París, día uno. Habla ahora o calla para siempre
El primer día de la pasarela de hombre de París duda si guardar silencio o entregarse a la rebeldía de salón
Ante la disyuntiva de si la moda debería ser sensible a lo que ocurre en el mundo, muchos diseñadores eligen poner cara de póker. No les culpo. Los esfuerzos por trascender por parte de este sector se suelen traducir en reivindicaciones torpes que generan más suspicacia que empatía. Esta cara de póker –ni frívola ni visiblemente precupada– es una especie de minimalismo adulto que el ex Hermès Christophe Lemaire lleva años cultivando, y que sólo ahora empieza a atraer la atención que merece.
No sólo por la lectura social del asunto, sino por la puramente estética: el cliente cada vez está más preparado para apreciar prendas cuidadísimas que van de lo casi normal (un abrigo largo y negro, ligeramente más amplio de lo habitual) a lo levemente dramático (un pantalón muy alto con camisa ablusada, bajo una chaqueta de hombros fuertes). Para quien no esté familiarizado con las sutilezas de Lemaire, su desfile del miércoles funciona perfectamente como presentación: el movimiento y la sobriedad de la ropa, en una severa paleta de negro, azul oscuro, pardo y blanco, quedaban mucho mejor bajando las escaleras de una galería de la Escuela de Medicina de París que sobre una pasarela cualquiera.
La caravana de la moda se ha trasladado de Milán a París y, con ella, todas sus manías.Lo mismo sucede con la juventud y la estética de la rebelión. El belga Raf Simons, con su primera colección para su marca después de haber abandonado la dirección creativa de Dior, revisó el estilo colegial con el espíritu de Laura Palmer y terminó mostrando una colección oversize, bonita y un poco perversa. Los severos trajes negros del principio del desfile de Valentino, y algunos looks casi ascéticos (pantalón con cuello cisne negro), parecían continuar la onda minimalista de Lemaire, pero su inspiración era mucho más concreta: la generación beat, el punk, la psicodelia y prácticamente cualquier movimiento contracultural del pasado con algo de altura estética. En su completo catálogo de rebeldías, había abrigos hechos con mantas de indio navajo, chaquetas de patchwork, trajes de tela de camisa cuadros, chaquetas de cuero con la espalda pintada....
El asturiano Piero Méndez iba con vaqueros, cazadora de cuadros y pañuelito de mística sioux. Otro modelo llevaba el próximo revival hasta ahora impensable: una corbata estrecha. Al final del show, How soon is now, el clásico de los Smiths, ponía nota musical a este cuadro de favorecedora angustia adolescente. El volumen era tan atronador como el del cuarto de un quinceañero, pero las paredes del palacio Solomon de Rothschild son un poco más suntuosas.
No es novedad que la moda se apropie de la estética de la revolución. Después de todo, Hedi Slimane maltrata milimétricamente las colecciones que diseña para Saint Laurent, inspiradas en el rock, para que parezcan de segunda mano.Lo de Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli, directores creativos de Valentino, es precisamente lo contrario. Como cuando el difunto Yves Saint Laurent se apropiaba de lo beatnik o de lo sesentayochista en los años sesenta, ellos no tienen intención de que sus prendas sean un facsímil de nada. Son diseños nuevos, con factura artesanal y aspecto carísimo. Pensadas para ser bonitas y deseables al cien por cien. Sin traumas.
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