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Tribuna
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Artur Mas y Lope de Aguirre

La aventura del ‘president’ partió también tras el tesoro de El Dorado del ‘pacto fiscal’

El proceso hacia la independencia de la república catalana parece destinado a acabar tan mal como aquella otra peripecia insurgente de hace 455 años que mi paisano Ramón J. Sender narró magistralmente en su célebre novela histórica La aventura equinoccial de Lope de Aguirre. Este hidalgo de Oñate emprendió una expedición en busca del tesoro de El Dorado a la cabeza de 400 marañones (así llamados por el afluente del Amazonas del que partieron) en cuyo transcurso escribió una carta a su rey Felipe II declarándose en rebeldía contra el imperio español, para ser abatido finalmente de un arcabuzazo por uno de sus hombres como anticipo del juicio post mortem que le declararía reo culpable de un delito de lesa majestad. Pues bien, una suerte análoga parece ir a correr el todavía president de la Generalitat.

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Bien es verdad que, según su propio relato, el viaje de Artur Mas se dirigía a la Ítaca de Kavafis cantada por Lluís Llach, y en eso recordaba más bien a la expedición de los almogávares al Imperio Bizantino del siglo XIV: la Gran Compañía Catalana de Roger de Flor tras cuyo asesinato sus hombres tomaron cumplida venganza (la célebre venganza catalana) fundando los ducados de Atenas y Neopatria. No obstante, si dejamos al margen sus pretextos épicos, lo cierto es que el actual viaje de Artur Mas se inició en busca de ese El Dorado que simboliza el llamado pacto fiscal, entendido como concierto económico a la catalana. Y al no poder satisfacer las expectativas de enriquecimiento que había despertado en sus hombres, su loca aventura también le ha llevado a declararse en rebeldía contra la monarquía hispánica, tal como le pasó a Lope de Aguirre, proclamando al final del viaje su abierto desacato al orden constitucional.

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Un relato tan inverosímil y descabellado que no puede causar más que una escéptica incredulidad. Pero si nadie sensato se lo puede creer ni tomar en serio, tampoco pueden hacerlo la mayor parte de los catalanes, que según las encuestas consideran imposible la independencia. Y sin embargo votan secesionismo, pese a no poder creer en su posibilidad real. ¿Cómo entender tamaña contradicción? En realidad, muchos secesionistas votan independencia precisamente porque la creen una ficción, a sabiendas de que no se hará realidad. Pues si creyeran en su posibilidad real, probablemente no la apoyarían. Es el signo de la política posmoderna hecha de marketing mediático, que confunde realidad y relato con una puesta en escena truculenta cuya imaginaria apariencia solo actúa como una máscara vacía capaz de impresionar al espectador mientras dure la representación. Pues como reza el dicho, no dejes que la realidad te estropee un buen titular. Y de igual modo, habrá pensado Mas, no dejes que la realidad te refute un buen thriller, tanto más adictivo cuanto más increíble.

Hay demasiada violencia simbólica en el independentismo catalán

De ahí la insurgencia posmoderna de Artur Mas, que no es ya violenta como fue la de Aguirre el Loco al comienzo de la modernidad temprana, o ha sido la de ETA en los últimos compases de la modernidad tardía, sino que ahora resulta ser solo espectacular, a la manera de una performance de la Fura dels Baus. Un acontecimiento ficticio donde no se ejerce ninguna violencia física pero donde sí se celebra in crescendo un ritual cargado de violencia simbólica, entendida esta a la manera de Bourdieu. Pues violencia simbólica la hay demasiada en el independentismo catalán, en la medida en que se violenta la legalidad institucional contribuyendo con su desacato a deslegitimarla para imponer como sucedáneo virtual la proclamación fantástica de una legalidad propia. Y violencia simbólica la hay también, por desgracia, en el secuestro de la voluntad popular por parte de una mayoría secesionista que abusa de su poder contra las minorías no soberanistas, cuyos derechos ciudadanos se silencian, se ignoran o se desprecian.

Pero el guion de este thriller increíble empieza a ser redundante, dado su encadenamiento circular de secuencias recurrentes en las que no se reconoce ningún sentido capaz de dirigir el relato hacia su destino último. Pues el secreto del arte narrativo que frecuenta la política posmoderna reside en un solo método: el de cómo acabar con acierto la narración con un desenlace que llene de sentido al argumento. Pero al parecer, Artur Mas no sabe encontrarle a su relato ningún punto final. Ya es hora por tanto de que otros lo hagan en su lugar, al igual que sucedió con aquella aventura maldita de Lope de Aguirre.

Enrique Gil Calvo es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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