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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Maternidad tardía, un problema colectivo

Resulta imprescindible promover un cambio cultural favorable a que ser madre no sea un obstáculo laboral

Una mujer embarazada.
Una mujer embarazada. EFE

Periódicamente se difunden datos e informes que recuerdan la baja natalidad de España y las nulas perspectivas de mejorar mientras no se haga algo por alterar el curso de los acontecimientos. Y ahora acabamos de leer un reportaje (Demasiado tarde para ser madre) sobre la frustración de mujeres que intentan resolver el problema de la maternidad tardía por medio de terapias de fertilidad, sin conseguirlo en un 10% de los casos.

¿Esto es un asunto que pertenece solo al ámbito íntimo y personal? En absoluto. La edad media de las españolas para ser madres ha subido a los 32,2 años, cuatro más que en 1980. Puede parecer un simple dato de la evolución natural de la sociedad, frente al que poco puede o debe hacerse colectivamente. Sin embargo, la realidad es que se trata de un asunto con amplias consecuencias.

Que la pirámide de población muestre un rápido envejecimiento ha forzado a las autoridades chinas a rectificar la política del “hijo único”, mantenida a machamartillo durante decenios. España, una democracia, también ha limitado fuertemente la natalidad sin imposiciones legales. La presión social ha actuado sobre las mujeres por la vía de disuadirlas de tener hijos, o al menos de crearles la suficiente inquietud como para retrasar esa decisión. Aproximadamente una de cuatro mujeres en edad fértil no tiene hijos.

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Se equivocan los protagonistas de la vida pública cuando relegan los asuntos de tamaño y estructura de la población a una cuestión de demógrafos. Retrasar continuamente la edad de la maternidad afecta a toda la sociedad, que en el caso de una democracia tiene la cualidad de población votante. El hecho nos interpela sobre las condiciones en que todos debemos sentirnos concernidos por las dificultades señaladas por muchas mujeres: falta de ayudas públicas (para financiar guarderías o ayudas domiciliarias), problemas de conciliación de horarios familiares y laborales, y desigualdad en el seno de las parejas a la hora de hacerse cargo de la responsabilidad sobre la atención a los hijos.

La presión para que la mujer laboralmente activa retrase el momento de tener descendencia es un asunto a corregir. Nadie duda del derecho de cada mujer a decidir si quiere ser madre y a qué edad, pero resulta ya imprescindible promover un cambio cultural favorable a proteger la maternidad como un bien social, garantizando a las mujeres la plenitud de su derecho a sentirse parte de la población activa. A que ser madre no sea un obstáculo en sus carreras profesionales y, por supuesto, a la condición primera, que es la de tener un trabajo.

Si no, será imposible contener el rápido envejecimiento de la población. Y, por ende, la frustración de un número creciente de mujeres que lo intentan demasiado tarde, dejando en las que fracasan lo que una de ellas llama gráficamente “mi herida de guerra”.

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