Populismo y terrorismo en Francia
No sería una sorpresa si la primera vuelta de las elecciones presidenciales desembocara en lo intolerable
Domingo 23 de abril: los electores decidirán a quiénes eliminarán en la primera vuelta de las presidenciales, dejando en liza, el 7 de mayo, a solo dos candidatos. Pero ya hay un resultado seguro: nunca como esta vez, desde 1958, Francia experimentó una elección en la que el populismo haya estado tan presente. Los cinco grandes candidatos —François Fillon, Emmanuel Macron, Marine Le Pen, Jean-Luc Mélenchon y Benoît Hamon— no vacilaron en definirse como “del pueblo”, vociferando contra todo: instituciones, derecha, izquierda, medios de comunicación y periodistas, en resumidas cuentas, contra “el sistema”. Aunque todos sean puros productos del mismo, profesionales de la política y beneficiarios de sus privilegios. Se otorgaron el título de representantes directos del pueblo, lejos de las mediaciones políticas (Estado, partidos y estructuras intermedias).
Cada uno ha tenido un reparto en el estreno: Fillon, que se presentaba como el hombre modesto, íntegro, liberal , conservador y realista, en dos meses de campaña fue desvelado como un ratero de la República. Frente a la prensa y la justicia, que, según él, quieren “robarle la victoria”, reaccionó llamando a la ¡venganza del pueblo! Macron, producto típico de la experiencia neoliberal hollandista, se ha proclamado por encima de la derecha y de la izquierda, ha inventado una versión de populismo liberal desde “arriba” y ha afirmado, sin titubear, que representa a la “gente”. ¡El pueblo!, en palabras de un exbanquero.
Le Pen, especialista en populismo neofascista (toda una artista en sugerir el odio sin explicitarlo), autoproclamada defensora de “los franceses contra las élites”, ocultando que ella misma encarna una versión particularmente rancia de estas, ha cargado con dureza contra un Estado de derecho del que no respeta la justicia y que anhela transformar en república racial. Estos últimos días ha perdido fuerza. Culpa, desde luego, a los periodistas. ¡En nombre del pueblo!
Hamon, candidato socialista, jura que no tiene nada que ver con el balance catastrófico de François Hollande, del que, sin embargo, ha sido ministro. También, aunque con menos intensidad de voz, ha llamado al “pueblo” para salvar a la izquierda.
Por fin, Mélenchon, candidato del frente de izquierda, héroe de la Francia insumisa, promete dar un golpe de escoba, limpiar la casa, asentar al pueblo en el trono de una nueva República. Puede sorprender, pues el sueño popular de limpieza de toda índole es grande.
Por supuesto, nadie se ha atrevido a definir la palabra “pueblo”, que es una categoría contradictoria, más imaginaria que concreta. Por lo cual, no cuesta nada incumplir las promesas. Y para colmo, la víspera de la votación, se añade el temor ante los actos terroristas, que algunos candidatos no dudarán en utilizar en beneficio propio. Es un juego sucio y peligroso. Tanto como con el uso del populismo, la manipulación política de la inseguridad arruina el debate democrático, pero es la mejor manera de seguir flotando sobre este océano de confusión. Desde luego, no sería una sorpresa si todo desembocara en lo intolerable.
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