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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ‘brunch’ no será ‘desmuerzo’ en el diccionario digital

La RAE podrá incorporar más términos sin jubilar otros, el verdadero tormento de los académicos

Berna González Harbour
Interior de la Real Academia Española de la Lengua, (RAE).
Interior de la Real Academia Española de la Lengua, (RAE).Samuel Sánchez (EL PAÍS)

Uno de los secretos más jugosos de los debates en la Real Academia Española de la Lengua, donde 46 académicos debaten cada jueves sobre lo divino y lo humano de las palabras que usamos, es algo que a estos profesionales les cuesta mucho más que incluir nuevas palabras en el diccionario: y es sacarlas.

Incorporar nuevos términos suele suscitar vivas discusiones, investigaciones sobre su implantación de facto en los usos de escritores, periodistas o ciudadanos anónimos que logran impacto por alguna razón, pero el problema llega cuando para que esa incorporación sea posible hay que hacer sitio y jubilar palabras que están en desuso.

Darío Villanueva, el director de la RAE, contaba hace pocos días en un diálogo en la Fundación Niemeyer en Avilés que, en cuanto llega la amenaza de extinción, algunos académicos se dedican entonces a utilizar esas viejas palabras en desuso en sus libros o artículos para reavivarlas. Su cita ya es un argumento para su permanencia e incluso a veces logran que vuelvan a emplearse. Es la rebelión silenciosa (y divertida) contra la agonía de una palabra cuyo olvido les causa pesadumbre porque lo conocieron en la pluma, por ejemplo, de Valle Inclán.

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A partir de ahora, sin embargo, no habrá límites espaciales para las nuevas entradas porque el próximo diccionario será digital y en la Red cabe todo. La última versión (papel) tiene 93.000 entradas y la próxima podrá añadir nuevas sin necesidad sacar otras. No habrá relevo si las palabras merecen mantenerse y ninguna palabra competirá con otra por sobrevivir.

El método, eso sí, mantendrá los rigores habituales. Villanueva suele subrayar que el diccionario no muestra una voluntad lingüística, una ambición en los términos, sino que solo es notario de los usos habituales. Por ello los insultos están ahí, como las expresiones que no gustan a unos y otros colectivos.

El ejemplo más gráfico de que el diccionario no es un producto de laboratorio es una carta que recibió el director de un voluntarioso hispanohablante de EE UU que propuso una traducción idónea para brunch, ese desayuno tardío que bien puede sustituir a la comida. Ya que se trata de una elipsis de breakfast+lunch, el hombre ofreció su eureka particular: “desmuerzo”, como un buen resumen de desayuno más almuerzo. Villanueva le tuvo que agradecer la sugerencia pero recordarle que esto no funciona así. Más suerte tuvo Carolina Alguacil, la española que creó el término “mileurista” en una carta a EL PAÍS en 2005. Su denuncia de la precariedad se hizo reportaje y creció hasta convertirse en entrada aún en vigor.

Fabricar lenguaje no es tarea de esos 46 académicos, en suma, sino de los hispanohablantes, pero de ellos dependerá que los encontremos en la web. Por cierto, la palabra más consultada suele ser “cultura”. Hay esperanzas.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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