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UN OFICIO DEL SIGLO XIX
Columna
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Del mundo de la ciencia al drama del culebrón

‘Vídeo de baja resolución, 120 episodios de 44 minutos cada uno que narran una historia de baja resolución: eso es lo que hacemos aquí’

Ibsen Martínez
CRISTAL (1985-1986). Una romántica historia con guion de Delia Fiallo que se desarrolla en el mundo de la alta costura venezolana. Grandes ambiciones, sufrimientos terribles, extraños reencuentros. Una alta ejecutiva decide buscar al bebé que un día abandonó. Y todo se complica.
CRISTAL (1985-1986). Una romántica historia con guion de Delia Fiallo que se desarrolla en el mundo de la alta costura venezolana. Grandes ambiciones, sufrimientos terribles, extraños reencuentros. Una alta ejecutiva decide buscar al bebé que un día abandonó. Y todo se complica.

“A cada hombre le bastan su misterio y un oficio”, dejó dicho G. K. Chesterton en un poema que no creo famoso. Misterio no he tenido nunca, ¡qué le vamos a hacer!, pero desde muy joven mi único oficio fue el de escribidor de culebrones y eso bastó a mi vida durante muchos años.

Mis tratos con la telenovela comienzan en Caracas, mediando los años setenta del siglo pasado, cuando estudiaba en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central. En aquel tiempo remoto frecuentaba ya muy poco la escuela de Matemáticas pues pasaba casi todo el día encerrado en casa, escribiendo frenéticamente los libretos de un programa radial. Para irnos entendiendo: me había convertido en el nègre de un antiguo decano de aquella facultad que producía un espacio de divulgación científica en la emisora estatal. Escribía también los guiones de un programa de salsa y latin jazz. Necesitaba aquella plata y en ganarla se me iban los días.

Mi mujer era una joven actriz de teatro que llegaba al fin de mes trabajando como figurante en telenovelas y la única persona en el mundo que sabía de mis tientas secretas con la literatura. Exasperada por nuestros apremios económicos, un día me persuadió de ir a hablar con el libretista de la telenovela en la que ella actuaba por entonces. El libretista me puso al habla con la persona indicada.

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“El culebrón es un rubro semielaborado de exportación que no requiere tecnología punta y es poco intensivo en inversión de capital”, me dijo, campanuda, la persona indicada. “Vídeo de baja resolución, 120 episodios de 44 minutos cada uno que narran una historia de baja resolución: eso es lo que hacemos aquí”.

Añadió que no había programas de entrenamiento, que aquel trabajo, sencillamente, se aprendía haciéndolo, y me propuso comenzar como “dialoguista”. Un dialoguista es alguien que escribe escenas sueltas siguiendo el diagrama que cada mañana le entrega el jefe de un equipo de escribidores.

La telenovela es una metáfora de nuestros populismos, de mitos redistributivos como los de Eva Perón y Hugo Chávez

Fui asignado al equipo de dialoguistas de una veterana escribidora a quien le entregaban raros infolios, olvidados libretos de antiguas “radionovelas” cubanas de los años cincuenta, preservados por un señor Romero o Rivero, antiguo actor radiofónico, a la sazón cancerbero de un arcón lleno de guiones sustraídos por él de los archivos de una emisora habanera y con los que huyó al exilio en Venezuela poco después del arribo de Fidel Castro en 1959.

A partir de aquellos apócrifos, y sin afectar su trama original, los escribidores debíamos producir episodios de una hora, y que se atuvieran a una metódica transposición lexical: donde decía guagua debía decir autobús, donde decía espejuelos debía decir lentes, donde decía malanga debía decir ocumo; donde dijese Santiago de Cuba, Matanzas, Cienfuegos o La Habana debería decir Maracaibo, Cumaná, Mérida o Caracas, y donde dijese chévere podía y debía decirse chévere,voz cubana ya por entonces y para siempre universal en nuestra América.

Al final del primer día de “dialoguismo”, consideré que ya había tenido bastante y consideré muy seriamente regresar a los programas radiofónicos de divulgación científica. Llegué a pensar que tal vez debería esforzarme en terminar la carrera y hacerme profesor en algún instituto tecnológico.

Pero la Zona del Canal (así llamaba un compañero a nuestro lugar de trabajo) pagaba muchísimo más que la radio o que el magisterio universitario, así que decidí quedarme por un tiempo, mientras daba con algo mejor, pero me tomó muchos años encontrar la puerta de salida.

Casi todo lo que sé, o creo saber, de América Latina lo aprendí como escribidor de culebrones de “invariable invención”. Aprendí, por ejemplo, que la nuez de un culebrón de éxito no es una bobalicona historieta de amores contrariados entre un señorito y una criada, sino ni más ni menos que una fábula acerca de cómo escapar de la pobreza sin antes crear riqueza.

La telenovela, señoras y señores, es una metáfora de las “ideas zombis” de nuestros populismos, un avatar de los mitos redistributivos latinoamericanos como los de Eva Perón y Hugo Chávez.

Pero explicar esto quedará para el próximo capítulo, mañana a la misma hora por este mismo canal.

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