¿A qué sabe una serpiente?
“Las serpientes te van a decepcionar pero si quieres intentarlo te acompaño”, me comentó un amigo entendido que reside en Shanghái desde hace tiempo. Por insólito que resulte aún se sacrifican y cocinan reptiles a la vista en una de las ciudades más modernas del mundo. Un Street Food de emociones fuertes, absolutamente primitivas.
Atardecía cuando llegamos a Shouning, calle repleta de puestos con cangrejos, caracoles y brochetas extrañas, y nos dirigimos al primero que nos ofrecía sus ofidios. A la vista una pecera repleta de culebras y una jaula con serpientes de raza desconocida que elegimos con más curiosidad que entusiasmo.
Enseguida, dos oficiantes en vestimenta de calle se apresuraron a negociar con nosotros el precio, 50 euros al cambio por cocinarnos una de las piezas. Asentimos, abrieron la jaula y uno de ambos con un guante de malla atenazó el reptil y nos lo mostró sonriente mientras se cimbreaba en el aire. Seccionó su cabeza con unas gruesas tijeras y sumergió el bicho descabezado en un balde. Tras varios enjuagues sobre el suelo en aguas sanguinolentas desollaron el bicho no sin ciertas dificultades.
Un segundo cocinero golpeó la carne blanca de la serpiente con la cara de un hacha china para ablandarla, como si se tratara de un pulpo, y la cortó en porciones de tres dedos que puso a hervir en una olla a presión con jengibre y tallos de ajos tiernos.
Mientras observaba la operación alguien me ofreció un vaso de plástico con agua en cuyo fondo nadaba un glóbulo azulado, grande. ¿Qué es esto?, pregunte extrañado. Por sus gestos entendí que se trataba del ojo del ofidio y por las sonrisas de los chinos supuse que estaba ante una pieza clave para fortalecer la virilidad masculina. Rehusé sin dudarlo, aquello era demasiado.
Esperamos 15 minutos a que abrieran la olla. Escurrieron los trozos, los embadurnaron en un rebozo de harina y los frieron a fuego vivo hasta dejarlos dorados. Una vez secos llegó el momento final de la receta. El cocinero salteó ajos tiernos y guindillas en el wok, vertió los trozos de serpiente y aderezó todo con un golpe de especias y un toque suave de vinagre.
A los dos minutos, por fin, la serpiente estaba en nuestro plato. Pedimos una cerveza para acompañar aquella carne y esperamos que se templara.
El primer mordisco fue decepcionante y el segundo peor todavía. Aquello era carne de pollo con peligrosas espinas, agujas tan finas e insidiosas como las del lucio o una morena. ¿Espinas?, le comenté a mi amigo. ¡Pero si las serpientes son vertebrados, tendrían que ser costillas¡
Sufrimos mucho para mordisquear algunos trozos de aquella cosa sin gusto a nada. Un auténtico fracaso.
Al marcharnos una pareja de aficionados norteamericanos (foodies o como queramos llamarlos) observaban felices en la calle cómo les preparaban dos culebras. No quise advertirles ni decepcionarlos. Todo es subjetivo. El camino de la gastronomía está salpicado de muchas alegrías y ciertos fracasos. Para mí, esta vez, habían pintado bastos. Sígueme en twitter: @JCCapel
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