Lucha de poder en casa de Isabel II
La irrupción de los duques de Cambridge ha dejado sin trabajo a otros Windsor. Andrés de Inglaterra rompe las normas y pone al descubierto sus diferencias con el príncipe Carlos
El silencio como respuesta es siempre la mejor estrategia frente a las especulaciones sobre la familia real británica, según una máxima de palacio que el príncipe Andrés acaba de saltarse a la torera con pobres resultados para su causa. El segundo hijo varón de Isabel II ha roto el protocolo real colgando en Twitter una misiva en la que niega fricciones con su hermano mayor y heredero, Carlos de Inglaterra, sobre la escasa participación de sus dos hijas en la agenda pública de los Windsor. Pero con ese gesto solo ha conseguido poner de relieve su frustración y la de otros personajes secundarios de la monarquía por haber sido relegados de la estampa oficial. Nadie ha pasado por alto que el mensaje de Andrés (bajo la firma AY, que corresponde a las siglas de Andrés de York), que subraya que es a título personal, fue difundido solo horas después de que su exesposa Sarah Ferguson se lamentara ante la prensa del “acoso” mediático que sufren sus hijas, Beatriz y Eugenia. La pareja de divorciados, cuya relación es tan buena que todavía comparte techo, reaccionaba en coordinación frente a las conjeturas de que Andrés ha pedido a la soberana un título nobiliario para los futuros maridos de sus hijas, a modo de garantizar su estatus y el de su descendencia en la casa real.
Esa sugerencia “es una completa mentira”, como también lo es “que hubiera fisuras con el príncipe de Gales sobre la participación de mis hijas como miembros de la familia real”, escribía el 9 de diciembre Andrés en lo que parece una respuesta a informaciones en ese sentido aparecidas en la prensa en octubre. ¿Por qué refutarlas ahora? Algunos observadores reales atribuyen ese paso en falso a la influencia de la ambiciosa Sarah, aunque la mayoría subraya el creciente sentimiento de marginación del duque (sus actividades no aparecen en el calendario de la casa real) y a la preocupación por el mermado papel de la familia York, mientras Carlos perfila las nuevas hechuras de la monarquía. Reducida en cuanto a sus miembros relevantes y, por lo tanto, más funcional y con mayor control del presupuesto.
La fotografía oficial de la última recepción que Isabel II dispensa cada diciembre al cuerpo diplomático inmortalizaba lo que ya es desde hace un tiempo el núcleo duro de la casa Windsor: la soberana y su consorte, Carlos acompañado de Camilla, y, sobre todo, la garantía en la línea de sucesión que encarnan el nieto mayor de la reina, Guillermo, y su esposa Catalina, padres de dos retoños (los principitos Jorge y Carlota). El físico privilegiado de Catalina, vestida de rojo y coronada con una espectacular diadema de diamantes, estaba destinado a acaparar toda atención de los medios. Pero la cámara de un fotógrafo apostado en el exterior del palacio de Buckingham se desvió hacia una ventana en la que Andrés aparecía en otra sala del palacio con gesto adusto, acompañado de Beatriz y su hija Eugenia. El servicio de ninguno de los tres había sido requerido para la ocasión, y apenas lo será en el futuro.
El duque de York parece ser el único vástago de Isabel II que no se resigna a que su descendencia busque el propio camino en la vida civil, como sí lo han hecho todos los demás nietos de la monarca. Él mismo ha visto muy reducido su rol, circunstancia ganada a pulso después de que se le despojara de su función de representante especial para el comercio por sus relaciones peligrosas (entre ellas con un financiero acusado de montar una red de “esclavas sexuales”, que empañó la imagen de Andrés). Su hermana Ana es un personaje muy austero que suele viajar en tren para representar a la reina en los lugares más remotos, y nadie lo discute; mientras que el pequeño, Eduardo, y su esposa Sophie fueron convencidos para abandonar sus respectivos negocios de una productora y una empresa de relaciones públicas porque explotaban sus conexiones reales. Desde entonces se dedican a causas benéficas y algunos actos menores.
Andrés describe en el mensaje de Twitter —tiene 146.000 seguidores— a sus hijas como “dos mujeres modernas y trabajadoras". Eugenia, de 26 años, va más a su aire, codirige una galería de arte y pronto se espera el anuncio de su compromiso con el financiero Jack Brooksbank. Beatriz, de 28 y tan amante de la vida regalada como su padre, ha tenido solo breves trabajos y en un único año contabilizó 18 escapadas de vacaciones. Tendrá que espabilar, porque al duque le costará encontrar un encaje real para ella, su hermana y, en el fondo, para sí mismo.
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