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CONCURSO

La magia de los números

'Materia' desafía a sus lectores a resolver este tercer desafío científico, que acompaña a la biblioteca 'Descubrir la ciencia'.

Este 'Aeonium tabulaeforme', la más destacable de todas las sempervivas canarias, esconde una pista para resolver el enigma
Este 'Aeonium tabulaeforme', la más destacable de todas las sempervivas canarias, esconde una pista para resolver el enigmaMax Ronnersjö

Cuentan que un día Leonardo, durante uno de sus viajes, fue apresado por los soldados de un rey. Aquel monarca era aficionado a los juegos y acertijos, pero se aburría mortalmente (aún no se habían inventado el cubo de Rubik y las revistas de pasatiempos). Así que, cuando supo que su nuevo huésped era un famoso sabio versado en matemáticas, pidió que lo condujeran a su presencia y, ante la corte allí reunida, le espetó:

—Extranjero, quedarás libre si me propones un acertijo que yo no sepa resolver.

Leonardo comenzó a cavilar y a acariciarse el mentón entre el murmullo de los cortesanos, hasta que de súbito levantó un dedo y enarcó las cejas. Todos callaron de inmediato. Y entonces Leonardo, ante la expectación general, le preguntó al rey:

—Oh, poderoso señor, ¿cómo podéis convertir tres en ocho sumando sólo dos?

Los murmullos arreciaron. Pero el rey, seguro de sí mismo, sonrió con media boca e hizo girar la mano con un gesto de suficiencia. Hasta que, pasados unos segundos, su expresión se petrificó y sus dedos quedaron congelados en el aire.

—Tres en ocho sumando sólo dos...

El rey se levantó de su trono y paseó nerviosamente, musitando cálculos entre sus dientes. Pero fue inútil. Por fin, furioso consigo mismo y con el extranjero, pateó su trono y exclamó:

—¡Eso no puede hacerse! ¡Es imposible!

Pidiendo permiso humildemente, Leonardo sacó de su bolsa unas varitas de olivo y las partió en trozos más o menos iguales. Entonces se arrodilló y formó con ellas en el suelo la figura de un número tres.

—Tres –dijo.

A continuación, y mientras toda la corte contenía la respiración, Leonardo exhibió en alto dos varitas más. Y añadiéndolas a la figura del tres, lo convirtió en un ocho.

—¡Ocho! —proclamó triunfante.

Todos los presentes emitieron un prolongado “¡Oooooh!” de admiración. Excepto el rey, que volvió a patear su trono.

—¡Eso es trampa! —gritó—. ¡No me has dicho que podía formar los números con palitos! ¡Has de concederme la revancha!

—Está bien —dijo Leonardo—. Plantead pues, majestad.

—¿Yo? ¡Tú eres el matemático! Te ordeno que inventes un acertijo que yo sepa resolver, pero tú no.

—Pe... pero, ¿estáis chifl...? Quiero decir, majestad... ¿Cómo puedo inventar un acertijo que yo mismo no sepa resolver?

—Entonces no eres tan listo. Así que serás mi huésped hasta que esas varitas de olivo, que con tanta petulancia manejas, ¡den aceitunas! ¡Guardias, encerradlo!

—¡No, esperad, majestad! –terció Leonardo, súbitamente iluminado-. Creo que hay algo que sí puedo hacer.

—Habla —. Ordenó el rey.

—Os propondré un acertijo que adivinaréis con suma facilidad. Pero después obraré una magia especial para que en años venideros su resolución sea harto más ardua, a tal punto que muchos dirán de él que es imposible de resolver. Y todos admirarán vuestra inmensa sapiencia.

—¿En serio? ¿Puedes hacer eso? ¿Eres acaso un... hechicero?

—Yo no; son los números los que tienen magia. Os lo garantizo, majestad. Y si no cumplo mi palabra, yo mismo regresaré a vuestro reino para ser encerrado durante el resto de mis días, comiendo sólo lo que pueda rascar con los dientes de las paredes de vuestra mazmorra.

—Así sea —. Accedió el rey.

Y Leonardo cumplió su promesa: todo sucedió tal como él había vaticinado, y jamás tuvo que regresar a aquel país. Este fue el acertijo que le planteó al rey:

Partiendo del ocho que había formado con las varitas, ¿cómo puede convertirse en un trece moviendo sólo un palo?

Si no consigues resolverlo, entonces le habrás dado la razón a Leonardo. Pero si quieres demostrar que se equivocaba, deberás solucionar el enigma. ¿Una pista? El padre de Leonardo se llamaba Guillermo. Con ese dato en mente, vuelve a leer el texto.

Escribe tu respuesta y cuéntanos cómo has llegado a ella. El plazo para responder a este desafío finaliza el domingo 10 de julio a las 12:00 (hora peninsular española).

Respuesta correcta: Si usamos la numeración romana, un VIII se convierte fácilmente en un XIII, con solo mover un palo.

La clave para resolver el desafío está en que el protagonista de la historia es Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci, que impulsó la difusión en Europa del actual sistema de numeración indo-arábigo. En su época (siglo XIII) todavía se usaba la numeración romana.

Ganador: José Sebastián Ochotorena, de Mutilva (Navarra), tras un sorteo entre todos los acertantes de este desafío.

;)

Finalizado

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