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Los cameruneses importan hasta el final

En muchos países de África como Camerún se empiezan a implantar los cuidados paliativos para enfermos terminales

La hermana Cristina Antolín escucha las anécdotas de Josué.
La hermana Cristina Antolín escucha las anécdotas de Josué.Chema Caballero
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Cuando se habla de enfermedades en África, se suele poner el acento en las patologías agudas como el VIH/sida, la malaria, la tuberculosis, el ébola o, tras la última epidemia, la fiebre amarilla. Se invierte mucho dinero en encontrar una vacuna o cura. Pero en el continente también existen enfermedades que parecen olvidadas que matan, dan una calidad de vida muy mala y provocan mucho sufrimiento. Son el cáncer, insuficiencia renal o cardiaca, diabetes, hipertensión o el propio sida convertido en enfermedad crónica, en países donde no hay diálisis, cirugía cardiaca o de trasplantes ni quimioterapia. Para muchos ciudadanos, ser diagnosticados de una de estas dolencias significa prácticamente una condena a muerte entre fuertes dolores y muchas veces la estigmatización por parte de su propia familia.

Lo saben bien en el Hospital San Martín de Porres del barrio de Mvog Betsi de Yaundé, la capital de Camerún, apoyado por la Fundación Recover Hospitales para África. El centro está gestionado por un consorcio de congregaciones religiosas de la familia dominica. La hermana Cristina Antolín (Orihuela, Alicante, 1959), de la Congregación Santo Domingo, es su directora y la responsable de haber abierto el primer centro de cuidados paliativos del país y uno de los pocos que existen en el continente.

Al entrar en la casa que lo acoge se respira mucha serenidad. El recibidor contiene varios sofás y está decorado con una frase de Cecily Saunders, fundadora de los cuidados paliativos: “Todos somos importantes hasta el último momento de nuestras vidas”, varios cuadros de San Martín de Porres y Santo Domingo y una televisión que muestra continuamente vídeos musicales. Una sala de enfermería, varias habitaciones y un gran patio lleno de flores y árboles completan el recinto.

En la primera estancia se encuentra Marie Grace. Con 34 años, y un hijo de 17, tiene un cáncer de cuello de útero en un estado muy avanzado. “Este tipo de cáncer tarda diez años en desarrollarse”, explica la directora. “Si se hubiera descubierto a tiempo se habría curado, pero no tenía dinero para ir al médico. Nos llegó demasiado tarde y no pudimos hacer nada por ella. En este país solo existe un equipo de radioterapia que está en Duala y hay que pagar 200.000 francos CFA (304 euros) por seis sesiones. Eso es mucho dinero aquí”.

Los enfermeros de guardia en el centro de cuidados paliativos.
Los enfermeros de guardia en el centro de cuidados paliativos.Chema Caballero

“La idea de un lugar para los cuidados paliativos surgió hace un par de años, cuando nos encontramos con Sophie, una mujer de 40 que nos llegó con un cáncer de mama muy avanzado”, comenta Antolín. “Nos dimos cuenta de que había muchos casos de cáncer en el país. Estos significan hospitalizaciones largas cuando estamos escasos de camas y los médicos no pueden hacer nada". Los médicos operaron a la paciente, pero a los cinco meses se le reprodujo la enfermedad. "Cuando vino de nuevo dijo que volvía porque en este hospital se le dio dignidad de persona, y que por eso quería morir aquí", evoca la médico. Su familia la tenía aislada y apenas le daba de comer. Este caso, junto a otros similares, hizo pensar a los responsables del centro en crear un espacio donde cuidar de este tipo de enfermos.

De las seis habitaciones que tiene la casa (cuatro dobles y dos individuales), de momento solo tres están ocupadas. Siempre hay un miembro de su familia con cada paciente o se puede escoger contratar a una de las personas sin recursos que el hospital ha formado para acompañar a los enfermos. Es el caso de Roger, un joven que mira la tele sentado en uno de los sillones. Si no hay familiares, estas personas lavan, ayudan a comer y acompañan a los pacientes. En la habitación contigua está Josué en una silla de ruedas, que cuando entra Antolín comienza a contarle anécdotas.

A Josué le costó mucho aceptar su enfermedad. “Es un ingeniero de caminos, un hombre importante y muy rico que ha viajado mucho y ha tenido muchas mujeres. Tenía un trato despótico con los enfermeros, tanto que casi lo echo de aquí”, cuenta la directora. “Ahora ha aceptado el sufrimiento y se ha transformado en una persona dulce y suave. Una diabetes mal curada y un derrame cerebral lo han llevado a esta situación. Como siempre ha estado habituado a que le obedezcan, quería que echara a los enfermeros que no respondían inmediatamente a sus demandas". Al final, la doctora le dio tres días para que cambiara su actitud y pidiera perdón a una enfermera a la que había insultado. Al final lo hizo.

Christian Tsotie, el enfermero jefe, y, al fondo, Marie Grace, de 34 años, que tiene un cáncer muy avanzado de cuello de útero.
Christian Tsotie, el enfermero jefe, y, al fondo, Marie Grace, de 34 años, que tiene un cáncer muy avanzado de cuello de útero.Chema Caballero

Es así, poco a poco, como en el centro consiguen que las personas que llegan acepten su situación y vivan dignamente sus últimos años. Un trabajo de mucha paciencia que realizan además de su responsable médico y varios enfermeros, una psicóloga y una asistente social.

“Es muy importante el cuidado del personal que trabaja en un centro como este”, comenta la directora. “En las reuniones semanales de seguimiento no solo hablamos de la situación del enfermo y de su familia, sino también de nosotros, de cómo estamos viviendo cada caso. Luego cada dos meses organizamos una salida para despejarnos y divertirnos juntos". Antolín también considera importante la celebración del rito de separación cuando algún paciente muere. Se trata de ayudar al personal del centro a despedirse del muerto. Cada uno comparte lo que recuerda de él, sus cosas buenas y malas y se le despide. "Así se nos ayuda a todos a superar la muerte de esa persona y que su memoria no se quede flotando en el aire”.

“Al principio también hubo que trabajar mucho con el personal del hospital y sensibilizarlo porque veían este trabajo como una pérdida de tiempo”, continúa. “También con los médicos porque aquí cuesta mucho decirle al paciente que no hay nada que hacer". Poco a poco esa actitud también va cambiando y, según Antolín, ahora son muchos los enfermos que dan las gracias a los doctores porque les dicen la verdad, aunque no sea lo que quieran oír. De igual manera, se trabaja mucho con la familia del enfermo para que acepte la situación.

La hermana Ana Gutierrez, médico y directora del centro de salud de Bikop, y coordinadora de cuidados paliativos en Camerún.
La hermana Ana Gutierrez, médico y directora del centro de salud de Bikop, y coordinadora de cuidados paliativos en Camerún.Chema Caballero

En los pocos más de dos años que el centro lleva abierto, han pasado por él 95 casos. Desde enero de 2016, el programa ha dado un nuevo paso al introducir los cuidados paliativos en casa, una forma de mitigar la falta de espacio que tiene. Los pacientes que llegan son atendidos tres o cuatro días hasta que se encuentran un poco mejor, luego se les traslada a sus hogares y se les hace el seguimiento allí. Esto supone trabajar conjuntamente con las familias y enseñarles cómo tratar y cuidar a los enfermos.

El próximo paso será introducir una unidad de quimioterapia, “para que el tiempo que les toque vivir a los enfermos lo vivan con dignidad”, comenta Antolín. Para tal fin, Christian Tsotie, el enfermero jefe de la sección, ha sido enviado a formarse en España. Y queda pendiente el gran sueño de la responsable del hospital, que no es otro que ampliar el recinto con un nuevo edificio donde tener una maternidad más grande y más espacio para camas. En esta ampliación habría una planta dedicada íntegramente a cuidados paliativos.

La hermana Ana Gutiérrez (Santander, 1975), directora del Centro de Salud de Bikop, es la coordinadora de los cuidados paliativos en Camerún. “Justo aquí la gente que tenemos un poco de sensibilidad sobre el tema nos encontramos con muchas patologías a las que no les puedes ofrecer otra alternativa que aliviar el sufrimiento que esa enfermedad va a llevar, porque no tiene curación”, comenta. Ella, Antolín y la ONG Paliativos sin fronteras, con sede en San Sebastián (Gipuzkoa), decidieron arrancar con este tipo de cuidados en Camerún en 2011. Desde entonces han editado una guía que se distribuye a los profesionales sanitarios y han formado a 2.200 personas en cuidados paliativos en todo Camerún.

Esta iniciativa pionera del Hospital San Martín de Porres cuenta con el reconocimiento del Gobierno de Camerún, “aunque de poco nos sirve porque llevan años prometiéndonos que van a arreglar la carretera que llega hasta aquí y luego nunca lo hacen”, comenta Antolín sin perder la sonrisa. Por su parte, el Ministerio de Sanidad está introduciendo un capítulo sobre cuidados paliativos en todas las guía médicas del país y clases sobre el tema en las escuelas médicas y de enfermería. Pero son solo unos pocos centros católicos los que están implementando este tipo de tratamientos, hasta el momento.

El periodista donostiarra Alfredo Torrescalles, ha recogido este trabajo en el documental titulado Más allá de la colina y la selva. Aquí tenemos el tráiler del mismo

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