Érase un tipo muy amable que mató a un señor
Los asesinos y Facebook suelen ser ejemplares hasta que se les cruzan los cables o los algoritmos
"El sueño de la razón produce monstruos”, nos advirtió Goya en uno de los grabados de la serie Caprichos, y lo que estaba expresando en realidad era el salto a una pintura más profunda, más honda, fruto de su propia búsqueda interior tras sufrir la enfermedad y la sordera que probablemente le impulsaron hacia la genialidad absoluta. El gran intelectual Tzvetan Todorov, recientemente fallecido, nos dejó un libro sobre el pensamiento del pintor que guarda claves luminosas para interpretar no solo su momento, sino el que hoy vivimos.
Goya a la sombra de las Luces (Galaxia Gutemberg, 2011) relata cómo el artista saltó de lo que hay, de lo que existe, de lo que se ve, al cómo se ve, a la propia interpretación desgarradora, subjetiva y enriquecida de la realidad. Los Caprichos, los Desastres de la guerra y las Pinturas negras dan testimonio. Esa distorsión, ese abismo entre los hechos y la mirada no es ni bueno ni malo —puede ser infinitamente positivo en el arte, por ejemplo, y negativo en el periodismo— pero sobre todo conforma una característica fundamental de la humanidad. Una que nos permite digerir lo que vivimos y sobrevivir en esta selva si nos dan la oportunidad.
Este es un ejemplo: Steve Stephens, un hombre despechado por la ruptura con su novia, anunció este domingo en Facebook Live su intención de asesinar a quien se le pusiera por delante, avanzó por un barrio de Cleveland en busca de víctimas, asesinó a un anciano que se cruzó en su camino y lo retransmitió en directo. Antes le pidió que pronunciara el nombre “Joy Lane”. “Ella es la razón de lo que está a punto de pasarte”, le dijo a la víctima, casual y arbitraria, antes de descerrajarle un tiro a sangre fría. El hombre tenía 74 años, nueve hijos y 14 nietos.
El sueño de la razón produce monstruos, decíamos, y, si la razón es la facultad de discernir, según la RAE, aquí hay muchas razones que se han ido a dormir a la vez: la primera es la de este criminal exhibicionista y desatado; la segunda es la del universo Facebook, que ha hecho posible una retransmisión en directo de un asesinato que —aunque luego retirado de la red— es más que una infamia digna de evitar; la tercera es la de la propia mujer, Joy Lane, que declaró a través de un mensaje de texto: “Steve es realmente un buen tipo… es generoso con todo el mundo que conoce. Fue amable y amoroso conmigo y mis hijos”.
Por razones ignotas, los asesinos suelen ser vecinos ejemplares que dan los buenos días o, como Steve, hombres “amorosos” a los que —maldita sea— se les va la olla. También es ejemplar y transparente Facebook y otras redes sociales hasta que —maldita sea de nuevo— también se les cruzan los cables, o los algoritmos, y retransmiten un asesinato, infundios o noticias falsas sin criterio ni apenas control. Y esta es nuestra realidad, como la de Goya: existe lo que hay y existe la forma de verlo. Y en esa distorsión puede habitar el arte. La razón. Y hasta los monstruos.
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