Civilizar y crecer
Las conclusiones prácticas de la cumbre del G 20 han sido escasas
En el G 20 se confió tras la emergencia de la crisis para que la gestión de esta fuera no solo más participativa, con las principales economías emergentes con un protagonismo destacado, sino para que se atendieran a problemas apenas intuidos por el poco representativo G 7, de las principales economías avanzadas. En la reunión que acaba de concluir en Hangzhou las conclusiones operativas han sido escasas. El enunciado más comercial ha sido ese de “civilizar el capitalismo”.
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Bajo un enunciado tal se pretende poner freno a la extensión del descontento social derivado de una gestión de la crisis que se ha traducido en una reducción del potencial de crecimiento y menor capacidad para reducir la desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza que la propia crisis acentuó. Pero nadie en el G 20 ha puesto sobre la mesa decisiones concretas. Ni siquiera la directora-gerente del FMI, que ha concretado un poco más el diagnóstico al subrayar que “el crecimiento está siendo demasiado reducido, durante demasiado tiempo, para muy pocos”. Y aun cuando en los documentos internos del FMI las políticas de expansión de la demanda y reactivación del comercio internacional destacan sobre los ajustes presupuestarios, la concreción sigue encontrando objeciones en algunas economías centrales de la eurozona. Que haya aparecido en el comunicado final una referencia a la necesidad de controlar más eficazmente la fiscalidad de las grandes multinacionales, sugerida por el presidente de la Comisión Europea, no puede soslayar el freno que sigue constituyendo la eurozona a la normalización de la economía mundial.
La condición necesaria para que la dinámica de globalización encuentre menos rechazo social no requiere tanto la dramatización de persecuciones fiscales, sino decidir de forma inmediata políticas que garanticen la restauración del potencial de crecimiento perdido, y la reducción del desempleo estructural en no pocas economías.
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