, por el contrario, ni siquiera imaginamos que son estímulos. De todos modos, lo que cuenta es que somos tan manipulables que solo podemos confiar en una cosa: en nuestro comportamiento irracional. Ahora, por los capítulos anteriores, sabemos que, con frecuencia, dejamos de lado el control de las cuestiones del comer. El hecho de que el peso del camarero afecta a nuestras decisiones ya no debería sorprendernos.

En el marco de un estudio, una serie de científicos pusieron bajo el microscopio, en sesenta restaurantes estadounidenses diferentes, la interacción entre los camareros y los clientes. Se registró el índice de masa corporal estimada de los que servían y de los comensales, así como las comandas de comida y bebida. El resultado: cuanto mayor era el índice de masa corporal (IMC) del camarero, más pedían los clientes, con independencia de su propio peso. Se demostró con claridad que los camareros obesos aumentaron la probabilidad de que los clientes optaran por bebidas alcohólicas y un postre. El director del estudio explicó este comportamiento como una "norma social" que estableció el servicio. Resumiendo, el servicio es la medida. Si está gordo, entonces es correcto llenarse la tripa hasta arriba.

Si está delgado, controlamos más de cerca las cantidades que consumimos. Según esto, unos camareros que estén delgados serían la mala conciencia personificada.

¿Qué dirán los otros comensales?

El comportamiento alimentario de los demás en la mesa nos afecta incluso con más fuerza que el peso del camarero. Si estamos sentados con un grupo cuyos miembros engullen su comida con prisa, nos adaptamos automáticamente a su tempo. Si los otros piden un zumo de una manzana, mejor dejamos la cerveza de lado. Si el que tenemos sentado enfrente está gordo, comemos más. Y si el camarero, dicho sea de paso, pregunta individualmente por los deseos de los clientes, aumenta la probabilidad de que todos los de la mesa se decidan por un plato de la misma categoría de menú. "La gente quiere diferenciarse de los demás, pero no demasiado", dice Brenna Ellison, de la Universidad de Illinois (EE UU). Deseamos encajar en el grupo, no ser de los que no siguen las normas. Por ese motivo comemos más en compañía que solos. En psicología esta tendencia inconsciente a imitar los comportamientos de desconocidos se conoce como efecto camaleón. Woody Allen agudizó satíricamente este efecto en su película Zelig. Para ello, dotó al protagonista oportunista, Leonard Zelig, de capacidades camaleónicas. Hasta se le vuelve negra la piel cuando está entre negros, y se abomba cuando se encuentra en compañía de personas corpulentas.

Otro ejemplo: Dan Ariely y un colega se metieron en el papel de camareros en una cervecería y ofrecieron una cerveza gratis a los clientes desprevenidos. Podían elegir entre las variedades Coppeline Ambar Ale, Franklin Street Lager, India Pale Ale y Summer Wheat Ale. Junto con la cerveza, los científicos les dieron un cuestionario en el que se les preguntó si les gustaba la que habían elegido o se arrepentían de la elección. No todos los clientes pidieron en voz alta, a algunos se les exigió que lo hicieran por escrito. Se demostró que los que habían hecho el pedido en voz alta escogieron marcas originales con el fin de expresar su individualidad. Sin embargo, al final estaban menos satisfechos con su elección que aquellos a los que se les permitió pedir una cerveza en silencio. Con una excepción: "El primero del grupo de los que pidió en voz alta se encontraba en la misma situación que los que habían elegido por escrito porque no estaba influido por la opinión de los demás". Al final se sentía más satisfecho que el resto del grupo. Según Ariely [autor del libro Las trampas del deseo (Ariel)], las personas, especialmente las que tienen una gran necesidad de destacar, a menudo sacrifican su beneficio personal para obtener beneficios en términos de prestigio. En resumen: para quedar bien, renuncian a cosas que les gustaría elegir.

En otras culturas donde el individualismo no es deseable, Ariely encontró el comportamiento opuesto, por ejemplo, en Hong Kong. "Allí, los participantes en la prueba, al pedir —en este caso platos que no les gustaban— en voz alta o en silencio, eligieron lo mismo que la primera persona del grupo".

Conclusión [de las autoras]: si quiere volver a comer opíparamente, vaya a bares en los que sirvan camareros corpulentos. El servicio le ayudará en la elección del postre con más calorías. Por lo demás, recuerde lo siguiente: no se deje influir demasiado por sus amigos a la hora de elegir su menú. ¡Decídase y manténgase firme en la elección!

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