Multinacional carroñera
Nos seducía la compañía de la manzanita, la fértil imaginación de Steve Jobs, la plasmación del ascensor social en el emprendedor schumpeteriano de garaje, su enriquecimiento limpio con tecnología limpia
Al presidente de Apple, la multa de Bruselas por recibir ayudas públicas ilegales, individualizadas y anticompetitivas, en forma de exención de impuestos en Irlanda, le parece una “pura basura”.
La linda expresión no es materia tertuliana. Es su declaración de guerra contra el poder democrático europeo: mucho más democrático de lo que alegan los rebuznos euroescépticos, pues lo seleccionan Gobiernos democráticos. Y ahora lo hacen, también, a resultas de los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo.
En esta guerra, el gentil Tim Cook emplea armas insidiosas. Ha triunfado en su chantaje al Gobierno irlandés. Dublín pleiteará contra la Comisión: le bastó insinuar que, si no, abandonaría Irlanda, pues paga menos impuestos que “un chiringuito de salchichas”, según el primer ministro austriaco. Y prometer que, si le apoyaba, le regalaría 1.000 empleos e inversiones multimillonarias. El genuflexo Gobierno ha optado por inclinarse más. Prefiere mantener su repugnante prestigio de paraíso fiscal para atraer evasores fiscales que cobrar los 13.000 millones de la (gloriosa) sanción.
También achucha a la Casa Blanca, negándose a repatriar a EE UU los 220.000 millones de dólares que mantiene en la católica isla y otros zulos delincuentes... salvo si se le rebaja la factura fiscal, que le obligaría a pagar un 35% por el impuesto de sociedades.
Ya se olvidan las críticas de Obama a los evasores fiscales, a los que calificó de “desertores” fiscales. Ya su secretario del Tesoro aplaude los gusanos de la manzana. Con la ayuda, oh dioses, de Neelie Kroes, predecesora de la actual comisaria de Competencia, la valiente Margrethe Vestager. Kroes, empleada de lujo de compañías tecnológicas americanas, es heralda de su delicado jefe de filas, Durao Barroso, flamante don limpio del múltiples veces corrupto y confeso banco de inversión Goldman Sachs.
Nos seducía la compañía de la manzanita, la fértil imaginación de Steve Jobs, la plasmación del ascensor social en el emprendedor schumpeteriano de garaje, su enriquecimiento limpio con tecnología limpia. Y de pronto descubrimos que como la vieja Standard Oil o la antigua ATT, campeonas de la diplomacia de la cañonera, también encarna el mal imperial —versión 2.0—, la diplomacia carroñera. Eso sí, solo fiscal, sin usar balas.
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