Rey David
Foster Wallace sabía lo que saben pocos: que, para algunos, no hay forma de ganar
En el último mes vi al menos 10 veces una de las mejores películas que haya visto en años. Se llama The end of the tour, la dirigió James Ponsoldt y está basada en la entrevista que David Lipsky, de Rolling Stone, le hizo al escritor David Foster Wallace durante la gira de presentación de la novela La broma infinita. Protagonizada por Jason Segel, a quien admiro desde que lo vi en una cosa rarísima llamada Jeff who lives at home, es una estremecedora y brillante conversación entre un periodista que quiere ser escritor y un escritor que ya es un escritor prestigioso y que sabe que obtener lo que se desea puede ser un infierno. Hacia el final, Lipsky y Wallace se despiden junto a sus autos cubiertos de nieve. Lipsky pregunta: “¿No es genial que la gente hable de vos como de un escritor muy sólido?”. Foster Wallace lo mira con piedad y le dice: “Va a ser interesante hablar con vos en unos años”. “¿Por qué?”, pregunta Lipsky. Y Foster Wallace —recuerden, esto es la vida real: las cosas como sucedieron— responde: “En mi experiencia eso no es cierto. Lo peor que hay en el hecho de que todos te presten mucha atención es que también vas a tener ‘atención negativa’. Y si eso te afecta, el calibre del arma que te apunta ha aumentado de una 22 a una 45”. Después, se acerca a Lipsky y susurra: “No estoy seguro de que quieras ser como yo”. Y Lipsky, con un respingo, responde: “No. No quiero”. Pero miente. Y uno, entonces, sólo quiere arrodillarse y gemir y repetir como un mantra aquello que Foster Wallace dijo en una entrevista, mucho antes de 2008, el año en que se ahorcó: “Yo tuve un profesor (...) que aseguraba que la tarea de la buena escritura era la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están calmados”. Sabía lo que saben pocos: que, para algunos, no hay forma de ganar. Que para algunos, aún cuando se gana, todo está perdido.
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