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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa
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El bar como biografía

Marc Augé traza su línea vital a través de los bistrós que ha frecuentado a lo largo de su vida. El antropólogo reivindica las barras y las terrazas como espacio público de encuentro y civilización

¿Quién nos iba a decir que, cuando se han generalizado las críticas a la superabundancia de terrazas en las plazas urbanas más céntricas y cuando han saltado tantas alarmas ante la progresiva disneyficación de los centros históricos europeos, el pensador que relacionó la ciudad contemporánea con el no lugar, Marc Augé, iba a reivindicar el bristrot, las barras y las terrazas como espacio público de encuentro, aprendizaje y civilización?

Puede que este insigne etnólogo francés se haya hecho mayor y nostálgico y, por lo tanto, reivindicativo. Puede que haya decidido mirar hacia lo positivo para salvaguardarlo en lugar de denunciar lo negativo (dos maneras complementarias de preocuparse por lo que nos rodea). Puede que –como le dicen algunos de sus antiguos colegas en l’École des Hautes Études en Sciences Sociales, que presidió durante una década- Augé tenga afición además de familiaridad con las barras y puede, simplemente, que denunciar la inhumanidad de espacios periféricos o de paso sea lo mismo que elogiar la humanidad de una terraza callejera y cosmopolita en la que detenerse a charlar.

Traducido por Delfín G. Marcos, Elogio del bistrot (la editorial Gallo Nero ha obviado el parisien del título original, pero en rigor la loa de Augé se ciñe a los establecimientos de esa ciudad) es a la vez un recorrido por la evolución de los barrios de París y una panorámica de la vida del propio autor a través de los bares que ha frecuentado: el de debajo de su casa, en la Place Maubert, al que le prohibieron entrar sus padres que lo encontraban vulgar; el del Jukebox en el que sonaba la voz de Dalida: “Que sont devenues les fleurs/Du temps qui passe?”; el cercano a la Porte Dorée donde un amigo le enseñó a jugar al billar o el que estaba junto a l’École des Hautes Études, que era, en realidad, una prolongación natural del seminario.

También recorre Augé los bistrós que hicieron famosos literatos y artistas como el desaparecido Certa, que para Louis Aragon era “la medida del tiempo” y dónde con André Breton decidió las bases del surrealismo.

El etnólogo que acuñó el “no lugar” para describir primero el extrarradio poblado de hipermercados y aparcamientos y luego el micromundo de los intercambiadores de metro –la parte oculta del centro que millones de ciudadanos atraviesan a diario sin ver la ciudad exterior- defiende aquí que las grandes ciudades extranjeras le son más o menos cercanas y acogedoras según si ofrecen o no un equivalente a los bistrós parisinos. Por eso habla de “línea de vida”. Y defiende una tipología que consigue a la vez ser convencional y no estereotipada, que es a un mismo tiempo parte de la ciudad y suficientemente pública como para imponer contención a quienes lo visitan.

De origen desconocido y símbolo de la manera de vivir a la francesa, el bistrot está siempre disponible, abierto todo el día, identifica sencillez y calidad, autenticidad y flexibilidad porque son muchos los platos, las barras, las terrazas o las bebidas que uno puede ver o tomar allí y, por lo tanto, muchos los establecimientos y tipos de comensales que se reúnen en ellos. A los habituales, Augé los compara con petirrojos –que se alimentan siempre de los mismos cuatro jardines-. Los turistas son los albatros, que demuestran que el bistrot es un establecimiento vivo: “La vitalidad de Manhattan se expresa más en la calle que en las cafeterías de moda”. Para Augé no sucede lo mismo en París.

Uno está tentado de pensar que el habitante del no lugar no puede ser tan ciudadano como el flâneur de los bistrós que al fin y al cabo disfruta de lo mejor de la metrópoli. Pero está claro que ambos mundos no son excluyentes. Es la mezcla de ambos: el apresurado y el ocioso, el proletario y el burgués, lo que en realidad define una ciudad. Si fuéramos capaces de vernos en una y otra situación se rebajarían muchas tensiones y ciudades y ciudadanos saldríamos ganando.

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