Conjugar bosques y cultivos
El principal factor de deforestación sigue siendo la transformación en tierras agrícolas
La necesidad de espacio para actividades agrícolas sigue siendo el principal factor de deforestación en el mundo. De hecho, en la región de clima tropical —la que más bosque ha perdido en los últimos 25 años— la bajada de la superficie boscosa (unos siete millones de hectáreas al año) va en consonancia con el incremento de tierras para agricultura (en torno a seis millones). También hay un claro componente económico: entre 2000 y 2010, los países con ingresos bajos perdieron una media de unos 2,2 millones de hectáreas de bosque al año y ganaron casi 3,2 millones de superficie agrícola, según el informe de 2016 sobre el estado mundial de los bosques de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura).
Cómo conjugar cultivos y pastoreo (seguridad alimentaria y actividad económica) con la conservación de la superficie forestal es uno de los debates presentes en el 32º congreso de bosques de la organización, que ha reunido a representantes de los países miembros y de otras entidades esta semana en Roma. El informe señala que en esa área tropical más afectada, la agricultura comercial a gran escala es responsable del 40% de la deforestación. Después va la agricultura local de subsistencia, con el 33%, y el 27% restante se lo llevan la expansión urbana, la construcción de infraestructuras y la minería.
En América Latina, por ejemplo, el 70% de la pérdida de bosque se puede achacar a las explotaciones agrícolas comerciales. En la región del Amazonas hay que mirar al pastoreo extensivo, el cultivo de soja y las plantaciones de palma aceitera. Estas últimas también están reemplazando a grandes espacios boscosos en el Sudeste asiático.
Datos globales
El informe sobre el estado de los bosques en el mundo también destaca que en los últimos 25 años la superficie forestal mundial ha disminuido un 3,1% (129 millones de hectáreas), aunque la tasa de pérdida neta de bosques haya bajado de 7,3 millones de hectáreas anuales en los noventa a 3,3 millones entre 2010 y 2015.
Además de que los recursos que atesoran y de que cientos de millones de personas viven en y de los bosques, estos son clave en la lucha contra el cambio climático y sirven de hábitat al 75% de la biodiversidad terreste.
Teniendo en cuenta que el consumo de alimentos seguirá creciendo a medida que aumente la población (lo ha hecho un 40% desde 1990), es necesario integrar la producción de alimentos con la conservación de los bosques. El informe de la FAO, conocido como SOFO (Estado de los bosques, por sus siglas en inglés), presenta los casos de países que en la primera década del siglo consiguieron mejorar su seguridad alimentaria al tiempo que incrementaban su superficie forestal, como por ejemplo Chile, Costa Rica, Gambia, Georgia o Vietnam.
En Chile se produjo en ese periodo un frenazo en el aumento de la población, y además hubo migraciones importantes del campo a la ciudad. Ese contexto, junto con un marco institucional viable y un aumento de la productividad de los cultivos fueron las bases para conseguirlo. En Costa Rica se fomentó la producción de alimentos y se introdujeron controles jurídicos para evitar los cambios de bosque a otros usos de la tierra. También se instauró en 1997 una financiación estable destinada a los bosques y se consolidaron áreas protegidas. La importancia del ecoturismo para la economía del país sin duda contribuyó a una concienciación de la sociedad costarricense sobre la importancia de los bosques.
En África, Gambia impulsó la transferencia de la propiedad de los bosques a las comunidades, de manera que estas pudieran encargarse de su conservación de forma participativa. El incremento de la producción de arroz y de las importaciones de alimentos permitieron reducir la subalimentación al tiempo que se protegían los bosques a través de esas organizaciones locales con apoyo exterior.
En Georgia tuvo importancia la migración lejos de las zonas forestales, que redujo la presión sobre los bosques en cuanto a tala y pastoreo. Un nuevo código normativo forestal y la asistencia al desarrollo agrícola fueron otros de los ingredientes principales. En Vietnam los cambios vinieron a mayor escala: la reforma agrícola situó a los hogares que se dedican a esta actividad en el centro de la actividad económica de un país que se abría al comercio internacional. El Estado apoyó a los sectores agrícola y forestal y estableció objetivos claros en ambos ámbitos. También se reformó la regulación de la tenencia de la tierra para ofrecer seguridad sobre la misma. De esta forma, al garantizar la propiedad de una zona boscosa, se incentiva la inversión a largo plazo. Un mecanismo financiero de pago por servicios ambientales y una apertura de la actividad forestal estatal a las poblaciones locales y las comunidades también ayudaron a combinar ambos objetivos.
Porque tal y como se avanza en la agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el enfoque tiene que ser integral y, si se quiere avanzar, no se puede sacrificar la agricultura por los bosques o viceversa. Como señaló en el último Congreso Forestal Mundial la presidenta de la Organización Mundial de Agricultores, Evelyn Nguleka, "es un hecho que la agricultura y la actividad forestal ya no se pueden tratar de forma aislada. La vinculación entre ambas resulta esencial para el desarrollo socioeconómico".
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