Un comienzo
Sánchez abre el camino, descarta al PP y da el papel arbitral a Podemos
Pedro Sánchez salió razonablemente airoso de su discurso de investidura. Le faltó la visión y ambición que se espera de un joven líder que quiere ponerse al frente de su país para transformarlo y mejorarlo. Sobraron muchos detalles en el prolijo catálogo de buenas intenciones leído a título de programa de gobierno y escasearon las cifras sobre las que se sostienen esas promesas. Algo extraño sonó también esa insistencia en hacerlo todo “la semana que viene”, tratando así de llevar al límite la presión sobre Podemos para que se sienta obligado a elegir entre él o Rajoy. Es una exageración innecesaria que hace creer que basta una reunión del Consejo de Ministros para ponerlo todo en marcha.
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Aun así, Sánchez acierta en lo fundamental: dejar claro que España necesita un Ejecutivo pactado. El debate y votación de la investidura acaba con el bloqueo que pesaba sobre la formación de gobierno y facilita la repetición de las elecciones, si es que no hubiera modo de reunir una mayoría. Solo por esto hay que agradecer el esfuerzo del candidato socialista, en contraste con la pasividad de Mariano Rajoy, que rechazó ejercer ese papel pese a ser su primer y más lógico destinatario.
La segunda virtud es que por fin llega al Congreso un proyecto político. No el de un partido, sino el que comparten al menos dos fuerzas, en este caso PSOE y Ciudadanos. Conjuntamente son insuficientes para la investidura, pero demuestra que entre los primeros espadas de la política se abre paso la necesidad de ceder y pactar. Mejor disponer de una base de discusión, como la proporcionada por el discurso de investidura, que no tener ninguna y dejar pasar el tiempo.
Uno de los aspectos discutibles del discurso es la negativa al acuerdo con el PP. El candidato procuró diferenciar entre los siete millones de votantes de ese partido y la acción del Gobierno de Rajoy, que criticó en todos los tonos. Pero cuando habló de tender la mano se refería a las fuerzas a su izquierda, tratando de atraerlas al terreno del “Gobierno de cambio” entre diferentes partidos, que defiende como modo de superar la falta de mayorías claras de izquierdas o de derechas en este Congreso.
Marginar al PP es contradictorio con la voluntad de poner en marcha una subcomisión parlamentaria para la reforma constitucional “en el plazo de un mes”. Salvo que Sánchez suponga que eso puede acelerar la sustitución de Rajoy como líder del PP, es engañoso anunciar la operación de reforma de la máxima ley sabiendo que ese partido dispone de mayoría absoluta en el Senado y de una minoría de bloqueo en el Congreso. Significativa, también, la supresión de la referencia a la eliminación de las Diputaciones en el discurso pronunciado, pese a que figuraba en el texto distribuido de la intervención.
Partiendo de la defensa de la Constitución y de la ley, Sánchez se comprometió a algunas cosas respecto a Cataluña: considerar los 23 temas presentados en su día por Artur Mas a Mariano Rajoy, desarrollar el Estado “de estructura federal” e implantar la “pluralidad lingüística” en España. No se atrevió a mayores precisiones, pero al menos habló de la voluntad de abordar el problema y de superar el desencuentro entre el Gobierno y la Generalitat.
Sánchez merece elogios por su voluntad de trabajar a favor del pacto. Tiene razón cuando dice que su fracaso hubiera sido “rechazar el ofrecimiento del jefe del Estado”, de nuevo señalando a Rajoy. Esto es un comienzo: un peldaño más que sube un líder en construcción, y un paso adelante en el desbloqueo institucional.
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