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¿Huertos urbanos ilegales?

Algo tan 'naif' como un pequeño vergel también requiere del beneplácito de la Administración. Estas son las implicaciones de plantar pepinos en la ciudad

Sergio C. Fanjul

Lo cierto es que para un urbanita resulta difícil identificar estos brotes verdes que salen de la tierra. ¿Qué serán? “Pues mira, esto son berzas gallegas, esto espinacas, esto cebolla chalota. Por aquí tenemos especias: hinojo, algo de eneldo…”, explica Pablo Llobera, un ingeniero agrónomo de pelo largo, luenga barba negra y azada en mano. Para llegar aquí nos ha dicho que cogiéramos el camino de entre los árboles y siguiéramos la dirección del sol, unas indicaciones harto raras para darse en una ciudad. Porque estamos en una ciudad: por un lado del huerto pasan la multitud de raíles que unen la estación de Chamartín, en Madrid, con el norte de la península; si giramos la cabeza hacia el otro, vemos los monótonos y deshumanizados bloques de viviendas del Programa de Actuación Urbanística (PAU) de Las Tablas (no muy lejos hay una franquicia de fast food estadounidense), y levantando la vista en lontananza, dirección sur, se alzan los cuatro rascacielos de las Cuatro Torres Business Area, en su orgullo arquitectónico de hormigón armado y cristal.

Y en medio de todo esto, se plantan berzas. El Tablao de la Compostura, que así se llama el lugar, es uno de los 40 integrantes que aproximadamente forman la Red de Huertos Urbanos de Madrid (Rehdmad). Lo de Compostura es un juego de palabras que se explica porque este huerto lo iniciaron Llobera y su pareja instalando una compostera (contenedor) donde depositaban los residuos orgánicos. Pero pronto llegó el 15-M o Movimiento de los Indignados y sus protestas cambiaron el paradigma en la política nacional, y también en esta pequeña esquina del mundo. La pareja de horticultores acudió a la asamblea que se celebró en Las Tablas, hablaron de su compostera clandestina y, al final, entre varios vecinos, acabaron por montar el huerto. Ahora colaboran unas 15 personas, aunque son muchas más quienes lo visitan.

Los precedentes

La agricultura urbana no es algo nuevo, se practica desde que la Revolución Industrial separó el campo y la ciudad. El libro Raíces en el asfalto (Libros en Acción), de Nerea Morán y José Luis Fernández Casadevante, repasa las diversas iniciativas que trataron de hacer crecer los alimentos en la urbe. Por ejemplo, el modelo de Ciudad Jardín y Ciudad Lineal; los huertos escolares de la Institución Libre de Enseñanza; los de emergencia en diferentes guerras y hasta en los campos de concentración; los cultivos femeninos del Women's Land Army o las huertas surgidas durante el 'corralito' argentino. Ahora proliferan los huertos en lugares muy castigados por la crisis como en Grecia y Detroit. Y hubo 'huertos indignados' en la Puerta del Sol y plaza de Cataluña del 15-M y Occupy Wall Street. "Los huertos urbanos", dicen los autores, "vuelven a introducir el discurso sobre cómo gestionar los bienes comunes en la ciudad". Puede haber hasta granjas. La Granja Urbana (Capitán Swing), narra las peripecias de Novella Carpenter, una joven bióloga de Seattle, para conseguir montar su propia granja en uno de los barrios más violentos y deprimidos de Oakland, California. Y reflexiona sobre todas las cosas de la vida natural que nos perdemos los urbanitas.

Soberanía alimentaria

“Vemos la horticultura urbana como un medio, más que como un fin: un medio para promover desarrollos comunitarios, crear en todos los barrios posibles de Madrid espacios de encuentro vecinal en los que compartir inquietudes o necesidades”, sostiene Llobera. Aunque muchos huertos ya existían antes del 15-M, el acontecimiento fue un revulsivo que provocó la aparición de otros tantos. “Cuando la gente sale a la calle y la siente como propia, surgen las ganas de intervenir en ella”, opina el ingeniero. El Ayuntamiento de Madrid ha sido comprensivo con estas iniciativas y ha regularizado este año 12 huertos, haciéndose cargo de su vallado y la instalación de casetas para las herramientas. Entre 2004 y 2014 el número de municipios con huertos urbanos en España pasó de 14 a 210.

El movimiento de los huertos urbanos es solo una pata más en el movimiento agroecológico que surgió en los años setenta al calor de las primeras crisis en el campo. Busca una agricultura sostenible en la que se consuman productos de agricultores locales, lejos de las prácticas industriales, y de forma más sensible a los problemas sociales. También la soberanía alimentaria: el derecho de cada pueblo a decidir sus políticas agrarias y alimentarias. Y una vida digna para los agricultores próximos.

“La definición de agroecología es múltiple”, opina Daniel López García, autor del libro Producir alimentos. Reproducir comunidad (Libros en Acción); “por un lado es una ciencia, por otro una forma de manejo agrario, una técnica, y también es un movimiento social”.

Asociaciones y activismo

Además de huertos urbanos, existen grupos de consumo o de producción, colectividades rurales o redes territoriales de soberanía alimentaria. Las iniciativas se extienden por todo el territorio, como recoge el libro de López.

La Federación Andaluza de Consumidores y Productores Ecológicos (Facpe) reúne a cooperativas de hasta 23 años de antigüedad y a 100 familias con el fin de promover el consumo “ecológico, responsable y solidario”. En ella, los productores de cada provincia se coordinan para llevar su producto a las tiendas y hacen intercambios con otras provincias para aumentar la diversidad o completar temporadas. “No es autarquía, sino maximizar lo local y llegar a otras escalas”, matiza López.

En Ciudad Real trabaja la Asociación de Agroecología y la Soberanía Alimentaria en Castilla –La Mancha (Asacam), que colabora con el Banco de Tierras de Luciana (promovido por el Ayuntamiento de esa localidad) con fines agroecológicos y de generación de empleo. Allí se ponen tierras a disposición de desempleados para su cultivo. Asacam también desarrolla proyectos sobre comercio de proximidad, asesora a la pequeña agricultura, ofrece cursos de formación y realiza campañas de sensibilización.

“El consumo de productos locales y de temporada, aparte de valores de sostenibilidad, ofrece más calidad”, valora López. “Son productos sin insecticidas y sin herbicidas. Están cosechados cerca, maduran en el grado justo y se ajustan a las culturas locales. Todos tenemos derecho a alimentos de calidad y producidos en justicia social”.

Los jóvenes se hacen ‘neocampesinos’

EHNE Bizkaia es un sindicato agrario que, más allá de la actividad sindical tradicional, ha apostado fuerte por la agroecología e intenta virar hacia la soberanía alimentaria en esa provincia. Imparte formación y apoya a jóvenes que dejan la ciudad para iniciar una vida como agricultores en el campo, y ya han situado a más de cien en tareas agrarias. Porque eso de dejar el asfalto urbanita y mudarse al campo no es un hecho puntual. Este año hay más de mil nuevos pequeños jóvenes agricultores y ganaderos produciendo en Madrid para grupos de consumo y mercados informales, según la Iniciativa por la Soberanía Alimentaria de Madrid (Isam), movimiento creado en 2009 que recientemente ha celebrado las jornadas Políticas posibles para un Madrid agroecológico. Suman bastantes más que los agricultores y ganaderos profesionales afiliados a la Seguridad Social, dicen, y suelen proceder de culturas urbanas y del sector servicios. Tienen alta cualificación, pero les falta tierra y formación. Isam pide a las administraciones programas públicos de apoyo a este colectivo al que bautizan como neocampesinado, la mayoría con menos de 40 años, sin trabajo o en riesgo de exclusión social.

Isam ha redactado un documento con una panoplia de propuestas para los gobiernos regionales y municipales con el fin de llegar a un modelo ciudad más agroecológico. Entre ellas se encuentran la creación de un departamento municipal de Alimentación Sostenible, la puesta en marcha de campañas de sensibilización, el fomento de la venta de productos en circuitos locales, la organización de un sistema de compostaje, la creación de planes de formación para el emprendimiento agroecológico, la cesión de suelo público para fines agrícolas, la limitación de las grandes superficies comerciales, la introducción de la apicultura o las granjas urbanas, y hasta el apoyo a los menús en el sector de la hostelería con productos locales y de temporada. Ideas no faltan.

No todos los huertos están regularizados. En Madrid, el Ayuntamiento ha legalizado este año 12 y se ha hecho cargo del vallado y las casetas para las herramientas

En el corazón del madrileño barrio de Lavapiés hay un solar que es una plaza, o al menos eso dice en el muro de la entrada, al lado de las obras de arte urbano: “Esto es una plaza”. Dentro se juega a la petanca (pero, atención, los jugadores no son jubilados sino treintañeros), un grupo charla sobre política (“Podemos ha hecho que se acabe la protesta en la calle”, se queja uno), los niños juegan al fondo (donde un columpio cuelga de un árbol), una pareja se da el lote bajo las curiosas estructuras de madera que llenan el espacio y alguien curiosea en la biblioteca, al lado del horno de adobe. Este terreno municipal (dotacional del área de Urbanismo del Ayuntamiento) fue ocupado en 2009 por un grupo de vecinos que, tras 40 años de abandono, consiguió la concesión del solar por cinco años. Una concesión que, por cierto, venció en diciembre de 2014. Ahora han vuelto las negociaciones para prorrogarla. Aparte de su intensa actividad cultural, con conciertos, talleres, teatro, fiestas y demás, uno de sus núcleos centrales de este espacio autogestionado es su huerto urbano.

Ahí trabajan entre 10 y 15 personas, aunque cualquiera puede colaborar. Lo que cosechan se reparte entre los colaboradores o bien se hace una comida popular. “En realidad la cosecha es testimonial”, explica Alberto Peralta, uno de los promotores del proyecto, “la verdadera cosecha es otra: las relaciones que se crean, la recuperación del contacto con la tierra y la educación alimentaria”. Aunque existen soluciones que permitirían el autoabastecimiento en gran medida, apunta Peralta: “Si se calificase como suelo agrícola la periferia de las ciudades y se desarrollasen políticas de agricultura periurbana, podríamos reducir la dependencia del exterior en un 20%, según algunos estudios, y además crear empleo”. El 77% de los crecimientos urbanos en Europa, entre 1990 y 2000, se produjeron sobre suelos agrícolas.

Porque, aunque no abunde la producción, se observa que de casi todos los huertos urbanos surgen grupos de consumo que contactan con agricultores cercanos para alimentarse con productos locales. Lavapiés es el barrio con mayor densidad de estos grupos en la capital.

“Para lograr una sociedad más sostenible es necesario poner en valor la agricultura y a los ganaderos y campesinos y no dejar nuestra alimentación en manos de grandes distribuidoras y multinacionales”, afirma Carmen Palomeras, miembro de la Red Agroecológica de Lavapiés (Ral).

Estos grupos hacen pedidos a los agricultores de varias maneras: la llamada cesta abierta, en la que el consumidor elige lo que desea, o cesta cerrada, que el agricultor llena con aquello de lo que dispone. Las frutas vienen de Valencia y Almería y hay quien encarga el pescado a Galicia. También organizan mercadillos con frecuencia, como Mercapiés, un pequeño Mercamadrid agroecológico.

¿Es más caro comer agroecológico?

Los alimentos ecológicos han cobrado en los últimos años fama de ser más caros y estar dirigidos a las clases más pudientes, más modernas o más hipsters, muchas veces poniendo el foco más en su faceta saludable y olvidando la social. Pero, ¿es más caro comer agroecológico? Palomares pone un ejemplo: en su caso le cuesta 2,5 euros el kilo de alimentos. Como pide 10 kilos al mes, en cuatro entregas semanales, le sale una cuota fija mensual de 25 euros.

“Ha habido un error en cómo se ha impulsado lo ecológico como producto de lujo”, critica López; “en realidad estos productos pueden tener precios perfectamente comparables o más bajos que los normales. Pero hay tiendas y cadenas de distribución que los inflan hasta un 300% y 400%. Nosotros queremos que este movimiento se convierta en algo masivo, que llegue a todo el mundo”.

En España aún no se dispone de datos, pero según López, en Estados Unidos, el consumo de estos productos ecológicos ha crecido un 17% en 2012. En Dinamarca, la compra familiar está en el 10% y en Austria se quiere llegar al 20% en 2020. “Está habiendo una explosión”, anuncia López, “pero todavía queda mucho camino por recorrer”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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