_
_
_
_

Cuando tu vida depende de un río

Unas 58.000 personas en el noreste de Tanzania subsisten de los ríos Yongoma y Hingilili Evitar conflictos y una buena gestión son claves para garantizar a todos una vida digna

Lola Hierro
Maore (Tanzania) -
Una mujer labra la tierra en Ntenga, Tanzania.
Una mujer labra la tierra en Ntenga, Tanzania.Lola Hierro

La señora Lea John Njema está preocupada. No lo dice, pero su rictus la delata. Observa el río Yongoma desde la orilla, inmóvil y en silencio, como esperando a que las aguas comiencen a subir por arte de magia. Pero nada de eso ocurre. Lea John es natural de Lugulu, una aldea de unos 3.200 habitantes situada en el distrito de Same, región de 270.000 habitantes en el noreste de Tanzania bendecida con una reserva natural, la de Chome, en torno a las exuberantes montañas Pare. La temporada de lluvias está a punto de finalizar y por eso el paisaje es verde, frondoso y salvaje. Pero el caudal del Yongoma no augura a este edén una larga continuidad: el nivel del río apenas alcanza los 40 centímetros de profundidad en su curso medio y, con una temporada seca de cinco meses por delante, es una mala noticia para las 58.000 personas que dependen de sus aguas y de las del vecino Hingilili. Entre ellas la señora Lea John, que sabe que pronto habrá que tomar medidas.

Más información
Vivir con agua, vivir sin agua
La codicia del vecino sin pozo
“Soy afortunado por poder contar mi experiencia a otros”
Así se construye una letrina

“La peor situación se dio en la sequía de 1994 y también hace 10 años, aunque no fue tan grave”, recuerda la señora Njema, una madre africana en la cincuentena acostumbrada a sortear todo tipo de problemas cotidianos en su vida campestre. Junto a Juma Ibrahim y Ezequiel Warema forma parte de la presidencia de la llamada WUA del Yongoma (Asociación de usuarios del agua, en sus siglas en inglés), una entidad local registrada en septiembre de 2013 con la responsabilidad de gestionar de manera sostenible del agua de la cuenca. 

Uno de sus trabajos consiste en monitorizar cómo se distribuye este recurso y asegurarse de que haya para todos. Así, si un vecino o un granjero quiere utilizar agua del río, debe realizar una solicitud con sus pretensiones que cuesta unos 30 euros y entregarla a este organismo. Si consideran que es razonable, la remiten a la Oficina de Aguas de la Cuenca del Pangani, la entidad pública responsable de gestionar, asignar y controlar el uso del agua, para que dé la autorización final. Una vez que se ha concedido, el usuario está obligado a pagar una cuota variable en función de los litros que consume.

Precisamente porque forma parte de la WUA, Lea John sabe qué medidas habrán de tomar en breve ante una previsible escasez que solo agravará la situación de un distrito donde el 36% de los vecinos no tiene acceso a agua potable: “Enviaremos avisos a los granjeros para que rieguen menos, no hay otra alternativa”, explica la mujer. ¿Y si llegase una sequía extrema, como las que en años anteriores obligó al traslado de miles de pastores en busca de pastos? “El Gobierno tendría que hacerse cargo y mandar cereales para alimentar a la población. Para coger agua, habría que ir a pozos más alejados donde tocará hacer colas de varias horas para coger un solo cubo de 20 litros”, describe con la seguridad de quien ya ha vivido la experiencia.

No siempre se dieron semejantes estrecheces a los pies de las montañas Pare. Hubo un tiempo en que había agua para todo el mundo y no había normas que seguir porque no eran necesarias. “Cuando yo era niño nunca tuvimos problemas, pero comenzó a aumentar la población, también la actividad comercial y, sin embargo, cada vez llueve menos, supongo que por el cambio climático. Entonces comenzaron las peleas y los conflictos”, recuerda Ezequiel a sus 52 años.

Unas 87.000 dependen de las aguas de los ríos Yongoma y Hingilili para sobrevivir

Hoy, la economía de esta región es débil. Las 27 comunidades en el entorno de la Reserva salen adelante gracias a la agricultura de subsistencia a falta de otras alternativas y dos tercios de sus habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza. Hasta 2008, año en que el área natural fue protegida, muchos se ganaban la vida comerciando con la madera de los árboles de Chome, pero esa fuente de ingresos se ha agotado y, quienes aún lo hacen, trabajan a escondidas y venden la mercancía de manera ilícita. La precariedad económica, la escasez de recursos y la ilegalidad han atraído las tensiones a este antaño paraíso en la tierra.

Los problemas de los nuevos tiempos han llevado a la WUA del Yongoma a responsabilizarse de otra tarea tan importante como incómoda: resolver conflictos entre comunidades por el uso del río en sus cuencas alta, media y baja. En la temporada seca de 2013, justo antes de constituirse, se dieron unos 50 enfrentamientos. “En 2015, se han producido 15”, asevera orgulloso Juma Ibrahim, presidente de la entidad, al tiempo que muestra su libro de registros. ¿Qué tipo de problemas se producen en esta plácida zona del mundo? Es común que alguien utilice más agua de la que le corresponde, o que alguien vierta algún producto contaminante, como el mercurio proveniente de la minería ilegal, fertilizantes, o jabón en el río. No son asuntos baladíes, pues amenazan el ecosistema y la supervivencia de toda la comunidad, especialmente la parte que se encuentra aguas abajo.

Explicar a las comunidades masai que no pueden llevar a pastar a sus rebaños de cabras a los alrededores del precioso lago Kalemawe porque contaminan sus aguas, o convencer a los pescadores de que no arrojen veneno en el río para pescar más y que usen redes reglamentarias para no atrapar peces demasiado pequeños son algunos de los caballos de batalla diarios de la WUA. “Trabajamos en colaboración con los organismos de la ley; nosotros conocemos la naturaleza de cada conflicto y participamos como testigos cuando trascienden nuestra capacidad”, explica el presidente de la entidad, dotada con estatutos y con la capacidad de multar a quienes los viole. “Por ejemplo, a quien contamine, a quien pesque de manera ilegal o a quien cultive en zonas protegidas”, describe.

Los imprescindibles de Kihurio

De entre los múltiples usos del agua del río Yongoma, el consumo doméstico (beber, cocinar, higiene personal...) es prioritario. La legislación tanzana actual promueve un modelo descentralizado en las comunidades rurales en la que los usuarios son propietarios de los sistemas de agua y deben constituir una entidad llamada COWSO (Community Owned Water Supply Organization) que es la responsable de la gestión y el mantenimiento de la red, la recaudación de las cuotas y la rendición de cuentas.

El conflicto más complicado de resolver que tienen ahora entre manos recuerda a los anuncios publicitarios sobre los enfrentamientos entre los pueblos de Villarriba y Villabajo. El Villarriba de la cuenca del Yongoma está representado en la vida real por Lugulu, la comunidad de Leah John, que está formada por agricultores y granjeros. Asentados en lo alto de las montañas Pare, se han servido del caudal del río a su gusto desde el principio de los tiempos. El papel de Villabajo es para una cooperativa de arroz, la Ndungu Irrigation Cooperative Scheme. Para cultivar este cereal se necesita abundante agua y, con 680 hectáreas de plantaciones, la empresa está consumiendo el 70% del caudal del Yongoma. “Se nos permite consumir mil litros por segundo para regar pero, en temporada seca, reducimos a 232”, se justifica Abed Saleh, presidente de la compañía. Saleh apunta que en 2015 se ha reducido la plantación a 189 hectáreas y que 1.400 empleados y unas 320 familias dependen económicamente de este negocio, pero nada de esto parece convencer a los habitantes de Lugulu. “El agua aquí es gratis, la dividimos entre nosotros” asevera, chulesco, Mav Elienza Ganga, líder de la comunidad por edad, experiencia y carácter. ¿Quién le va a obligar a cambiar una forma de vida heredada durante generaciones?

Tan en desacuerdo estaban los habitantes de Lugulu con las prácticas de la empresa arrocera que decidieron cortarles el grifo, literalmente. Arriba, donde el bosque huele a humedad y es tan espeso que no dejar pasar la luz, poco se sabe y poco importa lo que ocurra abajo. “La cooperativa paga 1,5 millones de chelines al año a la cuenca del Pangani por usar el agua del río pero luego no nos llega porque los de arriba se la quedan”, denuncia el presidente. Además, los habitantes de Lugulu solo disponen de canales de riego tradicionales, de tierra. Por culpa de esto, se pierde el 60% del agua al filtrarse por el camino. “Nosotros nos hemos ofrecido a mejorarlos revistiéndolos con cemento e instalando nuevas compuertas a cambio de una reducción de la tasa anual”, asevera un Saleh conciliador.

Mav Elienza, el líder de la comunidad de las montañas, relaja su postura según avanza la conversación y, al pie de su plantación de jengibre, acaba admitiendo que sí se han realizado varias reuniones para llegar a un acuerdo. De seis de la mañana a tres de la tarde, han de abrir las compuertas para que los granjeros de las montañas puedan regar sus cultivos, dar de beber a sus animales o recogerla para sus hogares. De cuatro de la tarde a cinco de la madrugada, es el turno de la cooperativa, así que deberían cerrarlas para que todo el caudal baje directamente hacia los cultivos de arroz. En teoría, esta solución fue aceptada por todas las partes, pero en la práctica hay particulares que sabotean las compuertas y se saltan los horarios. Este desacuerdo cuesta a la cooperativa dos millones de chelines tanzanos al año (unos 800 euros) en pagar a un vigilante para que supervise que los horarios se cumplen.

Proteger un recurso único

El otro frente de batalla de la WUA del Yongoma es proteger los recursos naturales de la polución y la acción humana y sensibilizar a sus comunidades sobre la importancia del agua, un bien imprescindible pero escaso del que aún carecen 750 millones de personas en todo el mundo, sólo en Tanzania casi la mitad de la población y en el distrito de Same, un 36%. Ellos son conscientes de su importancia, pero no así muchos vecinos, que cometen verdaderos desastres medioambientales sin pensar en unas consecuencias que cada vez son más palpables, como la reducción de los recursos de los que viven.

Ezequiel Warema Mbwambo, Juma Ibrahim Juma y Lea John Njema son miembros de la WUA del Yongoma, la asociación de usuarios de esta zona que regula la gestión sostenible del agua.
Ezequiel Warema Mbwambo, Juma Ibrahim Juma y Lea John Njema son miembros de la WUA del Yongoma, la asociación de usuarios de esta zona que regula la gestión sostenible del agua.L. H.

Parte de los esfuerzos de la WUA se centran en proteger las llamadas zonas de recarga. Lo hacen con ayuda del Tanzanian Forest Conservation Group y de Ongawa, una organización española que lleva desde 1996 en este país trabajando para lograr el acceso universal a agua y saneamiento y que también ha contribuido al desarrollo y fortalecimiento de las WUA. Así se llaman los espacios de la Reserva Natural de Chome que recogen agua de lluvia y nutren la cabecera del Yongoma. Son muy frondosas y tienen suelos muy húmedos por donde esta se filtra, forma pequeños regueros subterráneos que se hacen más y más grandes hasta que llegan al río y alimentan su caudal. Y, además, nutren los pozos de los alrededores. Debido a la riqueza del terreno, durante los últimos 30 años han proliferado las plantaciones de agricultores particulares pese a que esas áreas están protegidas por ley y está terminantemente prohibido realizar cualquier tipo de actividad humana en ellas. “En la práctica no se les echa, nadie hace nada. Algunos cuentan con amigos y parientes en los gobiernos locales”, protesta Mama Joyce, técnica del equipo de Ongawa. “Los antepasados de estas familias ya prohibían cultivar ahí, y eran respetados, pero desde que murieron, eso se terminó”, lamenta.

La ley establece que no se cultive nada a menos de 60 metros de estas zonas, pero entonces los agricultores estarían renunciando a unas parcelas que se mantienen permanentemente irrigadas de manera natural. “Además, en estas zonas altas de la montaña el terreno es muy vertical y no es fácil conseguir un espacio plano suficientemente grande como para plantar”, analiza la técnica.

Si se destruye una zona de recarga, los pozos que dependen de ella se secarán Mama Joyce, técnica de Ongawa

El problema de explotar las zonas de recarga radica en que los cultivos secan la tierra y reducen la capacidad del suelo para captar agua. Si eso ocurre, el Yongoma, ya de por sí sobreexplotado, recibirá menos aportaciones y por tanto toda la población de la cuenca media y baja del río sufrirá las consecuencias. “Además, si se destruye una zona de recarga, los pozos que dependen de ella se secarán”, asevera Mama Joyce. “Y si se utilizan pesticidas para las plantaciones, se contaminará el agua que llega a los pozos para consumo humano y los usuarios enfermarán”.

Una posible solución a este problema es la que Ongawa y Tanzanian Forest Conservation Group se traen entre manos dentro de su Sustainable Management of Chome Nature Reserve in Same District, un ambicioso plan iniciado en 2013 con el apoyo del Gobierno del distrito y de la Comisión Europea con una inversión inicial de un millón y medio de euros. Su objetivo es mejorar las condiciones de vida de estas comunidades gracias a tres líneas de trabajo: promocionar la gestión participativa y sostenible del bosque y los recursos que dependen de él, ofrecer alternativas a la tala para diversificar las fuentes de ingreso y mejorar el acceso a agua segura y saneamiento. Las tres acciones están estrechamente relacionadas, y el ejemplo que lo ilustra es la protección de las zonas de recarga. Para lograrlo, ambas organizaciones planean, en primer lugar, delimitar claramente estas áreas plantando árboles alrededor de ellas; comenzarán en octubre, ya está decidido y autorizado. En paralelo, persiguen que estas zonas sean incluidas en el plan de uso del suelo municipal y estudian los mecanismos legales para que el Organismo de Cuenca del Pangani y el Gobierno tanzano actúe contra quienes las están explotando ilegalmente.

La protección del medio es parte de una lucha diaria por el bien de toda una comunidad; una lucha que también ejercen día a día personas como la señora Lea John desde la WUA del Yongoma para garantizar que haya agua para todos, como el señor Abed Saleh para que la cooperativa no cierre y todos sus trabajadores mantengan su puesto, o como la del señor Mav Elienza para que sus vecinos y él puedan seguir plantando jengibre, tomates, judías y batata igual que sus ancestros sin que nadie los moleste. Una lucha con objetivos diferentes pero siempre con un interés común: garantizar unas condiciones de vida dignas para todos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_