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Las olimpiadas de los refugiados

Un equipo formado por diez atletas refugiados participa en los Juegos de Rio de Janeiro 2016. Algo histórico. Estas son sus vidas

Yusra Mardini, nadadora siria, durante una sesión de entrenamiento en el el club de natación Wasserfreunde Spandau 04 de Berlín. ACNUR / Quality
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The refugee athletes competing under the Olympic flag

“Serán un símbolo de esperanza”. Esas fueron las palabras que el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, utilizó a la hora de anunciar que un equipo compuesto por refugiados —acción sin precedentes en la historia de los Juegos Olímpicos— competirá en Rio de Janeiro este mes de agosto. “Estos refugiados no tienen hogar, ni equipo, ni bandera, ni himno nacional. Les ofreceremos un hogar en la Villa Olímpica junto al resto de los atletas del mundo”, detalló a través de un comunicado.

Se trata de un total de diez atletas, seleccionados entre 43 posibles candidaturas, de quienes se ha valorado que posean el estatus oficial de refugiado, además de sus competencias deportivas y su situación personal. Este equipo estará formado por dos nadadores sirios, dos yudocas de la República Democrática del Congo y seis corredores: cinco de Sudán del Sur y uno de Etiopía. Atletas que hoy disfrutan de su derecho de asilo en países como Alemania, Bélgica, Luxemburgo, Kenia o Brasil, donde se entrenan con las miras puestas en la gran cita deportiva.

Noticia deportiva histórica en un momento también histórico. Según el informe anual 'Tendencias globales' de 2015 del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), el número total de refugiados en el mundo ha aumentado por quinto año consecutivo y ya supera los 65 millones (65,3). Una cifra récord que equivale a una media de 24 personas escapando de sus casas cada minuto. “Los líderes mundiales no pueden contemplar por más tiempo tantas vidas siendo innecesariamente perdidas. Tenemos que encontrar medios humanos y dignos que garanticen que los refugiados no arriesgan su vida ni la de sus familiares”, afirma con preocupación Luiz Fernando Godinho, portavoz de ACNUR Brasil.

Atleta de origen sursuranés, Yiech Pur Biel, refugiado en un campamento en Kenia.
Atleta de origen sursuranés, Yiech Pur Biel, refugiado en un campamento en Kenia.COI

En ocasiones anteriores otros atletas ya han marchado bajo la bandera olímpica, pero nunca como refugiados. En 1992, los deportistas de la antigua Yugoslavia competieron representado esta bandera debido a las sanciones que el país sufría en relación con la guerra de los Balcanes. Los equipos olímpicos de las nuevas naciones independientes de Timor Oriental (2000) y de Sudán del Sur (2012) lo hicieron también mientras sus Comités Olímpicos eran oficialmente constituidos. Hoy por hoy, las razones particulares por las que se acoge a estos atletas son diversas si bien existe un denominador común: la huida de sus países de origen con la única meta de sobrevivir.

Siria: la guerra que no acaba

El conflicto entre el Gobierno sirio y los opositores al presidente Bashar al Assad se desató en marzo de 2011. Las primeras protestas pacíficas, dentro de la denominada Primavera Árabe, pronto se tiñeron de sangre. A día de hoy, la presencia de numerosos frentes en combate: chiíes (apoyados por Irán o Líbano) contra suníes (apoyados por Arabia Saudí, Turquía, Qatar, Jordania); el Estado Islámico (IS); la franquicia de Al Qaeda en Siria, Al-Nusra; EEUU; Rusia; Europa... no facilita el fin de esta guerra de guerras. Ya son cinco millones de refugiados sirios, más de siete millones de desplazados internos y una cifra de muertos que supera las 280.000 víctimas.

Este equipo estará formado por dos nadadores sirios, dos yudocas de la República Democrática del Congo y seis corredores: cinco de Sudán del Sur y uno de Etiopía

De este panorama desolador escaparon los jóvenes nadadores Yusra Mardini, de 18 años, y Rami Anis, de 25, antes de que fuese demasiado tarde. En el verano de 2015, Yusra y su hermana Sarah huyeron a Beirut, después a Estambul y finalmente a Izmir, donde cruzaron en bote el Mediterráneo hasta alcanzar las vergüenzas de Europa: la isla griega de Lesbos. A los treinta minutos de viaje, sin embargo, el motor se paró y Yusra tuvo que empujar el bote junto a los pocos pasajeros que también sabían nadar. “Habría sido lamentable si se hubiera ahogado alguien en nuestro bote”, reconoce Yusra a ACNUR, quien ya había representado a Siria en el Campeonato Mundial de Natación 2012.

Hoy se entrena en Berlín y su vida no se parece en nada a aquella que provoca la guerra. “Quiero que nadie renuncie a sus sueños. Quiero que todos luchen por lo que sienten en su corazón, incluso si parece imposible”, afirma con ilusión Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. Por su parte, Rami escapó de Alepo antes de ser llamado para juntarse a las tropas del ejército sirio. Después de vivir cuatro años en Estambul, hoy reside con su familia en Bélgica donde se entrena bajo las órdenes de la ex nadadora olímpica Carine Verbauwen: “La mentalidad de Rami es diferente de la de los otros nadadores. Si quiere hacer algo dice: 'lo voy a hacer' mientras los belgas siempre dicen: 'voy a intentar hacerlo'”.

República Democrática del Congo: la fiebre del coltán

El gigante centroafricano sufre un conflicto bélico que dura más de 50 años; incluso después de los acuerdos de paz que, en teoría, pusieron fin a la sangrienta guerra civil (1998-2002). Un polvorín de odios étnicos históricos y grandes intereses económicos han convertido la zona de los Grandes Lagos en un escenario de matanzas tribales y violaciones en serie. Además, a los ya expoliados yacimientos de diamantes, oro, petróleo y uranio se le suma la presencia del 80% de las reservas mundiales de coltán; metal codiciado por la pujante industria telefónica. Son ya casi 5 millones de muertos y más de medio millón de refugiados en todo el mundo, según la ONU.

La guerra del Congo les arrebató la infancia. La yudoca Yolande Mabika, de 28 años, reconoce que no se acuerda de los rostros de sus familiares, de los que tuvo que separarse cuando tenía diez años: “Estoy entrenando mucho para intentar conseguir la medalla pero, sobre todo, para transformar mi vida y un día buscar a mi familia”. Tanto ella como Popole Misenga, de 24 años, pasaron sus años más tiernos en un centro para niños desplazados en la capital congoleña, Kinsasa. En 2013, llegaron a Rio de Janeiro para el Campeonato Mundial de Judo y decidieron quedarse. No aguantaban más las vejaciones de los entrenadores nacionales que los dejaban sin comer durante días si perdían.

Tres años después se han ido adaptando a este país que hoy consideran su hogar y que da refugio a un total de 1.300 congoleños. “Yo ya tengo un hijo y una mujer brasileños. Tengo que quedarme cerca de ellos y cuidarlos”, afirma Popole, para quien el choque cultural y el lingüístico fueron los mayores retos. Yolande, por su parte, solo tiene pensamientos para la gran fecha. “Soy guerrera, ya luché mucho. Si tuviese que estar muerta habría sucedido en mi país. Dios me colocó aquí y voy a darlo todo”, afirma entusiasmada.

Sudán del Sur: todos contra todos

En el año 2013 la guerra invadió de nuevo las calles, casas y escuelas del país más joven del mundo; independizado en 2011 de su vecino del norte tras dos cruentas guerras civiles. Comenzó entonces una sangrienta limpieza étnica entre las tribus históricamente enfrentadas dinka —con cuatro millones de habitantes— y la perseguida minoría nuer. En la actualidad, una situación alimentaria crítica, junto a la falta de agua potable entre el 45% de la población nacional, aumentan el riesgo de hambrunas y de una posible devastadora epidemia de cólera. Más de dos millones de personas continúan desplazadas a la fuerza; 700.000 de ellas en países vecinos como refugiados.

Precisamente, al país fronterizo de Kenia huyeron siendo unos niños los cinco atletas sursudaneses que competirán en estas Olimpiadas, en concreto, al desbordado campamento de Kakuma donde descubrieron sus cualidades deportivas. Hoy todos se entrenan en Nairobi gracias al Centro de Entrenamiento para refugiados de la Fundación de Paz Tegla Loroupe, cuya misión es la de promover la coexistencia pacífica entre las comunidades pastoriles de Kenia, Uganda y el Cuerno de África a través del deporte.

Todo cambió para Rose Nathike (23) cuando hace un año compitió en una carrera de 10 kilómetros en el campamento de Kakuma. “Nunca había entrenado. Era la primera vez que corría y terminé segunda”, cuenta a ACNUR con una sonrisa. A partir de ahí, el trabajo duro hizo con que finalmente fuese una de las seleccionadas para las Olimpiadas en la prueba de 800 metros, misma modalidad que su compañero Yiech Pur Biel (21) quien encara esta oportunidad como una forma de dar visibilidad a todos los refugiados: “Puedo demostrar a mis compañeros refugiados que hay oportunidades y esperanza en la vida. A través de la educación, pero también del atletismo, se puede cambiar el mundo”.

Etiopía: la encarnación del hambre

Las sequías son cíclicas en el segundo país más poblado de África —unos 97 millones de personas— después de Nigeria. Y esa falta de agua se traduce en hambre debido una economía en su mayoría agrícola (80% de la población se dedica al campo). En concreto, el fenómeno climatológico de EL Niño es el responsable de lapeor sequía de los últimos 50 años. Se requiere asistencia alimentaria para 15 millones de personas, y se espera que más de 300.000 sufran malnutrición severa aguda a lo largo de 2016. Una situación difícil en el país africano que más refugiados acoge: más de 600.000 procedentes de Sudán del Sur, Somalia, Nigeria, etc.

Sin embargo, los motivos que forzaron al maratoniano etíope Yonas Kinde, 36 años, a abandonar su país hace cinco años fueron otros, y hoy todavía los protege bajo un halo de misterio. “Para mí es imposible vivir allí, es muy peligroso”, explica con contundencia a ACNUR. "Dejé mi país por problemas políticos. Existen muchas dificultades morales y económicas, y es muy difícil ser un atleta”. En la actualidad reside en Luxemburgo, donde estudia francés y trabaja como taxista.

Yonas ya ha participado en varios maratones de diferentes capitales europeas, pero la falta de ciudadanía siempre le ha impedido acudir a los grandes eventos. El año pasado, completó la maratón de Frankfurt en dos horas y 17 minutos. “Se fuese de Luxemburgo, se habría clasificado para el equipo olímpico”, afirma su entrenador Yves Göldi. Contra todo pronóstico, hoy, puede decir que su sueño de correr en unos Juegos Olímpicos se ha hecho realidad. “Estoy feliz y orgulloso”, expresa Kinde a ACNUR con energías renovadas puestas en el deporte.

“El mundo está descabezado y lleno de maldad. Las personas no piensan en ayudar a nadie: si encuentran a alguien caído en el suelo, no van a preguntar qué le ha pasado. El amor no está existiendo. Así, mostrar en estas Olimpiadas un equipo de personas que tanto han sufrido y que necesitan la ayuda de todos va a ser un gran ejemplo, y quién sabe, quizás el amor llegue con eso”, manifiesta esperanzado Geraldo Bernardes, entrenador de los dos yudocas congoleños.

Estos diez atletas refugiados marcharán el próximo 5 de agosto bajo la bandera olímpica, justo delante del país anfitrión, Brasil. Una imagen simbólica que, quizá, también remueva consciencias al otro lado del océano Atlántico, en una Europa que se niega a ver la denominada “crisis de refugiados” como lo que es: una crisis humanitaria internacional de personas huyendo de la muerte. Estos deportistas —por ser quienes son— representan un gran ejemplo de superación personal y gracias a estos Juegos Olímpicos, su lucha será mundialmente celebrada.

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