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Tribuna
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Un nuevo proyecto para un nuevo siglo

Tenemos que poner nombre a quienes queremos defender. Y estos son un amplio colectivo que ha quedado fuera del bienestar, aquellos que ven la sociedad desde fuera de las murallas de los grupos sociales que mantienen un relativo confort

EDUARDO ESTRADA

El PSOE sigue siendo un gran partido. Imprescindible para vertebrar España y para integrar su diversidad en un proyecto compartido. Imprescindible para millones de ciudadanos y ciudadanas maltratados por las políticas de la derecha y abandonados por quienes prefieren pancartas y megáfonos a soluciones reales. Somos un gran partido, pero tenemos miles de militantes y millones de votantes consternados por el espectáculo que hemos dado. No podemos convertirnos en nuestros propios enemigos. Es hora de reconstruir el partido, de restañar heridas y buscar la fuerza de la unidad, pero también de renovar nuestro proyecto. El mundo ha cambiado, los problemas son diferentes y nuestras viejas respuestas han quedado anticuadas.

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Prácticamente ha desaparecido la movilidad social, tenemos colectivos enteros y una generación entera que ha quedado al margen de la riqueza colectiva. Existe un enorme malestar social, pero no se debe tanto a la quiebra de los servicios públicos como a la quiebra del mercado laboral y la imposibilidad de progreso económico. Los servicios públicos están funcionando como una red de igualdad de oportunidades, pero no como elemento de redistribución de renta. Tenemos que quitarnos las gafas del pasado, mirar con realismo la situación actual. Y, por ello, yo quiero proponer una reflexión en torno a cuatro ejes:

a) ¿A quién defendemos los socialistas? En los viejos tiempos sabíamos a quiénes defendíamos, sabíamos cuáles eran los intereses de nuestros votantes. Eran los obreros, los profesionales y clases medias que prosperaban juntos en el Estado de bienestar. Decir que defendemos a la ciudadanía es la prueba de que no sabemos quiénes son los nuestros. Esta es una afirmación que puede chocar, pero un partido democrático defiende a los suyos y, a la vez, defiende la democracia como sistema de negociación entre diferentes con intereses contrapuestos.

Por eso tenemos que hacer el esfuerzo de poner nombre a los que queremos defender y definir sus intereses. Y estos son un amplio colectivo que ha quedado fuera del bienestar, los que ven la sociedad actual desde la parte exterior de las murallas de los grupos sociales que mantienen un relativo confort. Especialmente a la generación de menos de 40 años, no porque sean jóvenes sino porque no tienen ninguna perspectiva de futuro. Debemos defender y buscar la complicidad de aquellos que comparten con nosotros que un país y una sociedad decente es aquella que no deja a nadie abandonado en la cuneta de la marginación y la exclusión y que se construye sobre los pilares de la libertad, la igualdad de oportunidades y la justicia social. Aquella en la que el progreso de unos pocos no se construye sobre la miseria y las penalidades de muchos.

Los especuladores son las modernas “manos muertas” que saquean el esfuerzo común

b) Reformar la Administración pública. La Administración pública actual tiene mucha grasa, que consume enormes recursos. Se nos ha olvidado que en los mejores tiempos, durante los “30 Gloriosos”, la Administración pública era austera. La austeridad en el gasto público debiera ser una virtud reclamada desde la izquierda, aunque hemos dejado que la derecha usurpara esa palabra para encubrir los recortes de los servicios, que no es lo mismo. Los servicios públicos sagrados para los socialistas, sanidad y educación, casi en ninguna comunidad autónoma superan el 50% de sus presupuestos. Debemos preguntarnos a dónde va el restante 50%.

En la crisis presupuestaria actual tenemos que definir con coraje los servicios que vamos a defender con uñas y dientes y dónde podemos hacer ahorros para garantizar su sostenibilidad. De lo contrario estaremos dando la excusa perfecta a la derecha para que aplique no la austeridad, sino la destrucción de los servicios públicos.

Pero también debemos garantizar la suficiencia de los ingresos. Hoy los recursos públicos están en torno al 44% del PIB. Una sociedad que pretenda limitar la desigualdad requiere que esos recursos lleguen aproximadamente al 50%, cifra por cierto que cumplen los países más prósperos de nuestro entorno. Y sí, también debemos incrementar unos cinco puntos los ingresos, a cargo, fundamentalmente, de las rentas del capital. Hacer una reforma profunda de nuestro sistema fiscal, para corregir las perversiones del modelo actual, basado sobre todo en las rentas del trabajo y en los impuestos indirectos, porque es radicalmente injusto.

c) Participar en la economía. Al abandonar el gobierno de la economía la política ha dimitido de su función fundamental, que es regular las decisiones que afectan al conjunto de la ciudadanía. Es hora de que la política recupere la primacía, no sobre la totalidad de la economía, que es cosa compleja y sería imposible, sino sobre los poderes especulativos.

Es necesario poner el capital a trabajar, es necesario terminar con la economía meramente especulativa que no genera riqueza sino que vampiriza la riqueza colectiva. Los especuladores son las modernas “manos muertas” que saquean el esfuerzo común. Tenemos que gastar dinero en la economía porque es la mejor inversión para el crecimiento. Bajando sueldos, que es el modelo que nos ha impuesto la derecha, no se crea competitividad, no se crea riqueza, solo se reparte y generaliza la pobreza.

Tan plurales, en lo identitario, son Cataluña o Euskadi como lo es España en su conjunto

d) Definir un modelo de Estado moderno. No podemos encerrarnos en conceptos del pasado para dar respuesta a la evolución de los Estados nacionales europeos y a las sociedades plurales y diversas de la nueva modernidad. Es necesario repensar el concepto de soberanía. Hoy no hay ningún ámbito en los países europeos que tenga soberanía absoluta. Estamos construyendo en Europa una nueva forma de Estado que comienza en el Ayuntamiento y termina en la Unión con soberanías multinivel y compartidas.

La nación como concepto de sociedad cohesionada por una identidad común ya no existe. Tan plurales, en lo identitario, son Cataluña o Euskadi en sus propias sociedades como lo es España en su conjunto. Los socialistas debemos defender la construcción de un nuevo modelo europeo con la participación de todos, cediendo soberanía a la Unión y buscando la subsidiariedad en los niveles inferiores. Lo mismo que debemos defender el autogobierno, no como herramienta para enfrentarse a la Administración central, sino como instrumento ideal para garantizar sociedades abiertas desde el respeto a la diversidad de identidad interna de cada una de ellas.

Hoy las ideologías están más vivas que nunca y, desde la izquierda, tenemos la obligación de enfrentarnos con un proyecto sólido y real a todos los dogmas que desde el neoliberalismo se nos están imponiendo como si fueran, no solo verdades absolutas, sino el único camino posible en un mundo globalizado. Es radicalmente falso. Hay un camino diferente, más solidario, de progreso colectivo. Pero tenemos que demostrarlo, socializarlo y buscar complicidades ciudadanas.

Empecemos ya.

Patxi López es diputado del PSOE por Bizkaia.

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