Persiguiendo a Tiny, 13 años, prostituta
La historia de cómo una pareja de artistas documenta e intenta rehabilitar la vida de una niña adicta al crack
Tiny era minúscula. Medía apenas metro y medio y acababa de cumplir 13 años cuando empezó a prostituirse por las calles de Seattle (Estados Unidos). Era una niña rubia de pelo corto que vestía tejanos y una infantil chaqueta de cuero y buscaba clientes por los alrededores de la estación de autobuses. Su verdadero nombre es Erin Blackwell.
La fotógrafa Mary Ellen Mark conoció a Tiny en primavera de 1983, cuando la niña llevaba apenas unos meses consumiendo crack y ejerciendo la prostitución. Reputada fotoperiodista, célebre por su atención preferente a causas sociales como las protestas contra la guerra de Vietnam o la lucha de los colectivos transexuales de Nueva York, Mark había acudido a Seattle con la intención de realizar una serie de retratos sobre adolescentes sin hogar para la revista Life. Pronto conoció a Tiny, Una relación que se ha mantenido hasta la actualidad.
“Consumía drogas con frecuencia, pero estaba segura de querer dejarlas. Parecía sentir compasión por sus clientes, a los que consideraba hombres solitarios necesitados de compañía”
A diferencia de otras prostitutas adolescentes, a las que la vida en las calles había inculcado una patológica desconfianza en los adultos, Tiny no tuvo el menor reparo en hablar con Mary Ellen y dejarse retratar por ella. Se mostró accesible y locuaz, incluso sirvió de intermediaria para que otras jóvenes prostitutas sin hogar aceptasen colaborar en el reportaje. La fotógrafa intuyó su potencial desde el principio.
En una entrevista reciente, Mark describe a la Tiny de 13 años como “una niña guapa, expresiva e inteligente, con un poso de inocencia que aún no se había echado a perder”. En las largas conversaciones que mantuvieron mientras recorrían la ciudad juntas, a Mark le sorprendió la firmeza con la que Tiny defendía unas convicciones que a ella le parecían extrañas en una prostituta adolescente: “Consumía drogas con frecuencia, pero estaba segura de querer dejarlas y no se consideraba una adicta. Estaba en contra del aborto, sin matices y sin fisuras. Parecía sentir compasión por sus clientes, a los que consideraba hombres solitarios necesitados de compañía. Y se imaginaba a medio plazo viviendo en una casa de los suburbios con un marido y diez hijos”.
Mary Ellen Mark volvió a Seattle pocas semanas después, acompañada esta vez por su marido, el director de cine documental Martin Bell. Volvieron a contactar con Tiny y la convirtieron en protagonista de un proyecto a dúo: mientras Martin rodaba una película, Mary Ellen ampliaba la galería de retratos de Tiny y sus amigos, el resto de niños descarriados de esa disfuncional isla de Nunca Jamás que eran para ellos las calles de Seattle.
Tras retratarla inicialmente con aspecto desaliñado, en situaciones cotidianas (abrazada incluso a un caballo de peluche, el único recuerdo sólido que conservaba de la anterior etapa de su vida), la fotógrafa empezó a sacar partido del magnetismo y la fotogenia de su jovencísima modelo. Le compró vestidos, sombreros, guantes, velos. La fotografió fumando con aspecto lánguido bajo la lluvia, mascando chicle, vagabundeando por los bosques de las afueras con expresión altiva y aspecto de joven geisha norteamericana.
De esta segunda inmersión en el mundo de Tiny nació Streetwise, un documental de Bell estrenado en 1984. Hora y media de crónica social en un gélido blanco y negro. Un producto de impecable factura, crudo y auténtico pese a sus ocasionales arrebatos de lirismo, con banda sonora de Tom Waits y destacada presencia del músico callejero Baby Gramps, toda una leyenda de la escena subterránea de Seattle. En Streetwise, la cámara acompaña a Tiny en sus rondas callejeras en busca de clientes y en sus noches a la intemperie en la húmeda y gélida ciudad donde nació Nirvana y el grunge.
También en sus ocasionales retornos a casa de Pat, la madre alcohólica y depresiva que la empujó a las calles y que responde a las preguntas de Martin Bell con una mezcla de indiferencia y estupor etílico. Para ella, lo de Tiny no es más que "una fase". Asegura que su hija puede volver a casa cuando quiera, pero la evidencia de ese hogar desvencijado, con muebles rotos, manchas de sangre y charcos de vómito, sugiere todo lo contrario.
Casada con Will, ha tenido, en efecto, los diez hijos con los que soñaba ya de adolescente, aunque algunos de ellos han sufrido graves problemas que ella misma atribuye al consumo de alcohol y drogas durante sus primeros embarazos
La película fue nominada a los Oscar y Tiny acudió a la gala en compañía de su pareja de pigmaliones, Martin y Mary Ellen. Incluso respondió brevemente a las preguntas de la prensa en la alfombra roja, y la suya fue presentada como una historia de redención, un milagro norteamericano. El de una joven extraviada de aspecto angelical a la que dos artistas bohemios de Nueva York habían rescatado de la marginalidad y de la muerte. Sin embargo, la realidad era otra.
Pese a la voluntad de Mark y Bell de ejercer una influencia positiva en su vida, ofreciéndose incluso a convertirse en sus tutores legales y acogerla en su casa de Nueva York, Tiny eligió seguir con su existencia a salto de mata, entre el hogar disfuncional de su madre y las calles y bosques de Seattle. En 1988, cuando Mary Ellen Mark presentó por fin su libro de retratos fotográficos, también titulado Streetwise, tuvo que acabar reconociendo, en el curso de las múltiples entrevistas concedidas, que la vida de Tiny no se había enderezado en absoluto en los últimos cuatro años: “Seguimos en contacto, claro que sí”, declaró por entonces, “pero la verdad es que se sigue prostituyendo, sigue consumiendo drogas y la convivencia con su madre no parece haber mejorado”.
Tiny aún tardaría otro año en dejar la prostitución y varios más en acabar superando (aunque luego sufriría varias recaídas) sus múltiples adicciones. Casada con Will, ha tenido, en efecto, los diez hijos con los que soñaba ya de adolescente, aunque algunos de ellos han sufrido graves problemas que ella misma atribuye al consumo de alcohol y drogas durante sus primeros embarazos. Pese a todo, ha tenido suerte. Ha llegado a la edad adulta (tiene 46 años) viva y sin graves secuelas físicas, algo que no puede decirse de la mayoría de compañeros de viaje retratados en Streetwise: Lulu murió apuñalada en una reyerta callejera; Roberta fue asesinada por un psicópata, en un caso muy difundido por la prensa y que inspiró parcialmente la serie The Killing, y Patti fue una de tantas adictas a la heroína que murieron de SIDA a finales de los 80.
Tiny cuenta con una mezcla de amargura y sentido del humor que una de sus hijas, Shawnie, “bebe, fuma, no quiere ir a la escuela y pasa algunas noches fuera de casa”. Cree que ha heredado de ella el gen de meterse en problemas
El último testimonio de la vida desestructurada de esta mujer minúscula está en la recientemente estrenada Tiny: The Life of Erin Blackwell (2016). Si el primer documental, Streetwise, narraba la adolescencia de Tiny, la nueva cuenta cómo es en la actualidad la protagonista, cómo le ha tratado la vida. También es un homenaje póstumo a Mary Ellen Mark, que murió en 2015. La película es el fruto de varios años de relación episódica entre Bell, Mark y una Tiny que fue dejando atrás el infierno de su infancia y adolescencia para convertirse en madre de familia numerosa en un hogar modesto y un tanto desestructurado de Seattle. Tiny reconoce vivir “día a día”, optando a trabajos eventuales y pequeños subsidios, administrando el modesto sueldo de su marido, Will. En un momento determinado, cuenta con una mezcla de amargura y sentido del humor que una de sus hijas, Shawnie, 23 años, se ha convertido en su principal preocupación, porque “bebe, fuma, no quiere ir a la escuela, pasa algunas noches fuera de casa” y, en general, se comporta como si hubiese heredado de ella el gen rebelde y la tendencia a meterse en problemas.
Tiny: The Life of Erin Blackwell destila melancolía. Es el testimonio de una mujer que se siente maltratada por la vida, que vive atrapada en la cara B de la felicidad doméstica con la que soñaba en sus años salvajes, agobiada por la pobreza, los problemas y la falta de horizontes vitales. “Amo a mi madre, pero si mañana me dijesen que ha muerto no creo que me importase demasiado”, se oye decir Erin Tiny Blackwell en uno de los momentos más conmovedores de esta descarnada reflexión sobre el paso del tiempo y las cicatrices que deja la existencia.
“Ya me he acostumbrado a la idea de que la vida es cruel y absurda”, sentencia Tiny. Y el espectador no puede estar más de acuerdo.
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