Rebeldes
Ya no hay izquierdas ni derechas, sino gente joven y gente vieja
Ya no hay izquierdas ni derechas, solo gente abierta o cerrada, lista o torpe, educada o zafia, noble o canalla, honrada o deshonesta, generosa o egoísta, profesional o aficionada, de buena o de mala sangre. Y por ahí todo seguido. Esta no es una clasificación colectiva, sino de las personas una en una, como debe ser. Más allá de cualquier ideología, hay una clase de gente que conserva siempre el germen de la rebeldía natural ante la injusticia dondequiera que esté; en cambio otra gente con el tiempo acaba perdiendo la curiosidad, se agarra a los valores de un mundo periclitado y los convierte en un baluarte inamovible. Ya no hay izquierdas ni derechas, sino gente joven y gente vieja, sin que en esta división tenga nada que ver la edad ni el futuro que cada uno tenga por delante. En este caso el futuro común son las veinticuatro horas de todos los días. Aquellos jóvenes dorados de antaño, que durante la dictadura lucharon por recuperar la democracia y la libertad, son hoy una gente muy mayor. Unos han envejecido bien porque, llenos de coraje, no han bajado los brazos; otros han envejecido mal porque el miedo les ha ido creando más conchas que a un galápago. Lo mismo sucede con los jóvenes de hogaño, airados e inconformistas. Unos se alimentan todavía del caldo agrio, revenido y recalentado del marxismo leninismo y pese a todos sus piercing, trenzas rastafaris y tatuajes góticos se debaten en el cainismo izquierdista de siempre; en cambio otros saben que la nueva estética política se inscribe hoy en esa clase de actos nobles que se derivan de la mente dispuesta, del espíritu rebelde, que te hacen revolucionario cada día. No hay alternativa: eres joven por estar abierto a las nuevas ideas del mundo o eres viejo por pensar que ese mundo nuevo que llega no merece la pena vivirlo porque crees que ya lo has vivido.
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