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Tribuna
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Vayamos más allá del miedo a las migraciones

Atrevámonos a confiar en que también la generosidad tiene un papel clave que jugar en la vida pública

Protesta convocada para pedir una mejor ley de asilo para los refugiados, en el Parlamento de Viena, Austria.
Protesta convocada para pedir una mejor ley de asilo para los refugiados, en el Parlamento de Viena, Austria.CHRISTIAN BRUNA (EFE)

Por todo el mundo, mujeres, hombres y niños se ven obligados a dejar su tierra. Es su sufrimiento lo que crea en ellos una motivación para partir. Este sufrimiento es más fuerte que todas las barreras que se alzan para obstaculizar su camino. Puedo dar fe de ello, después de mi reciente estancia de unos días en Siria. En Homs, el grado de destrucción provocado por los bombardeos es inimaginable. Una gran parte de la ciudad está en ruinas. He visto una ciudad fantasma y he sentido la desesperación de los habitantes de este país.

Hoy son sirios los que confluyen hacia Europa, mañana serán otros pueblos. Los grandes flujos migratorios que estamos presenciando son inevitables. No darse cuenta de ello sería ser corto de miras. Buscar cómo regular estos flujos es legítimo e incluso necesario, pero querer impedirlos levantando alambradas erizadas de púas es absolutamente inútil.

Ante esta situación, el miedo es comprensible. Resistir a él no significa que el miedo deba desaparecer, sino que no debe paralizarnos. No permitamos que el rechazo al extranjero se arraigue en nuestra mente, porque el rechazo al otro es el germen de la barbarie.

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Como primer paso, los países ricos deberían adquirir más clara conciencia de que tienen una parte de responsabilidad en las heridas de la historia que han provocado, y que continúan provocando, inmensas migraciones, especialmente desde África y Oriente Medio. Y hoy, determinadas decisiones políticas siguen siendo fuente de inestabilidad en estas regiones. Un segundo paso debería llevarlos a ir más allá del miedo al extranjero, a las diferencias culturales, y a comenzar valientemente a modelar el nuevo rostro que las migraciones están dando ya a nuestras sociedades occidentales.

En lugar de ver en el extranjero una amenaza para nuestro nivel de vida o nuestra cultura, acojámosle como un miembro de la misma familia humana. Y descubriremos que, si bien el flujo de refugiados y de migrantes crea sin duda dificultades, puede ser también una oportunidad. Estudios recientes muestran el impacto positivo del fenómeno migratorio, en la demografía y en la economía. ¿Por qué tantos discursos subrayan de tal manera las dificultades, sin poner nunca de relieve lo positivo? Quienes llaman a la puerta de países más ricos que el suyo impulsan a éstos a ser más solidarios. ¿Acaso no les ayudan a tomar un nuevo aliento?

Querría mencionar aquí nuestra experiencia en Taizé. Es humilde y limitada pero muy real. Desde noviembre del año pasado, en colaboración con el gobierno local, la mancomunidad a la que pertenece nuestra aldea y asociaciones locales, alojamos en Taizé a once jóvenes migrantes sudaneses – la mayor parte de Darfour – y de Afganistán, todos ellos llegados desde la «jungla» de Calais. Su llegada ha despertado un impresionante impulso de solidaridad en nuestra región : voluntarios que vienen a enseñárles francés, médicos que les tratan gratuitamente, vecinos que les llevan de excursión por los alrededores y a pasear en bicicleta… Rodeados por esta amistad, estos jóvenes, que han atravesado experiencias trágicas en su vida, están reconstruyéndose. Y un sencillo contacto, como éste, con personas musulmanas, cambia la mirada de quiénes les rodean.

Los responsables políticos podrían ayudar a la Unión Europea a recobrar un dinamismo que ha decaído

En la aldea, estos jóvenes también han sido acogidos por familias de diversos países – Vietnam, Laos, Bosnia, Ruanda, Egipto, Irak – que llegaron a Taizé a lo largo de las décadas anteriores y que hoy forman parte integral del entorno. Todos ellos han experimentado grandes sufrimientos pero aportan vitalidad a nuestro pueblo gracias a la riqueza y la diversidad de sus culturas.

Si una experiencia como esta es posible a pequeña escala, ¿por qué no sería posible a una escala mucho mayor? Es un error pensar que la xenofobia es el sentimiento más ampliamente compartido – a menudo, se trata sobre todo de desconocimiento. En cuanto son posibles los encuentros personales, los miedos dejan paso a la fraternidad. Ésta implica ponerse en el lugar del otro. La fraternidad es el único camino para preparar un futuro de paz.

Asumiendo juntos las responsabilidades a las que llama esta ola migratoria, en lugar de poner en juego los miedos, los responsables políticos podrían ayudar a la Unión Europea a recobrar un dinamismo que ha decaído.

Toda una joven generación europea ansía esta apertura. Lo sabemos bien, habiendo acogido desde hace muchos años, en nuestra colina de Taizé, a decenas de millares de jóvenes de todo el continente que participan semana a semana en encuentros internacionales. A sus ojos la construcción de Europa solo encuentra su verdadero sentido si se muestra solidaria con los otros continentes y con los pueblos más pobres.

Muchos jóvenes europeos encuentran díficil comprender a sus gobiernos cuando estos manifiestan la intención de cerrar las fronteras. Estos jóvenes piden, antes bien, que la globalización de la economía esté asociada a una globalización de la solidaridad, y que se exprese, especialmente, ofreciendo una acogida digna y responsable a los migrantes. Muchos de ellos están dispuestos a colaborar. Atrevámonos a confiar en que también la generosidad tiene un papel clave que jugar en la vida pública.

Alois Löser es prior de la comunidad ecuménica de Taizé

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