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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un crimen contra la transgresión en las redes sociales

La modelo pakistaní Qandeel Baloch ha pagado con la vida haberse convertido en una irreverente celebridad en la Red

Milagros Pérez Oliva
Qandeel Baloch.
Qandeel Baloch.

"Voy a luchar por ello. No voy a renunciar. Voy a alcanzar mi meta. Y absolutamente nada me detendrá". Poco podía imaginar la desafiante Qandeel Baloch que este iba a ser uno de sus últimos mensajes en Twitter. Lo escribió el 14 de julio, junto a otros dos en los que se muestra determinada a seguir por el heterodoxo camino que le ha llevado a la fama. “La vida me ha dado lecciones a una edad muy temprana. Mi viaje de niña a mujer independiente no ha sido fácil”, escribe. Y a continuación: “Como mujeres, debemos levantarnos: por nosotras mismas, por todas las mujeres, las unas por las otras”. Son mensajes en inglés que ilustra con una foto suya en la que puede verse a una atractiva joven, cuidadosamente maquillada y vestida con tejanos ajustados, camisa roja y altos tacones.

Tenía 46.500 seguidores y al éxito de su cuenta de Twitter contribuyó sin duda su actitud provocadora, comenzando por la imagen de presentación, en la que insinúa —pero no muestra— un gran sexo femenino. Qandeel Baloch se había convertido en una especie de símbolo erótico de Pakistán a base de vídeos insinuantes y provocadores selfies en las redes sociales. Con más de 700.000 seguidores en Facebook, era una celebrity tan libre y dueña de sí misma como incómoda para los vigilantes de la moral pública. Ella respondía a las críticas moralizantes con más desafíos, por ejemplo denunciando la hipocresía religiosa con un selfie en el que aparecía con uno de los imanes más conocidos del país. El imán tuvo que dimitir de los cargos de representación y ella comenzó a recibir amenazas.

Romper tambúes puede ser muy peligroso en Pakistán. Su notoriedad se estaba convirtiendo en un revulsivo cultural. Hasta que un hermano suyo decidió atribuirse la misión de librar a la familia del deshonor que para él representaba Qandeel. En la fiesta familiar del final del Ramadán, la estranguló. Un crimen de honor. No es la primera vez que un padre o un hermano matan a una mujer por haber sido infiel, por tener relaciones prohibidas o simplemente por no acatar la vida sumisa y dependiente que la tradición cultural del país asigna a las mujeres. Se calcula que cada año se producen en Pakistán más de mil asesinatos de mujeres por honor. En 2008, un grupo de hombres de la tribu Umrani secuestró a tres muchachas que habían rechazado los matrimonios acordados por sus familias, dispararon sobre ellas y las enterraron aún vivas. En mayo de 2014 una mujer embarazada fue apedreada hasta la muerte por un grupo de hombres de su familia en la puerta de un juzgado de Lahore por haberse casado con el hombre que amaba.

En el caso de la modelo Qandeel Baloch, cuyo nombre real era Fauzia Azeem, se ha dado la combinación más explosiva: una conducta abiertamente transgresora unida a la potencia amplificadora de las redes sociales y la alianza entre libertad y tecnología en un país donde gran parte de la población vive anclada en la edad media.

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