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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A última hora en Cuba

Las visitas de la UE y Francia a La Habana evidencian un retraso preocupante de España

El anuncio de la visita a Cuba del presidente francés, François Hollande, prevista para principios de mayo —tras la efectuada hace poco por la responsable de Exteriores de la Unión Europea— pone de manifiesto una pérdida de iniciativa de la política exterior del Gobierno en una zona estratégica para los intereses políticos y económicos españoles.

Cuba, es obvio recordarlo, se encamina hacia momentos decisivos. La normalización de relaciones con EE UU abre expectativas en las que España debe ser un actor de primera fila, no un país a remolque de la acción de otros. No hacen falta declaraciones retóricas sobre la relación con La Habana: lo que importa es no llegar tarde.

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España no puede verse superada por Francia o Bruselas en su aproximación a la nueva coyuntura cubana. Tras el anuncio de restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana, la visita de Hollande será la segunda por parte de un alto representante europeo a la isla caribeña. La primera fue la de la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, hace dos semanas, para estimular un acuerdo político y económico que trate de evitar que la UE se quede rezagada con respecto a EE UU en las relaciones con la isla.

Claro que no se pueden pasar por alto los obstáculos y las artimañas del Gobierno cubano y su imprevisible relación con España, pero eso no es óbice para ocultar errores de estrategia. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, asumió las relaciones con La Habana tratando de imprimir un aire más pragmático que el abierto anticastrismo de José María Aznar.

Pero el pragmatismo no puede estar falto de reflejos: antes de que el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, visitara por primera vez Cuba, ya se le habían adelantado sus homólogos de Francia —otra vez—, Holanda y Portugal. Tarde y mal, porque Raúl Castro tuvo en vilo a Margallo hasta el último momento; no le recibió y además optó por no acudir a la cumbre iberoamericana de Veracruz.

La guinda en la desorientada acción respecto a Cuba corrió a cargo del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, que poco después de la visita de Margallo viajó a La Habana y se reunió con Castro, acto que el ministro calificó en público de “deslealtad”. Nada de lo ocurrido ayudó a la política exterior española, en contraste con la concertada acción del expresidente Felipe González en defensa de los líderes de la oposición presos en Venezuela.

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